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¡Por dicha todavía tenemos esta Costa Rica!

Vladimir de la Cruz vladimirdelacruz@hotmail.com | Miércoles 11 julio, 2018


Pizarrón

¡Por dicha todavía tenemos esta Costa Rica!

Una de las riquezas de nuestra bicentenaria Democracia, de la vida democrática nacional, es el respeto de las autoridades políticas, en las personas de cada uno de ellos, en su integridad física y la de su familia, en la seguridad con que se desenvuelven en su vida privada aun cuando son funcionarios de los altos puestos de Estado o de Gobierno.

Recuerdo las siguientes imágenes que son testimonio de esta riqueza de vida democrática.

Durante el gobierno de Rodrigo Carazo Odio, 1978-1982, recuerdo un día que iba manejando mi carro en la avenida segunda, a la altura del alto del semáforo de la antigua Soda Palace, que estaba en rojo, cuando a la par, a la izquierda mía, se detuvo un carro cuyo conductor era nada menos que el Presidente de la República, quien iba solo en su vehículo, probablemente, en esa ruta hacia la Casa Presidencial de Zapote que él estableció en ese lugar.

Discretamente atrás iba un carro negro, con varios ocupantes, todos bien vestidos, probablemente agentes de la seguridad y de su custodia, que se pusieron muy nerviosos durante casi los 400 metros en que yo, intencionadamente me metí entre ellos y el auto que conducía en persona el Presidente de la República.

No llevaba en esa época el carro de Rodrigo Carazo vidrios polarizados, ni se acostumbraba eso en los autos, de manera que era visible su figura y era también visible la sorpresa de los ciudadanos, que en cada parada de carro por los semáforos, veían al propio Presidente manejando “solo”. Él respondía saludos que le hacían gentilmente, y posiblemente con su sonrisa, la de la campaña electoral, con su mano, a algunos gestos de saludo que le hacían quienes le reconocían. 

Rodrigo Carazo nombró a María Eugenia Dengo Obregón como Ministra de Educación, 1978-1982, destacada académica y educadora nacional, a quien me encontré en varias ocasiones haciendo fila, como cualquier ciudadano, ella Ministra, en el antiguo Banco Anglo Costarricense, en las oficinas que tenía a la entrada de la actual Calle de la Amargura, en San Pedro de Montes de Oca, para cambiar su cheque, un fin de mes. Nos saludábamos amable y afectuosamente, ella en su lugar y yo ocupaba el último de la fila en ese momento. La saludaba como Ministra sin causar asombro extraño en el resto de la fila.

Óscar Arias Sánchez, en su primer gobierno, nombró como Ministro de Ciencia y Tecnología, 1986-1990, a uno de los científicos más connotados y sobresalientes de Costa Rica, al Dr. Rodrigo Zeledón Araya, a quien también en dos ocasiones me lo encontré en ese mismo Banco Anglo cambiando su cheque de fin de mes, como cualquier mortal. Del mismo modo le saludé como Ministro en ejercicio, que era, sin que ello causara tampoco asombro alguno de los que estaban en fila.

En 1987, bajo el segundo Gobierno de Óscar Arias Sánchez, recién pasada la campaña electoral, en que participé por tercera vez como candidato presidencial de Fuerza Democrática, y lo enfrenté a él como candidato de Liberación Nacional, falleció mi madre.

Ella había dispuesto ser cremada y no tener oficios religiosos, de manera que nos reunimos el domingo de su muerte en la funeraria, allí por la Sabana, para recibir a los familiares y amigos que quisieran acompañarnos en ese momento. Cuál fue mi sorpresa, y también la de quienes estaban acompañándonos, cuando me llegaron a avisar que estaba llegando a la funeraria el presidente Óscar Arias, manejando su propio carro y solo. Me asomé por la ventana del segundo piso de la funeraria y efectivamente el Presidente estaba parqueando. Bajé a recibirlo. Muy gentilmente me expresó sus sentimientos de pesar, pasó a la funeraria y compartió con quienes estábamos allí por casi dos horas su estadía, con igual sorpresa para algunos de los presentes. Igual, manejaba su carro solo, sin custodia policial alguna.

En la funeraria se encontraba Francisco Morales Hernández, que era Ministro, quien también andaba solo, amigo de muchos años y compañero de trabajo en el Instituto de Estudios del Trabajo de la Universidad Nacional.

