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"A lo tico". ¡Qué tuanis!

Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 18 noviembre, 2010


Me encontré en la librería con un ejemplar de “A lo Tico”, escrito por Alf Giebler Simonet. Vieran qué libro más tuanis.

A pesar de que este ejemplar corresponde a su tercera edición, tengo que confesar que no conocía de su existencia, ni la de su autor. No se me ocurrió otra cosa más que había sido escrito por un extranjero, que probablemente ni siquiera hablaba español y que, sintiéndose por alguna razón identificado con el país, había publicado una de esas múltiples guías para turistas que pululan en los estantes de las librerías.

Pues resulta que no, que yo estaba más perdido que el chiquito de la Llorona y que a pesar de su patronímico digamos, no tradicional, el don Alf es tan tico como el guaro de coyol y que de carajillo lo mandaban, como a mí, a hacer mandados a la Puerta del Sol, en la esquina frente a la Farmacia Nema, así que más de una vez me lo pude haber “topao” ahí o en la Barbería Rex, o en el pool o matando el rato en la sastrería de las 50 varas, la de Quincho y Román.

Este “confisgao” librito es una recopilación, tan sabrosa como una buena olla'carne, de 1.600 palabras propias del lenguaje popular que Alf y yo crecimos hablando y que compartíamos todos los ticos, desde los más maiceros hasta el más catrín.

Me volé el libro de una sola sentada, o como se diría en buen tico: más rápido que un cuechazo, o sea, como trompada de loco. Es que de verdad resulta una sabrosura recordar tantos y tantos vocablos que usábamos de carajillos y que “A lo Tico” nos trae a la memoria preservándolos para siempre. Viera usted la cara que hacen cuando comento con alguno de los jóvenes y jóvanas, compañeros y compañeras (no me vayan a meter un recurso como al Himno Nacional), que mi tata me daba un cuatro para ir a la escuela, que me gastaba veinte en el bus y todavía me alcanzaba para un prestiño, una cocada y una zarza. Claro que estos chirriados, no tienen la culpa de que la inflación haya pasado al olvido expresiones como dos, cuatro o seis reales, que eran una, dos o tres coras; ni de que ya ni en los pueblos se sepa qué es una cazadora, un perol, o una cacharpa, o qué es ser un mae muy cuita o que le metan a uno un diez con “güeco” (¿qué es un diez?). Tampoco tienen por qué entender cuando les digamos “acuantá”, o les advirtamos que se van a quedar siendo unos “anonas” si no estudian o unas mirruscas si siguen fumando; ni qué son las chócolas o los chumicos, o por qué decimos que ese mae es un “balochas” .

Me dio cabanga leer “A lo Tico” y percatarme de que la gente ya ni por chiripa sabe qué es un miche, o una muca (yo tengo una toda desguabilada).

Ayer en la mañana muy tempranito me fui a hacer punta donde Piquín. Cuando llegué a la oficina me preguntaron que dónde andaba y dije que “pelándome en la barbería”. “¿Cómo que pelándose? ¿Y eso qué es?” Preguntaron. Vieran las caras… Ni que les hubiera hablado en ruso. Ah, perdón, andaba en el spa en un date con la “estilista”.

¿Cuál bolsa?

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