Todos pudimos ser Santiago
| Jueves 23 febrero, 2012
Todos pudimos ser Santiago
Sé que muchos podrían ser los autores de este artículo. Muchas voces se podrían unir para corear notas de agradecimiento y admiración como la que me dispongo a escribir. Sé que no soy el único padre que hoy no puede abrazar a su hijo sin pensar en la pericia de un médico preclaro, de un pediatra insigne, de un ser humano entregado a su profesión y empeñado en salvar vidas. Hablo del doctor Alberto Sáenz Pacheco.
Al doctor Sáenz lo conocí en el quirófano. El ejercía su labor de médico neonatólogo y yo mi atemorizada e incipiente labor de padre. Mi hijo nacía, pero nacía con una premura tan inusual como compleja.
-Tóquele la manita- me dijo don Alberto. Santiago tenía siete minutos de nacido y estaba a punto de marcharse en una ambulancia hacia el Hospital Nacional de Niños, donde permanecería durante meses. Mi mano temblorosa de padre primerizo extendió un dedo tímido hacia la diminuta mano de un sietemesino decidido a luchar por su vida. Ese fue el verdadero momento en que desperté a la paternidad.
-Tómele muchas fotos- me increpó mientras la incubadora se dirigía hacia la ambulancia. También obedecí.
Lo conocí luchando por la vida de mi hijo. Y desde ese lluvioso viernes 20 de mayo de 2011 no ha abandonado la lucha. Una guerra que ha librado desde hace casi 40 años, empeñado en darles a los seres humanos más pequeños y vulnerables la oportunidad de triunfar sobre la adversidad. Ahí donde muchos pierden la esperanza, donde muchos ya no hablan de “mañana”, aparece la voz queda del Dr. Sáenz que sabe decir: “No pasa nada, sigamos”. Ahí donde muchos ven malformaciones y enfermedades, don Alberto ve vida y sabe pronunciarla con tal convicción que logra convidar hasta al más escéptico.
Mi hijo Santiago vive, vive porque Dios ha hecho milagros en él. No debía vivir, lo dice la ciencia, pero vive. Y uno de esos milagros lo hizo hace décadas, cuando don Alberto abandonó la idea de estudiar arquitectura y se decidió por la neonatología. Hoy, luego de casi 40 años de entrega sacrificial en el Hospital Nacional de Niños aplaudimos su carrera y celebramos su labor.
Mi hijo Santiago vive, vive con muchos otros nombres y en muchas otras casas de Costa Rica, donde padres agradecidos abrazan a sus hijos y recuerdan a un pediatra insigne, a un ser humano entregado a su profesión y empeñado en salvar vidas. Muchas gracias Doctor.
José Pablo Chacón A.
Ced 1-993-752
Director de Comunidad Interludio
Sé que muchos podrían ser los autores de este artículo. Muchas voces se podrían unir para corear notas de agradecimiento y admiración como la que me dispongo a escribir. Sé que no soy el único padre que hoy no puede abrazar a su hijo sin pensar en la pericia de un médico preclaro, de un pediatra insigne, de un ser humano entregado a su profesión y empeñado en salvar vidas. Hablo del doctor Alberto Sáenz Pacheco.
Al doctor Sáenz lo conocí en el quirófano. El ejercía su labor de médico neonatólogo y yo mi atemorizada e incipiente labor de padre. Mi hijo nacía, pero nacía con una premura tan inusual como compleja.
-Tóquele la manita- me dijo don Alberto. Santiago tenía siete minutos de nacido y estaba a punto de marcharse en una ambulancia hacia el Hospital Nacional de Niños, donde permanecería durante meses. Mi mano temblorosa de padre primerizo extendió un dedo tímido hacia la diminuta mano de un sietemesino decidido a luchar por su vida. Ese fue el verdadero momento en que desperté a la paternidad.
-Tómele muchas fotos- me increpó mientras la incubadora se dirigía hacia la ambulancia. También obedecí.
Lo conocí luchando por la vida de mi hijo. Y desde ese lluvioso viernes 20 de mayo de 2011 no ha abandonado la lucha. Una guerra que ha librado desde hace casi 40 años, empeñado en darles a los seres humanos más pequeños y vulnerables la oportunidad de triunfar sobre la adversidad. Ahí donde muchos pierden la esperanza, donde muchos ya no hablan de “mañana”, aparece la voz queda del Dr. Sáenz que sabe decir: “No pasa nada, sigamos”. Ahí donde muchos ven malformaciones y enfermedades, don Alberto ve vida y sabe pronunciarla con tal convicción que logra convidar hasta al más escéptico.
Mi hijo Santiago vive, vive porque Dios ha hecho milagros en él. No debía vivir, lo dice la ciencia, pero vive. Y uno de esos milagros lo hizo hace décadas, cuando don Alberto abandonó la idea de estudiar arquitectura y se decidió por la neonatología. Hoy, luego de casi 40 años de entrega sacrificial en el Hospital Nacional de Niños aplaudimos su carrera y celebramos su labor.
Mi hijo Santiago vive, vive con muchos otros nombres y en muchas otras casas de Costa Rica, donde padres agradecidos abrazan a sus hijos y recuerdan a un pediatra insigne, a un ser humano entregado a su profesión y empeñado en salvar vidas. Muchas gracias Doctor.
José Pablo Chacón A.
Ced 1-993-752
Director de Comunidad Interludio