Victorias ocultas
| Viernes 22 agosto, 2008
Victorias ocultas
¿Qué prefiere un padre de familia: que sus hijos obtengan, de vez en cuando, el mejor promedio de su clase en la escuela, o que aprendan a superarse a sí mismos, constantemente, sin importar su posición en el “ranking” entre sus compañeros? La construcción de equipos de alto rendimiento requiere lo segundo, y eso es difícil de comprender para quienes solo demandan buenos resultados a corto plazo, aunque sean intermitentes.
Es frustrante saber que se posee el talento para lograr victorias constantes, pero que este no germina por mandato de barreras individuales y colectivas. Mientras los miembros del equipo no aprendan a derribarlas, la incompetencia interna será más peligrosa que la competencia externa. Los síntomas de esas barreras para crecer son el conformismo, las excusas, la mediocridad en el desempeño y, consecuentemente, la resignación y el estancamiento.
La mayor interferencia hacia el despliegue del talento del equipo es el individualismo, la dictadura del “yo” sobre el “nosotros”. La segunda es la incapacidad para desaprender hábitos nocivos y la falta de voluntad para emprender la renovación de actitudes y formas de aprender a ser mejores. El surgimiento de un liderazgo visionario que se percate de que, como dice Camilo Cruz, “la satisfacción con lo bueno es el peor enemigo de lo extraordinario”, dinamiza al equipo y lo coloca en posición hacia el crecimiento.
El éxito creciente es el premio a los equipos constantes en derribar barreras que impiden el paso del simple “deseo” a la “determinación.” El psiquiatra deportivo Michael Lardon sugiere tres conductas para lograr esta inteligente transición: (1) involucramiento en actividades mentales complejas y diversas que estimulen la sensación de reto, renovación, creatividad y confianza para la superación de obstáculos; (2) definición de una meta desafiante y el estudio riguroso de lo que ella implica, incluyendo el camino que habrá que recorrer para alcanzarla; y (3) empezar a trabajar de inmediato, con inquebrantable disciplina, a colocar cada ladrillo necesario para construir la obra ya diseñada.
La victoria suprema es entonces, entrar en un estado de transformación interna, que permita superar barreras auto-impuestas, crear cohesión de ideales y una auténtica pasión para hacer realidad una ilusión renovada. Es posible que al emprender esta transformación haya un poco de desorden, desajustes, resistencia e inestabilidad, pero ese es el precio que toda organización paga cuando determina superar sus propios resultados. Encender la ignición del cambio individual y colectivo, sin treguas, constituye una victoria oculta a los externos, que luego gozarán, junto al equipo, la constancia de un visible alto desempeño.
German Retana
German.retana@incae.edu
¿Qué prefiere un padre de familia: que sus hijos obtengan, de vez en cuando, el mejor promedio de su clase en la escuela, o que aprendan a superarse a sí mismos, constantemente, sin importar su posición en el “ranking” entre sus compañeros? La construcción de equipos de alto rendimiento requiere lo segundo, y eso es difícil de comprender para quienes solo demandan buenos resultados a corto plazo, aunque sean intermitentes.
Es frustrante saber que se posee el talento para lograr victorias constantes, pero que este no germina por mandato de barreras individuales y colectivas. Mientras los miembros del equipo no aprendan a derribarlas, la incompetencia interna será más peligrosa que la competencia externa. Los síntomas de esas barreras para crecer son el conformismo, las excusas, la mediocridad en el desempeño y, consecuentemente, la resignación y el estancamiento.
La mayor interferencia hacia el despliegue del talento del equipo es el individualismo, la dictadura del “yo” sobre el “nosotros”. La segunda es la incapacidad para desaprender hábitos nocivos y la falta de voluntad para emprender la renovación de actitudes y formas de aprender a ser mejores. El surgimiento de un liderazgo visionario que se percate de que, como dice Camilo Cruz, “la satisfacción con lo bueno es el peor enemigo de lo extraordinario”, dinamiza al equipo y lo coloca en posición hacia el crecimiento.
El éxito creciente es el premio a los equipos constantes en derribar barreras que impiden el paso del simple “deseo” a la “determinación.” El psiquiatra deportivo Michael Lardon sugiere tres conductas para lograr esta inteligente transición: (1) involucramiento en actividades mentales complejas y diversas que estimulen la sensación de reto, renovación, creatividad y confianza para la superación de obstáculos; (2) definición de una meta desafiante y el estudio riguroso de lo que ella implica, incluyendo el camino que habrá que recorrer para alcanzarla; y (3) empezar a trabajar de inmediato, con inquebrantable disciplina, a colocar cada ladrillo necesario para construir la obra ya diseñada.
La victoria suprema es entonces, entrar en un estado de transformación interna, que permita superar barreras auto-impuestas, crear cohesión de ideales y una auténtica pasión para hacer realidad una ilusión renovada. Es posible que al emprender esta transformación haya un poco de desorden, desajustes, resistencia e inestabilidad, pero ese es el precio que toda organización paga cuando determina superar sus propios resultados. Encender la ignición del cambio individual y colectivo, sin treguas, constituye una victoria oculta a los externos, que luego gozarán, junto al equipo, la constancia de un visible alto desempeño.
German Retana
German.retana@incae.edu