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​¡Nadie cuida lo que no le ha costado!

Emilio Bruce ebjreproduccion@gmail.com | Viernes 31 marzo, 2017


Pero la actitud del costarricense de manera inexplicable cambió. Comenzó a generarse una clase numerosa de personas que esperaban que fuera el estado el que todo lo resolviera en sus vidas. Comenzó a haber masas impresionantes que lejos de buscar forjarse su vida volvían la mirada hacia el gobierno y sus instituciones para que estos fueran los que se la forjaran con mínimo esfuerzo personal. ¿Cómo fueron educados así? ¿Quiénes les crearon esa idiosincrasia?

Sinceramente

¡Nadie cuida lo que no le ha costado!

Allá en 1821 nuestra ruta se separó de la de España y comenzó nuestra vida democrática y nuestra existencia independiente. Pocos habitantes, que se conocían personalmente unos a otros, que vivían bastante aislados en poblados pequeños, donde se había forjado un individualismo marcado, donde la libertad e independencia personales se ganaron antes de la de Costa Rica, a través del trabajo, comenzaron el experimento democrático como comunidad. El trabajo duro y la economía aún más dura hicieron de todos ellos personas que sentían un gran respeto por el dinero ganado con mucho esfuerzo y un mayor respeto y celo por su independencia personal, la base fundamental del sistema republicano y democrático.
Cuando en 1855 comenzaron los amagos de invasión extranjera, aquellos campesinos y agricultores se prepararon, se armaron cuidadosamente, hornearon bizcocho, prepararon vendas, organizaron carretas de bueyes para transportar boca, tropa y cañón y, entrados en batalla en Santa Rosa, en pocos minutos sacaron del territorio nacional a los filibusteros. Bien armados, mejor dirigidos, bien pagados, los filibusteros no resistieron mucho en Santa Rosa cuando a machete limpio en el cuerpo a cuerpo los hijos jóvenes de los agricultores del Valle Central los mataron y los hicieron huir de Costa Rica. La Campaña Nacional nos costó la vida de un 10% de la población y galvanizó el espíritu de los costarricenses. Hoy no se puede construir ni reparar obra pública, todo se discute y se objeta.
Siempre religiosos, siempre republicanos, muy trabajadores, sobrios en su vivir hasta los ricos, discurrieron los costarricenses el resto del siglo XIX. Don Tomás Guardia modernizó el país, luego los liberales consolidaron sus reformas de diferentes maneras. Cuando en 1917 el gobierno de entonces usó la fuerza contra sus opositores, lejos de amedrentarlos los unió en su contra. Cuando en 1948 muchos costarricenses se sintieron privados de su libertad de sufragio y elección, una gran revolución popular acabó con el gobierno de don Teodoro Picado quien para garantizar el sufragio había organizado y fundado el Tribunal de Elecciones. Cuando en 1949 y 1955 costarricenses y tropas de Nicaragua invadieron el país y se pidieron voluntarios para defender la Patria, nuestro hogar común, no se pudieron atender tantos ofrecimientos de jóvenes valientes que iban a colocar en riesgo su vida por el país. No ha sido la actitud de estos pasados años ante ofensa similar.
Ha pasado la vida y nos hemos acostumbrado a la democracia. Nos es natural. Es tan natural en nuestras vidas que ya no le conferimos el valor que la libertad de hablar y opinar, decir y elegir, reemplazar un gobierno por otro sin recurrir a las armas, tiene para muchos otros que aún están en la lucha por alcanzar nuestro estado de cosas, por lograr nuestras libertades.
La reforma social y las instituciones sociales que vinieron después hicieron que el costarricense tuviera derechos que nadie había pensado alcanzar nunca. Cuando tuvimos acceso a las universidades después de la secundaria y de la escuela básica, muchos no salían de su asombro.
Pero la actitud del costarricense de manera inexplicable cambió. Comenzó a generarse una clase numerosa de personas que esperaban que fuera el estado el que todo lo resolviera en sus vidas. Comenzó a haber masas impresionantes que lejos de buscar forjarse su vida volvían la mirada hacia el gobierno y sus instituciones para que estos fueran los que se la forjaran con mínimo esfuerzo personal. ¿Cómo fueron educados así? ¿Quiénes les crearon esa idiosincrasia?
Se confundió democracia y se confundió la legitimación del valor del individuo por parte del estado con dependencia, clientelismo y pasividad y la aspiración de miles fue simplemente llegar a una buena pensión.
Podemos perder la democracia. Podemos perder la libertad. Nadie aprecia lo que no le ha costado. Una generación que critica y reclama pero no propone está por heredar el país.

Emilio R. Bruce
Profesor
ebruce@larepublica.net

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