"Se asume que una mujer va a la guerra porque le lavaron el cerebro y no por una decisión política"
Andrea Díaz Cardona - HayFestivalQuerétaro@BBCNewsMundo | Lunes 09 septiembre, 2024
A Sandra y a Thamizhini las separan kilómetros de distancia, pero las une su pasado como guerrilleras.
Sandra es de Colombia y Thamizhini de Sri Lanka. Las dos vivieron la guerra de primera mano en sus territorios, sobrevivieron a ella y terminaron dejando las armas.
Sandra firmó el acuerdo de paz entre las FARC y el gobierno de Colombia en 2016. Thamizhini perteneció a los Tigres de Liberación Tamil que fueron derrotados por el gobierno en 2009.
Y sus casos son solo algunos de los testimonios que la activista y escritora estadounidense Nimmi Gowrinathan recopiló durante más de una década y retrató en su libro “De Armas Tomar, por qué las mujeres eligen la violencia”.
Nimi tiene un doctorado en ciencia política y ha dedicado la mayor parte de su carrera profesional a investigar y trabajar como activista por las mujeres excombatientes.
También es catedrática en el City College de Nueva York, en donde fundó la iniciativa "Politicas de la violencia sexual", y también es editora de la revista Adi, un proyecto literario cuyo objetivo es rehumanizar la política.
BBC Mundo habló con ella sobre su investigación, su libro y su decisión de alejarse de la academia para ejercer el activismo.
La conversación se dio en el marco del Hay Festival Querétaro, que se realiza en esa ciudad mexicana desde el 5 al 8 de septiembre.
Puedes explicarnos de manera sencilla el conflicto político en Sri Lanka
En Sri Lanka, desde la independencia, el gobierno (budista cingalés) ha expulsado a la minoría tamil (cristiana cingalesa) de la vida corriente de la isla, alegando que la isla en su totalidad es un régimen budista cingalés.
Las políticas discriminatorias para cambiar el idioma oficial al cingalés y limitar el número de tamiles en las universidades, junto con los actos de violencia estatal, marginaron lentamente a esta minoria.
Y después de veinte años de protestas pacíficas, los Tigres comenzaron una revolución armada que buscaba la creación de un estado independiente. Esto desató la guerra civil que terminó con la derrota de los Tigres en 2009.
¿Cómo se dio tu conexión profesional con ese país?
Mi familia es tamil y se fue para Estados Unidos al comienzo de la guerra en Sri Lanka.
Mis padres son de una comunidad muy fuerte, suelo decir que nos criaron como si estuviéramos en un pueblo de Jaffna, en medio de más familias tamiles pero en Los Ángeles, así que no compartimos con estadounidenses.
Y aunque crecimos con un conocimiento cultural tamil muy profundo, con la música y el baile, nos ocultaron la historia política, eso no formó parte de nuestra crianza en Estados Unidos.
Eso fue algo que aprendí principalmente por mi cuenta. Cuando comencé a regresar a Sri Lanka, tenía 20 años, después de la universidad, y estaba viviendo y trabajando allí. Y esa fue una especie de introducción política a la historia de la violencia.
En ese momento, cuando decidí regresar, una amiga mía que también creció en Los Ángeles había iniciado un programa de liderazgo para niñas en un orfanato, quería enseñarles habilidades de liderazgo en inglés y yo decidí hacerlo con ella.
Acababa de terminar la universidad, en Johns Hopkins, y me ofrecieron una pasantía de verano en el Banco Mundial y tuve que decidir entre irme o quedarme.
Me fui y eso cambió lo que se suponía que debía hacer con mi vida profesional. Me estaba formando para ser una especie de política, una diplomática, pero las historias de estas jóvenes que lucharon o estuvieron cerca de luchar se asentaron en mí de una manera muy profunda, debido a mi propia identidad y mi propia historia.
La experiencia terminó siendo más permanente de lo que podría haber imaginado a mis 20 años.
Crees que el hecho de haber conocido esa comunidad siendo joven te ayudó a construir una relación con las mujeres y a tener acceso a sus historias
Creo que sí.
Primero porque en ese momento, los Tigres estaban muy contentos de que la gente fuera y aprendiera sobre ellos porque estaban desarrollando esa legitimidad del Estado, tenían el control del territorio.
Y construir una narrativa hace parte del desarrollo de esa legitimidad, así que estaban a gusto de que gente como yo fuera, comprendiera y compartiera esa narrativa con el mundo.
Y segundo probablemente fue mi juventud y también, digamos, voluntad. Creo que realmente los investigadores reflexivos tenemos una voluntad de mostrar vulnerabilidad, en mi caso hablaba torpemente en tamil, no pretendía mostrar que lo dominaba.
Hubo humildad en cómo trataba temas que eran muy serios porque sabía que no había vivido la opresión como ellas.