Pocos meses después de haber regresado de Venezuela, donde había sido nombrado Embajador, 2008-2010, en la Universidad Nacional, le hicieron un homenaje al presidente Óscar Arias Sánchez, 2006-2010, al que me pidió que le acompañara, por haber yo trabajado de profesor por muchos años en esa casa de estudios. Con mucho gusto lo hice. Quedamos en que yo pasaría por él. Pensaba que iba a ir en su carro y cuál fue mi sorpresa que me pidió que lo llevara en el mío, a lo que por supuesto accedí. El acto estaba programado a las 6 p.m. por lo que por las dificultades de desplazamiento vial habíamos dispuesto irnos temprano, poquito antes de las 5 de la tarde, todavía con luz de día, para llegar a tiempo. Mi sorpresa mayor fue cuando el presidente Arias bajó el vidrio de su asiento, iba a la par mía, adelante, yo manejando. Igual sorpresa causaba con los conductores y viajantes de otros carros que se ponían a la par, el que él fuera allí, a ventana abierta, devolviendo saludos con la mano, y a veces con la palabra agradeciendo saludos de conductores que directamente se le dirigían.

En el acto universitario que le hicieron, al terminar, se formó una inmensa fila de estudiantes, de funcionarios administrativos y de profesores, algunos de ellos reconocidos opositores políticos del presidente Arias, que querían tomarse una foto con el conferenciante de esa noche. Generosamente dispuso del tiempo que le fue requerido para cumplir con quienes querían tener el recuerdo físico, en una foto, de ese encuentro con el Presidente.

Durante el gobierno de Luis Guillermo Solís, 2014-2018, me tocó ver, en espacios públicos, sin custodia alguna, a la primera dama de la República, a Mercedes Peñas Domingo, en un café acompañada de amigas, con la mayor tranquilidad y naturalidad del mundo, y sin custodias policiales, más que con su chofer que la esperaba afuera, en el parqueo, así como una vez en un supermercado haciendo sus compras sin ninguna compañía oficial, sola.

Otra primera dama que me tocó ver de compras en supermercado, por lo menos tres veces, fue a Gloria Bejarano, la esposa del presidente Rafael Ángel Calderón Fournier, 1990-1994, sin ninguna escolta policial, sola y tranquila. Igual me sucedió con Josette Altmann, la primera dama del Gobierno de José María Figueres, 1994-1998, con quien tuve una relación más cercana por razones académicas y laborales, quien salía de esa misma manera, sola y segura, a distintas actividades.

Igual, mi esposa Anabelle Picado y yo, nos hemos encontrado en un supermercado, con la ministra de Planificación, del gobierno de Luis Guillermo Solís, Olga Marta Sánchez Oviedo, también sin custodia alguna, quien fue compañera de secundaria de mi esposa, muy amiga desde entonces, y testigo de mi matrimonio con Anabelle, que lo hizo en ese momento como su mejor amiga.

Del mismo modo, un día, mi esposa y yo, nos encontramos con la segunda vicepresidenta de la República, del gobierno de Luis Guillermo Solís Rivera, Ana Elena Chacón Echeverría, en un supermercado, ella haciendo sola sus compras, también sin custodia alguna. Nos saludamos y aprovechamos para felicitarla por el triunfo, muy personal de ella, sin lugar a dudas, y del Gobierno de la República, por el resultado de la consulta que hicieran ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, sobre los matrimonios de personas del mismo sexo.

Antes de finalizar su mandato presidencial Luis Guillermo Solís, en un restaurante en el barrio Escalante, donde me encontraba con mi familia, llegó a almorzar acompañado de su familia, su esposa, la primera dama, y tres de sus hijos, sin provocar ninguna atención especial. Como todos los que llegaban a ese sitio, tuvieron que esperar unos minutos por estar lleno el lugar, mientras les buscaban mesa, sin alterar para nada el ambiente. No había afuera ningún despliegue de seguridad que dijera o llamara la atención sobre su presencia. 

El restaurante estaba lleno y había una fila de comensales esperando que les ubicaran en mesas en el momento en que se desocuparan. Algunos de ellos sentados en esa espera. Luis Guillermo, entonces presidente de la República, como cualquier otro ciudadano hizo la fila sentado, con su familia, quedando a pocos metros de distancia de donde yo estaba, en donde al verme cruzamos saludos. Me levanté para saludarlo personalmente. Volví a la mesa, y vi a uno de los meseros acercarse al Presidente, saludarlo, y probablemente decirle que en el momento en que hubiera una mesa disponible le pasaría. El Presidente siguió sentado unos minutos más, y después de dos grupos de personas, los condujeron a él y su familia.

