Tiempo de comunión
Vilma Ibarra vilma.ibarra@gmail.com | Miércoles 27 marzo, 2013
La maravilla de esta obra que es la vida, es que la creación nos regala un gran templo abierto que se manifiesta en una playa solitaria con un mar inmenso
Hablando Claro
Tiempo de comunión
Es mediodía del lunes. Camino por la playa aprovechando la paz y el silencio maravilloso que permite acompasar la marcha con las olas que revientan y se agotan en la arena. El sol abrasador no me perturba porque la fuerte brisa marina siempre limpia cuerpo y alma.
El recogimiento, aunque solo sea por 90 minutos, resulta imprescindible cuando de elevar nuestros pensamientos se trata. Me apropio con respiraciones profundas del particular privilegio de estar sola en la pequeña playa de Hermosa (entre Dominical y Uvita) e imagino cómo en las horas por venir, centenares de vacacionistas llegarán ansiosos huyendo del tumultuoso ajetreo diario que tanto nos agobia y también ¿por qué no? un poquito de abstracción en estos días.
La vida es un ratico. Y cada uno de nosotros, en la inmensa pequeñez que nos es dada, sentimos la imperiosa necesidad de buscar momentos para estar en comunión con nuestras convicciones más profundas. Esas que nos ayudan a intentar ser mejores seres humanos en la paradójica realidad de tanta limitación que nos atropella las intenciones del día a día, mientras transcurren los meses y se acumulan los calendarios del tiempo que no volverá.
Y en medio de mis cavilaciones recuerdo una sencillísima guía máxima de vida del padre Miguel Picado. Cuando estés perdido ante cualquier situación repentina de esas que nos hacen ponerle un abrupto alto al camino o de aquellas que se arrastran como producto de las circunstancias adversas de toda una vida, pregúntese siempre: ¿y ahora qué voy a hacer yo conmigo?
Y ese cuestionamiento, que es una gentil confrontación imperativa de “no te rindás nunca”, me lleva a pensar en una adulta joven de contagiosa energía que he conocido por poco pero suficiente tiempo para saberla una mujer plena y muy feliz, que ante el repentino y devastador diagnóstico de la salud quebrantada me dijo resuelta: “he decidido luchar”.
¿Cuán dispuesta estaría yo a luchar de cara a una circunstancia límite? ¿Con cuál fuerza abandonaría mis recodos de confort? Si tenemos una fe que no alcanza ni el referente de un grano de mostaza ¿cómo es que la dosis alcanza para no cejar en el empeño de luchar? Y en todo caso ¿cuáles son las formas de llevar adelante cada lucha en particular?
Preguntas que pensé que a estas alturas ya tendría resueltas habida cuenta de los muchos exámenes y evaluaciones de vida por los que he pasado, pero que de pronto, constato que no termino nunca de volver a elaborar…
Un hombre justo decidió morir por sus convicciones. Y con ello, nos proporcionó muchas lecciones aún vigentes para el camino. Y no importa si usted es uno de esos que se califican como un racionalista o ateo. Ese hombre existió. Y todavía hoy inspira a millones de seres humanos, independientemente de que acudan o no a un templo.
La maravilla de esta obra que es la vida, es que la creación nos regala un gran templo abierto que se manifiesta en una playa solitaria con un mar inmenso a nuestros pies.
Vilma Ibarra
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