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Rabia y política

Miguel Angel Rodríguez marodrige@gmail.com | Lunes 11 julio, 2016


Requerimos un nuevo leguaje adecuado a los tiempos, que exprese nuestro profundo compromiso y preocupación por el bienestar de quienes se sienten excluidos


DISYUNTIVAS

Rabia y política


En su edición del 2 de julio The Economist (Liberalism after Brexit: The politics of anger) nos alerta que la rabia de los votantes es un peligro para el orden democrático liberal.
Ese editorial de la revista inglesa me lleva a comentar algunos de los aspectos concretos que debemos —en nuestro país— modificar para preservar, profundizar y mejorar ese orden democrático-liberal que tanto progreso nos ha traído a nosotros y al mundo, pero que en la actualidad causa tanto enojo y furia.
Las transformaciones que hemos realizado para abrirnos a la economía mundial en Costa Rica, como en todo el mundo, han sido de gran beneficio para una importante mayoría, pero muchos se sienten relegados. No podemos cerrar los ojos a que la pobreza no ha disminuido, si bien los hogares pobres llenan de mejor manera sus necesidades básicas que en el pasado. No podemos cerrar los ojos a la frustración de quienes desde puestos de trabajo informales o desde el desempleo, contemplan el progreso de quienes se han podido unir a las empresas exportadoras o a las que producen con mejor tecnología para el mercado local o a quienes se han convertido en empresarios exitosos. Tampoco se puede olvidar a las familias de clase media que se sienten imposibilitadas de alcanzar los niveles de consumo a que aspiran.
Sin duda, se cometieron errores que todavía pagamos y que debemos reconocer como la disminución de recursos para la educación secundaria después de la crisis de inicios de los ochenta, o dejar irse del gobierno a los mejores funcionarios para la reducción de la entonces voluminosa planilla pública en los noventa, o el aumento de los salarios y pluses para los burócratas en la primera década de este siglo.
Esos errores y la rabia que generan en quienes se sienten marginados del progreso, dan pábulo al populismo que en países hermanos ha alcanzado extremos que, a Dios gracias, nosotros no hemos sufrido; pero del riego de caer en ellos no nos hemos librado.
Para responder a esa furia y convencer de las ventajas de la libertad, la racionalidad y la eficiencia requerimos un nuevo leguaje adecuado a los tiempos, que exprese nuestro profundo compromiso y preocupación por el bienestar de quienes se sienten excluidos.
Es igualmente importante que la política persiga que el aumento del bienestar sea compartido. No se trata simplemente de compensar a los perdedores del progreso con dádivas que crean frustración, dependencia, enojo; aunque temporalmente sean necesarias. Se trata de generar puestos de trabajo formales y salarios crecientes para trabajadores y verdaderas oportunidades de emprender (no autoempleos de subsistencia), para personas con distintos niveles de formación. Así el crecimiento se comparte.
Para lograr esos objetivos es fundamental combatir los grupos de especial privilegio, sean públicos o privados, someter todos los sectores a la competencia abriendo monopolios y carteles y eliminando toda práctica restrictiva de la producción y el comercio. Y más que todo hoy, como al inicio de la República, lo que necesitamos es educación. Una educación excelente que llegue a todos, y que con base en las habilidades de los docentes estas sean trasladadas a los jóvenes, a los adultos desocupados y a las mujeres que no se hayan podido incorporar a la fuerza laboral formal.

Miguel A. Rodríguez
 

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