Así que creo que ambas cosas, creo que el tipo de forma en que te acercas a las comunidades junto con la necesidad, en ese momento, de tener una narrativa cambiante sobre lo que era esa lucha.
Más adelante en tu vida, por qué tomaste la decisión de emprender una investigación digamos formal o académica sobre a las mujeres que optan por la lucha armada.
Recuerdo que cuando estaba estudiando el doctorado en el departamento de paz en UCLA (Universidad de California) hablábamos sobre por qué la gente se rebelaba, pero siempre se hablaba sobre los hombres, aun cuando se decía “la gente” se referían a los hombres, y de hecho el libro que leímos se llamaba “White Men Rebellion” (La rebelión del hombre blanco)
Entonces había primero un tema de género al asumir que no había mujeres en absoluto, y segundo me molestaba profundamente que la aproximación fuera desde la racialización y que algunas personas dijeran en clase cosas como que había que darles garrote y zanahoria a esas personas. Eso me producía mucha frustración y rabia.
Simplemente no hacía sentido, me cuestionaba cómo podía estar trabajando en Sri Lanka durante el verano con mujeres jóvenes que hablaban de lo que las llevaba a politizarse, que me contaban cuando su madre no lograba llegar al hospital para dar a luz porque el ejército la había detenido o cuando un proyectil explotó su casa.
Me preguntaba ¿cómo podían estar tan lucidas y ser tan reflexivas políticamente en medio de esa violencia incesante e íntima?
Pero luego en el doctorado en ciencias políticas, uno de los cinco mejores de la universidad, solo estábamos considerando el pensamiento político de los hombres.
Ahí surgió mi interés. En ese momento había algunas investigaciones sobre El Salvador y otros lugares donde las mujeres se unían, pero había muy poca literatura al respecto, así que incluso dentro de la disciplina de las ciencias políticas hace 20 años, tuve que hacerme un lugar porque me presionaban para que me enfocara en teorías y estudios de las mujeres .
Así que en ese proceso de obtener mi doctorado, que fue una lucha, y sobre todo en la incomodidad inicial, entendí que había algo de lo que siempre había oído hablar, algo que no entendemos y que necesitamos entender por razones políticas.
Y por qué decidiste ampliar la investigación a lugares tan distantes como Colombia en América Latina y Eritrea en África
Bueno, creo que si soy sincera, fue por un gran sentido del optimismo, los lugares que escogí eran políticamente productivos para mí y pude aprender de ellos.
Por ejemplo, fui a África en un momento en el que Eritrea había controlado el territorio durante diez años, más tiempo que los Tigres en Sri Lanka y en ese momento los Tigres estaban en el poder.
Así que para mí fue una oportunidad de poder ver cómo eran las vidas de las mujeres que habían estado 10 años fuera del campo de batalla y cómo era dentro de un territorio controlado, y poder compartir esa información entre ellas.
En muchas de estas luchas, los movimientos ya se conocían entre sí y estaban en contacto. Así que las alianzas del sur global ya eran bastante fuertes y yo estaba analizando un elemento muy específico.
Ahora, en Colombia el final del conflicto con las FARC fue distinto porque no hubo una victoria como en Eritrea, sino que se dieron unas negociaciones de paz. Ahí lo interesante fue ver cómo en esas conversaciones, las excombatientes estuvieron involucradas.
Y creo que la parte difícil, que es de lo que hablo en el libro, es que casi siempre se repetía lo mismo.
Ya fuera que hablaras de Sri Lanka, Eritrea o Colombia, las mujeres estaban involucradas en sus movimientos y a un alto nivel militarmente, pero luego, cuando se trataba de este tipo de negociaciones de paz, conversaciones de paz y en el posconflicto, ellas estaban en otro contexto, de agricultura o programas de salvamento para mujeres o bienestar infantil y femenino, pero no estaba siendo parte de las conversaciones de estrategia militar.
Aquí llegas a otro tema central de tu libro: el de la negación de la decisión política de lucha armada que tomaron algunas mujeres una vez se reincorporan a la vida civil
Tuve una discusión con un filántropo millonario que estaba tratando de invertir y dijo que el sueño era que cada mujer tamil tuvieran un trabajo en una de estas fábricas.
Y dije, lo siento, quiero mucho más para las mujeres tamiles. Quiero que sean doctoras. Quiero que sean abogadas. Quiero que sean periodistas porque tienen la capacidad de serlo, pero no estamos dispuestos a invertir en eso.
Queremos asegurarnos de que todas estén sometidas y que no se resistan ni que luchen, así que les vamos a dar pequeñas cantidades de capital para que subsistan durante los próximos cinco años. Y vamos a negarles cualquier existencia de vida política.
