Si ya no recuerda ni tu nombre
| Sábado 18 agosto, 2012
Si ya no recuerda ni tu nombre
Esa vieja bajita, que el tiempo ha ido desgastando por dentro y por fuera, aquella que en tu niñez fuera reflejo de fortaleza, sabiduría y protección. La que iluminaba la noche con sus ojitos de luz, aunque el sueño la venciera, cuando en la cama peleaba como titán, contra la fiebre que te acechaba. La que hacía de un huevo el mejor manjar, la que convirtió sus brazos en la cuna más cara. La que vio en ti al más bello de los querubines, la que no sintió cansancio ante tus constantes preguntas y reiteradas fallas. La mujer que te dio la vida, sin más ni más. Esa es la que hoy posiblemente ni recuerda tu nombre. Porque ella, en su lenguaje, te puede llamar herman@ o amig@, te puede confundir con alguien conocido, puede ser que te refiera como a mamita o papito, eso no importa, en su mente, su cerebro puede ser que no logre ubicarte prácticamente, pero en su corazón, su amor está incólume, es en su alma donde alberga el sentimiento puro, el saber, sin duda posible, que eres un ser al que ama.
Por eso, aún en sus más tenaces crisis de olvido, cuando posiblemente la demencia senil o el maldito Alzheimer le haya dado una mala jugada, ella te ama y sus brazos, que hacia ti se extienden, si los aprovechas te abrazarán con ternura, volverán a ser cuna otra vez, igualito que muchos años atrás.
Y si olvidas los prejuicios, solo escuchas tu corazón, y te acercas a su pecho encontrarás de nuevo refugio infranqueable en él.
No puedes olvidarla, no puedes ignorarla, no es permitido maltratarla, la ley de la tierra, pero más la divina, te demanda a honrar esa madre hermosa que te dio tu ser.
No permitas por favor amig@ que ella llore en soledad, que en sus fantasías de niña vieja no encuentre una mano que le ayude a soñar, dale todo el amor que puedas, cuídala, defiéndela, llénala de besos cada vez que estés cerca, hazle sentir que ahí estás, que ahora eres su sostén. Devuelve solo un poco de lo mucho que te ha dado.
Que el día de su muerte amig@, solo llores por su ausencia, por ese vacío que nunca encontrará consuelo, pero no por arrepentimiento de haber dejado en la tierra llorar a tu ángel inmortal.
María Gamboa Aguilar
Especialista en recursos humanos
Esa vieja bajita, que el tiempo ha ido desgastando por dentro y por fuera, aquella que en tu niñez fuera reflejo de fortaleza, sabiduría y protección. La que iluminaba la noche con sus ojitos de luz, aunque el sueño la venciera, cuando en la cama peleaba como titán, contra la fiebre que te acechaba. La que hacía de un huevo el mejor manjar, la que convirtió sus brazos en la cuna más cara. La que vio en ti al más bello de los querubines, la que no sintió cansancio ante tus constantes preguntas y reiteradas fallas. La mujer que te dio la vida, sin más ni más. Esa es la que hoy posiblemente ni recuerda tu nombre. Porque ella, en su lenguaje, te puede llamar herman@ o amig@, te puede confundir con alguien conocido, puede ser que te refiera como a mamita o papito, eso no importa, en su mente, su cerebro puede ser que no logre ubicarte prácticamente, pero en su corazón, su amor está incólume, es en su alma donde alberga el sentimiento puro, el saber, sin duda posible, que eres un ser al que ama.
Por eso, aún en sus más tenaces crisis de olvido, cuando posiblemente la demencia senil o el maldito Alzheimer le haya dado una mala jugada, ella te ama y sus brazos, que hacia ti se extienden, si los aprovechas te abrazarán con ternura, volverán a ser cuna otra vez, igualito que muchos años atrás.
Y si olvidas los prejuicios, solo escuchas tu corazón, y te acercas a su pecho encontrarás de nuevo refugio infranqueable en él.
No puedes olvidarla, no puedes ignorarla, no es permitido maltratarla, la ley de la tierra, pero más la divina, te demanda a honrar esa madre hermosa que te dio tu ser.
No permitas por favor amig@ que ella llore en soledad, que en sus fantasías de niña vieja no encuentre una mano que le ayude a soñar, dale todo el amor que puedas, cuídala, defiéndela, llénala de besos cada vez que estés cerca, hazle sentir que ahí estás, que ahora eres su sostén. Devuelve solo un poco de lo mucho que te ha dado.
Que el día de su muerte amig@, solo llores por su ausencia, por ese vacío que nunca encontrará consuelo, pero no por arrepentimiento de haber dejado en la tierra llorar a tu ángel inmortal.
María Gamboa Aguilar
Especialista en recursos humanos