Desde donde yo estaba pude ver cuando llegaba a pie cruzando la calle hacia el restaurante, porque seguramente había dejado su carro unos metros alejado del restaurante, porque es una zona con pocos espacios de estacionamiento. Pero lo importante es que no hubo un carro que le dejara al frente del restaurante, ni ningún despliegue policial o de seguridad al respecto. Él iba manejando el suyo, al menos esa fue la sensación que me produjo, y por eso unos cuantos metros en la calle lo vi caminar solo con su familia.

Esto fue el sábado 3 de febrero, la víspera del día de las elecciones

Pocos minutos después llegó al mismo sitio la diputada liberacionista Sandra Piszk, con su esposo, de la misma manera, natural y tranquilamente, a quien sentaron en una mesa a la par de la que yo estaba con mi familia.

Dos anécdotas más. La primera, la conocida de Otilio Ulate, presidente de la República, 1949-1953, que caminando hacia la Casa Presidencial, cuando esta quedaba donde está hoy el Tribunal Supremo de Elecciones, lo “atropello” una persona en bicicleta. La segunda, de la que fui testigo directo, cuando estábamos los estudiantes universitarios, en la lucha contra el Contrato Ley de ALCOA, principios de 1970, que se debatía en la Asamblea Legislativa, protestando ante la Casa Presidencial, todavía allí donde está el Tribunal Supremo Electoral. De pronto, por una de las puertas laterales, que daban al frente del Parque Nacional, donde estábamos concentrados los estudiantes, salió el presidente José Joaquín Trejos Fernández, acompañado por uno de sus hijos, para dirigirse a pie, por la Avenida de las Damas, hacia el Edificio del Correo Nacional, casi 500 o 600 metros, porque tenía allí una reunión, y con tranquilidad se aventuró en esa caminata, rodeado y seguido de estudiantes que le reclamábamos haber enviado el Contrato Ley a la Asamblea Legislativa, sin que se le hubiera faltado a su integridad física. Nosotros mismos, los estudiantes, le hicimos un círculo alrededor de su persona, sin que hubiera intervenido ningún policía o custodio personal, durante la caminata hasta el Edificio de Correos, de donde volvimos a la protesta que continuaba en el Parque Nacional.

He contado estas experiencias, con algunos altos funcionarios y personajes de la Administración Pública, y de Gobierno, de distintas épocas, porque reflejan mucho aspectos de la idiosincrasia nacional, del espíritu democrático de nuestra convivencia, del respeto que se tiene hacia las personas que ocupan puestos de dirección política y del Estado, más allá de si son o no de nuestra simpatía o afiliación política.

Pero, sobre todo, el rasgo relevante es el de estos funcionarios que confían plenamente en su seguridad e integridad física y moral, sin insultos ni ofensas, de quienes les ven, con admiración o no, con simpatía o no, pero sin lugar a dudas con sorpresa y asombro si los distinguen en lo que ellos son y significan comportándose como cualquier ciudadano, como cualquier mortal costarricense.

Por eso resultó repugnante que a una hija de la Segunda Vicepresidenta la hayan insultado, unos días antes de ese encuentro que tuvimos con ella, en el supermercado, personas llenas de odio, agresivas verbalmente, intolerantes, irrespetuosas, y por ello también peligrosas, que están apareciendo en nuestra selva política, reclamándole por la Respuesta que se recibió de la Consulta que hiciera el Gobierno a la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Me parece que la Vicepresidenta, cuando la vimos nosotros, luego de ese incidente con su querida hija, estaba poniendo a prueba su valor personal e institucional, de lo que ella representaba en ese momento, y el valor democrático de nuestra sociedad.

Recientemente, el actual presidente, Carlos Alvarado Quesada ha dado muestras de esta misma actitud. El mismo día del traspaso de poderes, cuando recibió la investidura oficial de Presidente de la República, por la noche, se presentó a la explanada de la Plaza de la Democracia, donde al mediodía habían sucedido los actos oficiales del Traspaso presidencial, a ver el espectáculo cultural que se estaban dando allí mismo, ya sin el traje formal del mediodía, junto con su esposa, ya primera dama. De igual manera, sin una evidente custodia policial. Y, más recientemente, del mismo modo, sin custodia policial, se hizo presente a una sala de cine, por la noche, a disfrutar de una película, con su esposa.

¡Por dicha todavía tenemos esta Costa Rica!

Esta Costa Rica, donde podemos convivir de manera respetuosa, tolerante, con reconocimiento a la dignidad de cada persona, es la que debemos cuidar, fortalecer, enriquecer y desarrollar, como expresión de la democracia nacional que vivimos, al menos hasta hoy, resultado del progreso social y político que se ha construido desde hace muchas décadas…¿desde hace 200 años?

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