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Amarcord, a m´arcord, yo me acuerdo

Claudia Barrionuevo claudia@chirripo.or.cr | Lunes 10 agosto, 2015


A veces se logra el efecto “no me acuerdo” guardando eventos desagradables en el armario de la basura de nuestro cerebro. ¡Que el inconsciente vea a ver qué hace con ellos!

Amarcord, a m´arcord, yo me acuerdo

Cuando mi hija Valeria tenía 11 años fuimos al Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires y, como hasta ahora, le dedicó un buen tiempo de observación a cada una de las obras. El mes pasado, nueve años después, volvimos y me sorprendió que Vale recordara imágenes de algunas piezas. La memoria…
Cuando compartimos un momento de nuestras vidas con alguien y años después evocamos ese recuerdo, no siempre concordamos. Mi amiga Ivonne relata algunas anécdotas de nuestra juventud que, si no fuera porque me consta que tiene una memoria prodigiosa, juraría que las inventó. La memoria es selectiva y subjetiva.
Cultivamos ciertos recuerdos como si fueran plantas: los regamos, los limpiamos de yuyos y malas yerbas, los asoleamos. Tomamos un momento pasado y lo llenamos de tapetes, bordados y firuletes para luego darnos cuenta que fue un instante sin importancia, intrascendente a la luz de los años, una ilusión de la memoria. La memoria construye e inventa.
Nos gustaría que la máquina de borrar trozos de memoria de la película “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos” fuera real y así poder eliminar días, semanas, meses, años o lustros que se han convertido en pesadillas.
A veces se logra el efecto “no me acuerdo” guardando eventos desagradables en el armario de la basura de nuestro cerebro. ¡Que el inconsciente vea a ver qué hace con ellos! La memoria duele y atormenta.
Evocamos a los que amamos tanto y ya no están en esta vida. Sus voces están registradas en nuestra memoria auditiva así como los momentos que vivimos a su lado. La memoria supera a la muerte y alivia el dolor del duelo.
Cuando pasamos por un lugar al que nunca fuimos y tenemos la sensación de haber estado allí, decimos que es un “déjá vu”. ¿No será que heredamos genéticamente ciertos recuerdos de nuestros antepasados? Puede ser, aunque, si así fuera, no repetiríamos los errores de nuestros padres, ni tendríamos que ver a nuestros hijos tropezar con las mismas piedras. La memoria nos hace sabios pero le cuesta mucho tiempo lograrlo.
Compartimos los recuerdos de una familia, una generación, un grupo, un país y esa memoria que nos pertenece debe servir para evitar tragedias pasadas que nos afectan a todos y, también para saber que no estamos solos, formamos parte de una comunidad. La memoria es colectiva.
Aunque “Google” ha simplificado la búsqueda cotidiana y social de los recuerdos inmediatos, la modernidad nos obliga a recordar el pin de las tarjetas, la contraseña de la computadora, el celular, Facebook, Netflix, el WiFi… La memoria tiene capacidad ilimitada pero no conocemos bien los mecanismos de búsqueda.
Mi memoria es muy poco selectiva y a veces es atacada por factores externos y/o internos. Odio recordar todos los estribillos de las canciones de Arjona (como si me gustara) y no poder retener los nombres de los dioses griegos y romanos (aunque me encante la mitología). La memoria es ingrata.

Claudia Barrionuevo
claudia@barrionuevoyasociados.com

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