30 años sin Alfred Hitchcock
Redacción La República redaccion@larepublica.net | Viernes 30 abril, 2010
30 años sin Alfred Hitchcock
Entre sadismo y sensualidad volcánica emergía siempre su elegante humor con marca de la casa
Simplificar es necesario pero no hace justicia a los maestros. Treinta años después de su muerte, la sombra de Alfred Hitchcock no solo es oronda y reconocible, sino también alargada, ya que la vigencia de su cine sigue inalterable, pues iba más allá de las magias del suspense.
El cine debe mucho más a Hitchcock que un solo género. Todo giraba alrededor de unos ejes reconocibles: un falso culpable, una mujer rubia o un policía del cual burlarse. La industria nunca dudó de su don para el entretenimiento, para convertir el cine en ese “pastel de vida” que uno engullía con facilidad.
Pero los críticos y posteriores cineastas de “Cahiers du Cinéma”, especialmente Truffaut en su libro “El cine según Hitchcock”, fueron los primeros en leer entre líneas. En sentir que en la receta del maestro había más de un ingrediente indigesto.
Rascaron en el entretenimiento y encontraron perversión. Descuartizaron el suspense y hallaron alta comedia y pulsión sexual. Y en la planificación de su cine escudriñaron las claves del cine moderno, porque Hitchcock manipuló a su público a nivel subliminal con una inocente cámara.
Iluminó un vaso de leche desde dentro en “Suspicion”, introdujo el plano secuencia con resultados deslumbrantes en “The Rope” o convirtió la teatralidad en algo sumamente cinematográfico en “Lifeboat”. Incluso el formato ahora de moda, el 3D, funcionó para él en “Dial M for Murder”.
Alfred Hitchcock había nacido en Londres en 1899 pero se nacionalizó estadounidense. Casado con Alma Reville, en ocasiones su guionista, aseguraba no tener relaciones sexuales desde que tuvo a su hija Patricia. Esa abstinencia fue uno de los hilos más turbadores de su cine.
“Vertigo” era en realidad una historia de necrofilia. “Rear Window” puro voyeurismo. “Notorious” definía al villano interpretado por Claude Rains por su manifiesta inferioridad sexual. Y la homosexualidad paseaba por entre los rostros del monte Rushmore en “North by Northwest”.
¿Quién dijo inocencia? La pérdida de la misma hilaba “Shadow of a Doubt”, uno de sus títulos predilectos, y la candidez de Joan Fontaine frente a la primera señora De Winter hacía que, aun en su ausencia, la verdadera protagonista del primer filme americano de Hitch fuese indudablemente la pérfida “Rebeca”.
El mago del suspense no era un cineasta condescendiente con el débil. Disfrutaba mostrando la crueldad del instinto de supervivencia: el villano era más fascinante que el héroe, como en “Strangers on a Train”. La madre devoraba psicológicamente al hijo, como en “Psycho”. Y la naturaleza imponía sus leyes a capricho, como en “The Birds”.
Entre ese sadismo y la sensualidad volcánica emergía siempre elegante el humor con marca de la casa. Solo una vez Hitchcock renunció al suspense, y fue para firmar una comedia: “Mr.& Mrs. Smith”.
El género le acompañó casi siempre: despuntó por primera vez en “39 Steps”, se vistió de sofisticación en “To Catch a Thief” y despidió su cine en “Family Plot”.
Mientras tanto, Hitchcock tenía tiempo para inaugurar términos como el cameo —otra firma personal—, el psicoanálisis para la gran pantalla —en “Spellbound” y luego en “Marnie”— o el asesinato de la actriz protagonista, de nuevo en “Psycho”.
Esta cinta, precisamente, fue concebida para la televisión, lugar que transitó como buen visionario con su serie “Alfred Hitchcock Presents”.
También Hitch innovó en la música, gracias sobre todo a Bernard Herrmann, que rompió los moldes de la música sinfónica del cine clásico.
