Pobreza, el crimen de Yemen
| Viernes 15 enero, 2010
Pobreza, el crimen de Yemen
La pequeña nación árabe del sur de la Península Arábiga ha sido blanco de las miradas de Occidente en las últimas semanas, luego de que fue anunciado que Omar Faruk Abdulmutalab, un joven nigeriano, intentó realizar un atentado contra un avión estadounidense el día de Navidad, en un vuelo con destino a Detroit.
El presidente Barack Obama atribuyó al grupo fundamentalista islámico Al-Qaeda, con sede en Yemen, haber entrenado y armado al joven nigeriano. Ante esto, Al-Qaeda ha respondido con amenazas de ataque dentro de Estados Unidos y a misiones diplomáticas en Saná, capital del Estado yemení.
La organización Al-Qaeda mantiene una fuerte presencia en Yemen, principalmente debido a que es el país más pobre de toda la península, con altos niveles de desempleo e ingresos muy por debajo de países vecinos como Arabia Saudita y Omán, cuyas economías se han incrementado en los últimos 50 años por la producción de petróleo. Esta se convierte en la principal razón para la que Al-Qaeda pueda reclutar muchos jóvenes en sus filas a cambio de dinero.
La posición del Gobierno yemení ha sido fuertemente criticada, pues a pesar de realizar importantes esfuerzos para combatir el terrorismo y garantizar la seguridad de sus ciudadanos, muchas naciones occidentales temen que el Gobierno de Saná no pueda dar seguridad ni siquiera a sus misiones diplomáticas en esa ciudad. Declaraciones que fueron confirmadas por la disposición de Washington y Londres de mantener su embajada cerrada para evitar mayor exposición; algunas representaciones como la de Japón y España mantienen suspendidos los servicios consulares y un control estricto de quienes ingresan.
Lamentablemente lo que vislumbra Washington solo incluye la ayuda en más de US$150 millones para combatir el terrorismo y no para atacar el problema principal que afecta a Yemen, que es la ausencia de condiciones para desarrollar una economía más competitiva, con mayor empleo y mejor remunerada, pero que esté en concordancia con los principios que rigen la Shari’a .
La opinión pública yemení parece respaldar las palabras del líder musulmán Abdel Maguid al Zandani “aceptamos cualquier cooperación en el marco del respeto mutuo y los intereses conjuntos, pero rechazamos la ocupación militar”. Una vez más, luego del 11 de setiembre, es hora de demostrar que el enemigo no es el Islam, sino el radicalismo de una organización que se ha perdido entre los ideales de tolerancia y paz revelados al profeta Muhammad en la mitad del siglo primero de la era cristiana.
Alejandro Badilla Coto
Estudiante de relaciones internacionales UNA
La pequeña nación árabe del sur de la Península Arábiga ha sido blanco de las miradas de Occidente en las últimas semanas, luego de que fue anunciado que Omar Faruk Abdulmutalab, un joven nigeriano, intentó realizar un atentado contra un avión estadounidense el día de Navidad, en un vuelo con destino a Detroit.
El presidente Barack Obama atribuyó al grupo fundamentalista islámico Al-Qaeda, con sede en Yemen, haber entrenado y armado al joven nigeriano. Ante esto, Al-Qaeda ha respondido con amenazas de ataque dentro de Estados Unidos y a misiones diplomáticas en Saná, capital del Estado yemení.
La organización Al-Qaeda mantiene una fuerte presencia en Yemen, principalmente debido a que es el país más pobre de toda la península, con altos niveles de desempleo e ingresos muy por debajo de países vecinos como Arabia Saudita y Omán, cuyas economías se han incrementado en los últimos 50 años por la producción de petróleo. Esta se convierte en la principal razón para la que Al-Qaeda pueda reclutar muchos jóvenes en sus filas a cambio de dinero.
La posición del Gobierno yemení ha sido fuertemente criticada, pues a pesar de realizar importantes esfuerzos para combatir el terrorismo y garantizar la seguridad de sus ciudadanos, muchas naciones occidentales temen que el Gobierno de Saná no pueda dar seguridad ni siquiera a sus misiones diplomáticas en esa ciudad. Declaraciones que fueron confirmadas por la disposición de Washington y Londres de mantener su embajada cerrada para evitar mayor exposición; algunas representaciones como la de Japón y España mantienen suspendidos los servicios consulares y un control estricto de quienes ingresan.
Lamentablemente lo que vislumbra Washington solo incluye la ayuda en más de US$150 millones para combatir el terrorismo y no para atacar el problema principal que afecta a Yemen, que es la ausencia de condiciones para desarrollar una economía más competitiva, con mayor empleo y mejor remunerada, pero que esté en concordancia con los principios que rigen la Shari’a .
La opinión pública yemení parece respaldar las palabras del líder musulmán Abdel Maguid al Zandani “aceptamos cualquier cooperación en el marco del respeto mutuo y los intereses conjuntos, pero rechazamos la ocupación militar”. Una vez más, luego del 11 de setiembre, es hora de demostrar que el enemigo no es el Islam, sino el radicalismo de una organización que se ha perdido entre los ideales de tolerancia y paz revelados al profeta Muhammad en la mitad del siglo primero de la era cristiana.
Alejandro Badilla Coto
Estudiante de relaciones internacionales UNA