A mi candidato Presidente…
| Sábado 01 febrero, 2014
Se trata de confiar en alguien que nos guiará por cuatro años. Ante esa responsabilidad, quisiera dirigirme a usted, mi candidato, y decirle que…
A mi candidato Presidente…
Ahora que se aproxima el momento de tomar decisiones sobre el futuro político de nuestro país y luego de leer y escuchar las propuestas de quienes, como usted, se proponen lograr que le confiemos nuestro voto, ojalá tenga en cuenta algunas cosas, porque se trata de confiar en alguien que nos guiará por cuatro años. Ante esa responsabilidad, quisiera dirigirme a usted, mi candidato, y decirle que:
Primero: Por favor, sea honesto y sincero para que me diga la verdad y las medidas que se deben tomar para sacar adelante a mi país. No me diga lo que quisiera escuchar, no me endulce con palabras huecas, enredadas o evasiones. Tampoco lo haga con su linda sonrisa, su postura casi perfecta y su pose de dandi globalizado; eso me hace desconfiar de sus verdaderas intenciones.
Segundo: Su plan de gobierno me interesa y da recetas para todos los problemas, pero extraño que me diga cómo va a realizar todo lo que ofrece, sin promesas ni prosa rebuscada, solo quiero saber cómo hará realidad tanta cosa bonita que ahí describe.
Tercero: No trate de obtener mi voto advirtiéndome de amenazas apocalípticas y rumores de peligrosos extremos; solo quiero que me convenza con sus méritos. La estrategia del miedo ya no funciona, las etiquetas son feas y en estos días tampoco se usan. Y por favor no trate de fingir ideologías que no profesa, sea honesto y transparente, pues no se ve bien que trate de colarse a empujones en un centro moderado en el que no cree solo por un puñado de votos.
No olvide —del lado derecho— la famosa mano invisible que desde el siglo XVIII promete prosperidad, porque cada vez que aparece se convierte en una “mano peluda” de pobreza y desigualdad para las mayorías. Tampoco olvide que del otro lado igual miseria provocaron las consignas populares de la igualdad, pues terminaron en pocas manos dueñas de la verdad absoluta. Por favor, recuérdelo.
Cuarto: Comprenda que el diálogo verdadero, la escucha y la rendición de cuentas al pueblo, tanto como la transparencia y el respeto de los derechos humanos —le guste o no a alguna religión— resultan ineludibles en la democracia contemporánea y no caprichos de “revoltosos chancletudos”.
Quinto: Ojalá sepa de historia y no olvide las barbaries e injusticias que ha enfrentado la humanidad a través de los siglos en nombre de Dios. Así, seguro no confundirá fe con derechos humanos, ateísmo con laicismo, ni valores con religiosidad. Esto le ayudará a ir superando prejuicios, fundamentalismos y discursos cargados de discriminación.
Le cuento que cuando era niña, mi primer amigo —a los cinco años— se llamaba Fernando Arturo. Con él todo era maravilloso, transparente y sin fatalismos; él no tenía agenda paralela, era genuino e inocente y yo confiaba siempre en lo que decía y en su sonrisa. Jamás me defraudó. Ojalá que si usted va a ser mi Presidente, se parezca un poco a Fernando Arturo. En alguien como él sí podría volver a confiar.
Laura Arguedas Mejía
Politóloga
lauraarguedas@yahoo.com