"Sherlock Holmes": un caso muy "elemental"
| Lunes 18 enero, 2010
“Sherlock Holmes”: un caso muy “elemental”
El cineasta británico Guy Ritchie justifica con pericia el enésimo retorno de “Sherlock Holmes” a los cines gracias a una vibrante reinvención del detective y su inseparable Watson, potenciada por la química de Robert Downey Jr. y Jude Law, pero emborronada por un caso demasiado “elemental”.
Precisamente, la eliminación deliberada de la famosa coletilla de “elemental, querido Watson” es una declaración de intenciones de Ritchie quien, especialista en armonizar con elegancia frenéticos ejercicios de acción como “Lock and Stock” o “Snatch”, apuesta por deshacerse de la imagen pública del personaje.
La frase nunca la escribió Sir Arthur Conan Doyle, quien lo creara en 1887, sino que es una invención del cine, lo cual no implica que Ritchie rescate como novedad al Holmes literario al estilo de Coppola y su “Drácula”.
Más bien, el realizador crea su propio producto y quita rápido los prejuicios al espectador desde el momento en el que elige como prólogo una secuencia marcada por las artes marciales, rodada con un sincopado estilo de videoclip y con una estética cercana al cómic.
Es decir: a los cinco minutos escasos de proyección, los nostálgicos de Basil Rathbone o los puristas de Conan Doyle pueden abandonar la sala, porque este “Sherlock Holmes” les avisa de que solo puede decepcionarles. El resto aún puede rendirse a un notable entretenimiento con momentos álgidos para el disfrute.
La agudeza intelectual y la pipa se mantienen en este Holmes, pero acompañados de un carácter torturado por su propio genio, obsesivo y con tendencia a las adicciones. Una opción de desmitificación clásica que ya había, de una manera muy distinta, abordado Billy Wilder en “La vida privada de Sherlock Holmes”.
Pero a ella hay que sumar —para muchos, seguramente, restar— un toque de distinción: el humor gamberro que surge de la intersección de la condición de “enfant terrible” de Robert Downey Jr. y la pasión por el lumpen de Ritchie, que mueve su cámara como si fuera una rata por las alcantarillas. A ritmo, además, de una enérgica banda sonora de Hans Zimmer.
Y esos cimientos tan sólidos, por momentos sobresalientes, casi consiguen ocultar lo que termina siendo “elemental”: que los guionistas de la película no han sido capaces de diseñar una trama a la altura de las que hicieron pasar a la posteridad a Donan Doyle.
La conspiración religioso-política que describe este “Sherlock Holmes” carece de la sofisticación intelectual y el rigor psicológico-científico que engrandecía casos como “Estudio en escarlata” o “El perro de los Barkerville”.
Redacción Internacional
EFE
El cineasta británico Guy Ritchie justifica con pericia el enésimo retorno de “Sherlock Holmes” a los cines gracias a una vibrante reinvención del detective y su inseparable Watson, potenciada por la química de Robert Downey Jr. y Jude Law, pero emborronada por un caso demasiado “elemental”.
Precisamente, la eliminación deliberada de la famosa coletilla de “elemental, querido Watson” es una declaración de intenciones de Ritchie quien, especialista en armonizar con elegancia frenéticos ejercicios de acción como “Lock and Stock” o “Snatch”, apuesta por deshacerse de la imagen pública del personaje.
La frase nunca la escribió Sir Arthur Conan Doyle, quien lo creara en 1887, sino que es una invención del cine, lo cual no implica que Ritchie rescate como novedad al Holmes literario al estilo de Coppola y su “Drácula”.
Más bien, el realizador crea su propio producto y quita rápido los prejuicios al espectador desde el momento en el que elige como prólogo una secuencia marcada por las artes marciales, rodada con un sincopado estilo de videoclip y con una estética cercana al cómic.
Es decir: a los cinco minutos escasos de proyección, los nostálgicos de Basil Rathbone o los puristas de Conan Doyle pueden abandonar la sala, porque este “Sherlock Holmes” les avisa de que solo puede decepcionarles. El resto aún puede rendirse a un notable entretenimiento con momentos álgidos para el disfrute.
La agudeza intelectual y la pipa se mantienen en este Holmes, pero acompañados de un carácter torturado por su propio genio, obsesivo y con tendencia a las adicciones. Una opción de desmitificación clásica que ya había, de una manera muy distinta, abordado Billy Wilder en “La vida privada de Sherlock Holmes”.
Pero a ella hay que sumar —para muchos, seguramente, restar— un toque de distinción: el humor gamberro que surge de la intersección de la condición de “enfant terrible” de Robert Downey Jr. y la pasión por el lumpen de Ritchie, que mueve su cámara como si fuera una rata por las alcantarillas. A ritmo, además, de una enérgica banda sonora de Hans Zimmer.
Y esos cimientos tan sólidos, por momentos sobresalientes, casi consiguen ocultar lo que termina siendo “elemental”: que los guionistas de la película no han sido capaces de diseñar una trama a la altura de las que hicieron pasar a la posteridad a Donan Doyle.
La conspiración religioso-política que describe este “Sherlock Holmes” carece de la sofisticación intelectual y el rigor psicológico-científico que engrandecía casos como “Estudio en escarlata” o “El perro de los Barkerville”.
Redacción Internacional
EFE