Teoría de la evolución tica
Redacción La República redaccion@larepublica.net | Viernes 20 marzo, 2009
Teoría de la evolución tica
Luis Valverde
lvalverde@larepubica.net
VY Canis Majoris es lo que los astrónomos llaman una estrella hipergigante roja. No es para menos. Ubicada a unos 5 mil años luz, este “pequeño” destello en nuestro cielo posee un tamaño tal que harían falta nada menos que 7 mil billones de planetas Tierra para alcanzar sus dimensiones. Si la pusiéramos en lugar del Sol, su superficie se extendería más allá de Saturno.
La teoría del Big Bang, la más aceptada por los científicos, establece que fue a partir de la explosión de un pequeño punto de materia con densidad infinita, que se formaron todas las partículas del Universo que hoy conocemos, con ellas la Tierra, una pequeña esfera perdida en el infinito y en la cual surgió la vida.
La comprensión de procesos tan complejos son aspectos que por mucho tiempo han desafiado la lógica humana, raza a la cual el designio divino le encomendó la tarea de reinar sobre el planeta y la cual ha encontrado en la continua evolución muchas de las respuestas a la supervivencia y a su razón de existir.
El camino ha sido largo y esta constante evolución ha llevado a la humanidad a diferenciarse entre sus propios miembros.
Los costarricenses, como seres nanométricos del universo, y aún del planeta Tierra, no escapamos a esta diferenciación natural, y hemos creado nuestro propio mundo, poco comprensible a veces.
Aceptamos como si se tratara de un designio divino pagar combustibles caros, mientras en el extranjero su precio se mantiene bajo. Y nadie, ni el gobierno ni las entidades fiscalizadoras, ni los propios consumidores, hacen algo por remediarlo. Evolucionamos hacia una especie amaestrada.
Pagamos comidas de millonarios, incluso con el dinero del Estado, sin que nos importe si afuera en la calle algún niño no ha desayunado, o si alguna madre sufre por todo lo que le falta. Evolucionamos hacia una especie en donde el cinismo y la frialdad nos han consumido.
Discutimos y armamos foros y debates sobre el color de unas bolas que sirven para supuestamente tomar decisiones, pero pocas son las decisiones que se toman (deja vu: me parece haber escrito sobre este mismo tema de las bolitas en el Congreso hace ya como cuatro años, exactamente por la misma queja… ni siquiera en eso han logrado una decisión). La teoría evolutiva no parece haber llegado aún a nuestro ámbito político.
Descubrimos que la forma más sencilla de evadir las responsabilidades y escapar de una posible acusación penal es renunciar a nuestros puestos. No importa si son montos grandes o pequeños, si son delitos comprobados o no, es más fácil entregar la carta y seguir al León Melquiades, mientras la marea baja y a todos se nos olvida. Evolucionamos hacia una sociedad donde la justicia no parece ser igual para todos.
Festejamos fumando el opio del fútbol, consumimos hasta la última gota de malta en la botella, gritamos y gesticulamos en la carretera y vociferamos contra los que se oponen a nuestras ideas, mientras al mismo tiempo pretendemos enseñar a nuestros hijos los valores de una patria supuestamente amante de la paz y la justicia social.
Cabe entonces preguntarse: ¿cuál es la razón de ser del costarricense? ¿Estamos realmente construyendo la sociedad que queremos para nuestros hijos o simplemente estamos evolucionando hacia un gran hoyo negro en nuestro propio microuniverso?
Quizás valga la pena detenerse un momento en el tiempo y el espacio y reflexionar sobre el camino que hemos elegido. Quizás sea bueno pensar qué habría sucedido si el primer Homo erectus —ante la posibilidad de convertirse en Homo sapiens— hubiese dicho: “Evolucionar… ¿yo? ¿Para qué empezar algo que nunca voy a terminar?...”
Luis Valverde
lvalverde@larepubica.net
VY Canis Majoris es lo que los astrónomos llaman una estrella hipergigante roja. No es para menos. Ubicada a unos 5 mil años luz, este “pequeño” destello en nuestro cielo posee un tamaño tal que harían falta nada menos que 7 mil billones de planetas Tierra para alcanzar sus dimensiones. Si la pusiéramos en lugar del Sol, su superficie se extendería más allá de Saturno.
La teoría del Big Bang, la más aceptada por los científicos, establece que fue a partir de la explosión de un pequeño punto de materia con densidad infinita, que se formaron todas las partículas del Universo que hoy conocemos, con ellas la Tierra, una pequeña esfera perdida en el infinito y en la cual surgió la vida.
La comprensión de procesos tan complejos son aspectos que por mucho tiempo han desafiado la lógica humana, raza a la cual el designio divino le encomendó la tarea de reinar sobre el planeta y la cual ha encontrado en la continua evolución muchas de las respuestas a la supervivencia y a su razón de existir.
El camino ha sido largo y esta constante evolución ha llevado a la humanidad a diferenciarse entre sus propios miembros.
Los costarricenses, como seres nanométricos del universo, y aún del planeta Tierra, no escapamos a esta diferenciación natural, y hemos creado nuestro propio mundo, poco comprensible a veces.
Aceptamos como si se tratara de un designio divino pagar combustibles caros, mientras en el extranjero su precio se mantiene bajo. Y nadie, ni el gobierno ni las entidades fiscalizadoras, ni los propios consumidores, hacen algo por remediarlo. Evolucionamos hacia una especie amaestrada.
Pagamos comidas de millonarios, incluso con el dinero del Estado, sin que nos importe si afuera en la calle algún niño no ha desayunado, o si alguna madre sufre por todo lo que le falta. Evolucionamos hacia una especie en donde el cinismo y la frialdad nos han consumido.
Discutimos y armamos foros y debates sobre el color de unas bolas que sirven para supuestamente tomar decisiones, pero pocas son las decisiones que se toman (deja vu: me parece haber escrito sobre este mismo tema de las bolitas en el Congreso hace ya como cuatro años, exactamente por la misma queja… ni siquiera en eso han logrado una decisión). La teoría evolutiva no parece haber llegado aún a nuestro ámbito político.
Descubrimos que la forma más sencilla de evadir las responsabilidades y escapar de una posible acusación penal es renunciar a nuestros puestos. No importa si son montos grandes o pequeños, si son delitos comprobados o no, es más fácil entregar la carta y seguir al León Melquiades, mientras la marea baja y a todos se nos olvida. Evolucionamos hacia una sociedad donde la justicia no parece ser igual para todos.
Festejamos fumando el opio del fútbol, consumimos hasta la última gota de malta en la botella, gritamos y gesticulamos en la carretera y vociferamos contra los que se oponen a nuestras ideas, mientras al mismo tiempo pretendemos enseñar a nuestros hijos los valores de una patria supuestamente amante de la paz y la justicia social.
Cabe entonces preguntarse: ¿cuál es la razón de ser del costarricense? ¿Estamos realmente construyendo la sociedad que queremos para nuestros hijos o simplemente estamos evolucionando hacia un gran hoyo negro en nuestro propio microuniverso?
Quizás valga la pena detenerse un momento en el tiempo y el espacio y reflexionar sobre el camino que hemos elegido. Quizás sea bueno pensar qué habría sucedido si el primer Homo erectus —ante la posibilidad de convertirse en Homo sapiens— hubiese dicho: “Evolucionar… ¿yo? ¿Para qué empezar algo que nunca voy a terminar?...”