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Vaticano a la puerta de cambios

Bloomberg | Sábado 16 marzo, 2013




La abdicación sorpresiva de Benedicto XVI alimentó las versiones de que su salida estaba motivada en parte por la imposibilidad de acabar con la mala gestión y la extendida corrupción


Vaticano a la puerta de cambios

El papa Francisco se considera para su elección tras los escándolos que siguieron al vaticano en los últimos años, según los analistas. AFP/La República

Ni siquiera el Estado más pequeño del mundo puede eludir los males del gobierno fuertemente centralizado.
Para el flamante papa Francisco, el desafío consistirá en reformar una burocracia de siglos que en los últimos tiempos ha sido más vinculada a la intriga y la corrupción de su pasado lejano que a las normas para una buena gestión de gobierno del siglo XXI.
Pese a ocupar apenas 0,44 kilómetros cuadrados de territorio en el centro de Roma, el Vaticano supervisa las relaciones con 1.200 millones de creyentes en más de 100 países con 3 mil diócesis y casi 1 millón de sacerdotes y monjas. Este trabajo en la sede se concentra en manos de la secreta Curia Romana, un puñado de hombres poderosos, en su mayoría italianos.
Desde la correspondencia papal robada que puso en evidencia las luchas políticas internas hasta una investigación relativa a sospechas de lavado de dinero por parte de su filial bancaria, el velo del secreto fue parcialmente levantado en estos últimos años dejando a la vista algunas de las maquinaciones de los administradores de la Iglesia católica entre bambalinas. Francisco, el hombre que asume la tarea de manejar la Curia, es un jesuita que viaja en autobús y eligió el trabajo pastoral en Buenos Aires antes que un alto cargo en Roma.
“La gestión necesita una afinación”, dijo Christopher Bellitto, historiador papal en la Universidad Kean de Nueva Jersey, en una entrevista telefónica. “Alguien que se pueda despedir y contratar con facilidad y elegir de afuera y hacerse cargo del abuso sexual. El hombre o la tarea no podían venir de adentro”.
La abdicación sorpresiva de Benedicto XVI alimentó las versiones de que su salida estaba motivada en parte por la imposibilidad de acabar con la mala gestión y la extendida corrupción entre el aparato integrado por 4 mil  personas a las que se confía el manejo de la actividad diaria de la iglesia.
La Curia acaparó la atención del público el año pasado a raíz de una inundación enorme de cartas y documentos que fueron pasados a la prensa por el mayordomo personal del Papa, Paolo Gabriele.
El material presentaba al Vaticano como una fuente de conspiración y a Benedicto como un líder frágil, incapaz de controlar a sus subordinados.
Gabriele defendió su traición diciendo que trataba de proteger al Papa exponiendo el “mal y la corrupción” galopantes en la Curia.
El cardenal Tarcisio Bertone, que oficiaba de segundo en la jerarquía después de Benedicto, estuvo en el centro de lo que se conocería como “Vatileaks”.
A los 78 años, Bertone –según lo describe Gianluigi Nuzzi, el periodista italiano que escribió un libro en base a los documentos que recibió- complotó para crear obstáculos a rivales y encubrir corrupción y amiguismo. La respuesta del cardenal italiano a esa revelación fue que “muchos periodistas están tratando de imitar a Dan Brown”, autor de “El Código Da Vinci”.
La aparición de un expediente secreto sobre las filtraciones encargado por Benedicto y presentado al Papa poco antes de que éste anunciara su decisión de renunciar, atizaron las sospechas de que tenía escaso control sobre lo que estaba sucediendo y que había llegado a la conclusión de que no podía confiar en nadie, según William Portier, profesor de teología en la Universidad de Dayton en Ohio.
Ninguno de los cardenales electores fue autorizado a ver el expediente, que será visto nada más que por Francisco.
Bertone en su carácter de mano derecha del Papa, controla, o impide, el acceso al pontífice y su despacho es el que más cerca está de los aposentos privados del Papa.
La salida voluntaria de Benedicto –virtualmente sin paralelos desde que la última renuncia papal fue impuesta a Gregorio XII para poner fin al Cisma de Occidente en 1415- es una oportunidad única para realizar cambios integrales.

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