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Aprendiendo de De Gaulle

Bruno Stagno bstagno@gmail.com | Lunes 20 junio, 2011



Aprendiendo de De Gaulle


El 18 de junio de 1940, cuando Francia estaba invadida y ocupada, humillada y derrotada, devastada y dividida; cuando parecía que las tinieblas del Tercer Reich y de lo que sería el régimen de Vichy habían disipado todo atisbo de esperanza para la República, surgió una voz solitaria proclamando desde Londres que “la causa de Francia aún no está perdida.” Contra el ruido de las divisiones blindadas de la Wehrmacht, de los bombardeos aéreos de la Luftwaffe, de las proclamas de capitulación y posterior colaboración del mariscal Pétain, el general De Gaulle se ofrecía, en palabras de Chateaubriand, a “guiar a los franceses con esperanzas”. Sin mandato ni aparato alguno en que apoyarse, más que su propia voluntad, De Gaulle llenó un vacío al mantener viva una “cierta idea de Francia” libre e independiente. Sin más que su capacidad de acción y decisión, el 28 de junio fue oficialmente reconocido por el Reino Unido, y posteriormente por otros gobiernos, como el líder de la France Libre.
De Gaulle nunca perdió el norte por el ruido ocasionado y qué ruido por Berlín, Vichy o Berchtesgaden. Nunca se dejó desanimar por el ruido generado por la condena a muerte emitida en su contra. Nunca se dejó desorientar por el ruido de las turbinas del Westerland o de las olas del Océano Atlántico, cuando se embarcó con destino a Africa Ecuatorial para refundar a Francia desde el exterior. Nunca se dejó desmotivar por la unión de fuerzas de sus adversarios pactada en Montoire. Nunca se dejó llevar por el ruido.
¿Y a qué viene mi insistencia con el ruido? En otras latitudes, concretamente en la latitud 9°56' norte y longitud 84°5' oeste, una Presidenta últimamente se ha dedicado a justificar su reiterada inacción e indecisión y la frustrada consecución de sus aparentes planes de gobierno, en la existencia de ruidos ajenos a su administración.
Desde el ruido de los truenos, desbordamientos o deslizamientos ocasionados por una tormenta tropical, al ruido de los fuegos electorales anticipados y de otros partidos políticos coaligados en su contra, al ruido de las botas y armas de los militares nicaragüenses en isla Calero. Parece que hasta ahora se está dando cuenta de que la política está colmada de contratiempos y contravientos, de ruidos. Mientras se justifica en los ruidos ajenos, cultiva sin embargo algo que nos está matando lenta y silenciosamente: nuestra propensión como sociedad, pero ahora alentada por la propia administración, a resignarnos alegremente a nuestra suerte. A simplemente jugar al azar con nuestro destino.
Si De Gaulle lideró con esperanzas, aquí nos están gobernando con excusas y ocurrencias y algunas plegarias para que la suerte nos bendiga. Si De Gaulle llegó a quejarse que en el inicio “no tenía el tipo de adversarios que genera el éxito”, la presidenta Chinchilla Miranda parece estar destinada a “simplemente batallar con las aflicciones propias a los débiles”. Tal vez sea tiempo de que genere un poco de ruido propio.

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