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Aprender sin distancia

Eleonora Badilla ebadilla@castrocarazo.ac.cr | Martes 31 marzo, 2020


La crisis mundial que vivimos, misma que obliga al distanciamiento social, nos apresura a echar mano de las tecnologías digitales no solamente para trabajar desde lugares remotos, sino también para aprender y educar. En general es lo que conocemos como teletrabajo o educación a distancia.

Sin embargo, debo insistir, como lo he hecho en reiteradas ocasiones, que tanto el trabajo como el aprendizaje deben ser sin distancia. Me refiero a que, aunque las personas estén físicamente ubicadas en espacios geográficos y temporales distintos, necesitamos buscar deliberadamente la reducción sustancial de al menos tres lejanías: la cognitiva, la afectiva y la de acceso.

Una lejanía cognitiva es cuando se nos dificulta la comprensión. La dificultad para comprender se da en cualquier espacio en el que estemos: en el aula regular o en entornos virtuales. Y en el espacio virtual (en línea, como se le llama) hay que redoblar los cuidados. La atención del docente y la posibilidad de interactuar con los pares, sin duda contribuyen a la comprensión. La lejanía que pueden las personas sentir con un concepto, una idea o un conocimiento, puede ir reduciéndose si el acercamiento se realiza paulatinamente, partiendo (como recomiendan todos los autores y autoras) de conceptos concretos, cercanos y conocidos, para ir armando el andamio conceptual, que posibilitará luego, la construcción de conocimiento más abstracto. Para aprender hay que ir de lo concreto a lo abstracto. Es decir que, para ningún nivel del sistema o edad de los aprendientes hay soluciones milagrosas o fáciles para pasar de las aulas físicas, a los entornos virtuales. Los diseños curriculares que tenemos no son adecuados. Hay que rediseñarlos.

Por otro lado, la lejanía afectiva ha sido siempre señalada (también para todas las edades) como uno de los mayores obstáculos para el aprendizaje. Y en ese sentido, en medio de esta emergencia, tenemos que repensar lo que significa la corporalidad y presencia, para mitigar la lejanía afectiva en el aprendizaje. La pedagoga costarricense Silvia Chacón Ramírez ha señalado, que la presencia puede y debe hacerse sentir aún en espacios virtuales. Es decir, cuando hablamos de presencial, no nos referimos a físico, sino a cercano. Por lo tanto, la presencia cercana puede darse también en el espacio virtual. Algunos ejemplos de cómo hacerlo: enviando mensajes periódicos y relacionados con el tema; envío y publicación frecuente de preguntas generadoras de pensamiento; ofreciendo respuestas en vivo (sincrónicas) o al menos oportunamente si las actividades son en diferido (asincrónicas). Y aprovechando las posibilidades de colaboración que permiten las tecnologías digitales.

La lejanía de acceso se refiere a la (poca) posibilidad que tienen tanto docentes como estudiantes de contar con las herramientas tecnológicas en su domicilio para asistir de a las sesiones de aprendizaje programadas en entornos virtuales. Sabemos que no todas las personas cuentan con tecnología digital necesaria para aprender y educar. Tomemos el ejemplo de una ciudad en un país desarrollado: Nueva York, ciudad que se ha convertido en el más reciente epicentro de la pandemia que estamos viviendo.

¿Será posible pasar de inmediato de una educación en espacios físicos a una en espacios virtuales? No. En esa ciudad más de 300 mil estudiantes no tienen acceso a computadoras ni a internet. Es un problema que se presentará con mayor o menor intensidad en todas las ciudades y zonas de nuestros países. La solución allá fue dotar de enrutadores y computadoras a quienes más las precisan. Aquí, eso será cuando amainore la emergencia sanitaria, y declaremos una emergencia educativa.

Entre tanto, debemos ir preparándonos para la nueva educación que emergerá después de la crisis, que tendrá un alto componente digital (aunque esperamos que no total) y que debe ser intencionalmente sin distancia.

Paulo Blikstein, brasileño, profesor de la Universidad de Columbia y algunos de sus colegas compatriotas nos dan algunas sugerencias: 1) Diversificar las experiencias de aprendizaje con juegos, visitas a museos virtuales, simulaciones, programación, películas, arte y laboratorios remotos de ciencia. También pedir a estudiantes que diseñen entornos virtuales para el aprendzaje de sus pares; 2) Retar al estudiantado a construir invenciones, teorías y explicaciones. No se trata tanto que se responda de manera correcta, sino de valorar cómo se llegó a la respuesta. 3) Arriesgarse con contenidos extracurriculares: menos contenido, menos clase y más proyectos colaborativos. 4) Prever y neutralizar los riesgos de violaciones a la privacidad tanto de docentes como de estudiantes.

Y como no podía ser de otra forma Blikstein y sus colegas brasileños cierran con una frase del gran educador Paulo Freire: “La educación es sobre todo diálogo, es sobre todo aprender a cambiar el mundo”. Y se preguntan: “Frente a una crisis como la que enfrentamos: ¿valdrá la pena una hora menos de contenido y una hora más para soñar un mundo mejor”?

Yo creo que sí.







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