Y creo que es un fenómeno que vale la pena destacar sin quitarle nada a la política de estas mujeres que persisten en múltiples espacios, antes del conflicto y después del conflicto.
Pero la forma en que se las percibe, es como si se las pudiera politizar por un momento y después de eso deberían dejarse crecer el pelo, casarse, recibir máquinas de coser para que se vuelven a feminizar.
Entonces el camino hacia la normalidad es despolitizar. Y eso para mí fue algo muy aterrador. Es bastante difícil decir que las mujeres deberían ser politizadas. Pero estas mujeres ya han sido politizadas y están tratando de despolitizarlas y ahí es donde está el elemento cultural, lo ves operando casi en todas partes. No puedo pensar en un caso en el que eso no haya sucedido.
Y ¿eso tiene que ver entonces con la idea de que las mujeres somos pacifistas casi que por naturaleza?
Sí. Lo primero es que es muy colonialista tener el monopolio de la legitimidad de la violencia, ¿no?
¿Quién puede usar la violencia y cómo?
La parte que creo que mi trabajo y el de otros hace es insistir en ver el género dentro de la agenda de los imperios. Ver el elemento de género que hay ahí y que hace que sea mucho más fácil descartar la violencia como ilegítima si está en manos de las mujeres porque, por supuesto, deben haber sido obligadas a hacer esto porque ellas son más pacíficas.
Pero se olvida que hemos tenido mujeres guerreras a lo largo de la historia.
Y también se ha dicho, y la gente tiene claro, que la mayor parte de la violencia en el mundo, ya sea el cambio climático, la pobreza o la guerra, tiene un impacto más profundo en las mujeres, están las cifras más prevalecientes y generalizadas.
Y si eso es cierto, entonces ¿por qué la violencia no sería una opción posible para ellas?, más aún cuando en muchos casos es la realidad en la que crecieron.
Y quiero ser cuidadosa aquí. No quiero decir que esto sea simplemente tomar las armas. Hay otro tipo de eventos violentos como romper ventanas en México, incendiar un neumático en Afganistán, o lanzar fuegos artificiales al vacío en Irán.
No siempre se van a sentar con las piernas cruzadas y sombreros rosas a protestar porque eso no es efectivo y no es el motivo correcto de la resistencia.
Según tu investigación, pareciera que las mujeres que dejan las armas están determinadas a volver a realidades que quizás las impulsaron a armarse en un primer momento
Creo que hay un espectro de retorno a los roles de género. En gran medida tiene que ver con cómo terminaron los conflictos. Incluso en Eritrea, en donde ganaron, creo que ha habido un retorno a esos roles de género más conservadores.
Pero creo que lo que más me interesa es exactamente es ¿cómo pueden decir que estamos buscando una solución política y estamos buscando la no violencia, pero no estamos involucrando a ninguna de estas mujeres que realmente arriesgaron sus vidas para luchar por un estado independiente?
Tal vez ellas tengan cosas que les gustaría decir o contribuir, pero ninguno de los programas las involucra en nada. Y si las tienen en cuenta, es para invitarlas a talleres de paz o defensa, donde el objetivo es neutralizar a los grupos despolitizados.
Hay muy pocos espacios que digan, bueno, queremos invertir en estas mujeres para que creen espacios políticos alternativos, incluso para que se les ocurran nuevas imaginaciones.
Pero ¿cómo se pueden ofrecer esas alternativas sin caer en una especie de apología de los movimientos armados?
No puedo generalizar, pero sí sé que las combatientes que he conocido durante estos años son críticas con la lucha, al final del conflicto.
Creo que es un mito que en cualquier comunidad, en cualquier movimiento, no haya una conversación constante sobre las decisiones de liderazgo. Puede que no siempre tengas el mismo nivel de control, pero las cosas siempre serán cuestionadas.
Creo que hay luchadoras que serían críticas y que tomarían decisiones al respecto, especialmente ahora.
Y luego de investigar a tantas mujeres, ¿cómo ha sido tu proceso de reconocerte como activista?
Creo que mi insistencia con el activismo ahora busca, en primer lugar, forzar una comprensión más profunda de lo que significa ser activista para los jóvenes. No tienes que decir simplemente, "soy un activista", es un camino que no es sencillo y que implica sacrificio.
Pero en segundo lugar, realmente estaba en oposición a estos otros espacios posibles. Odiaba la forma en que los académicos me trataban a mí, a otros como yo y a la clase de investigación que yo quería hacer.
Estuve en el mundo de la política durante un tiempo, pero odiaba la forma en que nos controlaban dentro de una narrativa neocolonial.
También estuve en el mundo de los derechos humanos. Era investigadora de derechos humanos e incluso allí, se tomaban medidas grotescas.
Así que en cada espacio en el que podría haber asociado una identidad, no pude hacerlo porque no me sentía cómoda.
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