También mantuvo abierto el canal de cine y pintura colaborando con Salvador Dalí para los decorados de “Spellbound”.
Madrid /EFE
Entre sadismo y sensualidad volcánica emergía siempre su elegante humor con marca de la casa
Simplificar es necesario pero no hace justicia a los maestros. Treinta años después de su muerte, la sombra de Alfred Hitchcock no solo es oronda y reconocible, sino también alargada, ya que la vigencia de su cine sigue inalterable, pues iba más allá de las magias del suspense.
El cine debe mucho más a Hitchcock que un solo género. Todo giraba alrededor de unos ejes reconocibles: un falso culpable, una mujer rubia o un policía del cual burlarse. La industria nunca dudó de su don para el entretenimiento, para convertir el cine en ese “pastel de vida” que uno engullía con facilidad.
Pero los críticos y posteriores cineastas de “Cahiers du Cinéma”, especialmente Truffaut en su libro “El cine según Hitchcock”, fueron los primeros en leer entre líneas. En sentir que en la receta del maestro había más de un ingrediente indigesto.
Rascaron en el entretenimiento y encontraron perversión. Descuartizaron el suspense y hallaron alta comedia y pulsión sexual. Y en la planificación de su cine escudriñaron las claves del cine moderno, porque Hitchcock manipuló a su público a nivel subliminal con una inocente cámara.
Iluminó un vaso de leche desde dentro en “Suspicion”, introdujo el plano secuencia con resultados deslumbrantes en “The Rope” o convirtió la teatralidad en algo sumamente cinematográfico en “Lifeboat”. Incluso el formato ahora de moda, el 3D, funcionó para él en “Dial M for Murder”.
Alfred Hitchcock había nacido en Londres en 1899 pero se nacionalizó estadounidense. Casado con Alma Reville, en ocasiones su guionista, aseguraba no tener relaciones sexuales desde que tuvo a su hija Patricia. Esa abstinencia fue uno de los hilos más turbadores de su cine.
“Vertigo” era en realidad una historia de necrofilia. “Rear Window” puro voyeurismo. “Notorious” definía al villano interpretado por Claude Rains por su manifiesta inferioridad sexual. Y la homosexualidad paseaba por entre los rostros del monte Rushmore en “North by Northwest”.
¿Quién dijo inocencia? La pérdida de la misma hilaba “Shadow of a Doubt”, uno de sus títulos predilectos, y la candidez de Joan Fontaine frente a la primera señora De Winter hacía que, aun en su ausencia, la verdadera protagonista del primer filme americano de Hitch fuese indudablemente la pérfida “Rebeca”.
El mago del suspense no era un cineasta condescendiente con el débil. Disfrutaba mostrando la crueldad del instinto de supervivencia: el villano era más fascinante que el héroe, como en “Strangers on a Train”. La madre devoraba psicológicamente al hijo, como en “Psycho”. Y la naturaleza imponía sus leyes a capricho, como en “The Birds”.
Entre ese sadismo y la sensualidad volcánica emergía siempre elegante el humor con marca de la casa. Solo una vez Hitchcock renunció al suspense, y fue para firmar una comedia: “Mr.& Mrs. Smith”.
El género le acompañó casi siempre: despuntó por primera vez en “39 Steps”, se vistió de sofisticación en “To Catch a Thief” y despidió su cine en “Family Plot”.
Mientras tanto, Hitchcock tenía tiempo para inaugurar términos como el cameo —otra firma personal—, el psicoanálisis para la gran pantalla —en “Spellbound” y luego en “Marnie”— o el asesinato de la actriz protagonista, de nuevo en “Psycho”.
Esta cinta, precisamente, fue concebida para la televisión, lugar que transitó como buen visionario con su serie “Alfred Hitchcock Presents”.
También Hitch innovó en la música, gracias sobre todo a Bernard Herrmann, que rompió los moldes de la música sinfónica del cine clásico.
También mantuvo abierto el canal de cine y pintura colaborando con Salvador Dalí para los decorados de “Spellbound”.
Madrid /EFE