Parlatica
| Lunes 20 diciembre, 2010
Parlatica
Chicha
Allá en los tiempos de mi niñez lejana, era muy frecuente el consumo de chicha.
De hecho, en las casas era costumbre tener una vasija de barro curado, la tinaja chichera, donde periódicamente se fabricaba el brebaje con receta familiar heredada y guardada con secreto y orgullo por cada familia.
No variaba mucho la fórmula, y era cosa de echar en aquel recipiente agua, unos pedazos de tapa de dulce, granos de maíz, cáscaras de piña y algún ingrediente secreto (frutos de piñuela, jengibre, clavos de olor, por ejemplo), para dar el sabor tradicional de la familia y sentirse orgulloso del resultado embriagante y raspagaznates.
A los pocos días y al fermentarse, la chicha “hervía” según decíamos, pues se producían burbujas y era indicio de que estaba lista, con los azúcares convertidos en alcohol para elevar los ánimos y traducirse en risas.
En el mes de diciembre no había quien no pusiera pasito y portal (nacimiento y belén en parlatica), y era costumbre para la chiquillada ir de casa en casa para ver los distintos estilos portaleros.
No era ciertamente el fervor religioso lo que nos movía a visitar portales. Ocurría que frente a cada portal se ubicaban sillas, donde nos sentábamos muy formales a contemplar aquella Palestina surrealista de tigres de Bengala de celuloide colorido, ballenas jonásicas, desubicados ferrocarriles, pingüinos extraviados, gallinas más grandes que la jirafa vecina y demás fauna y flora totalmente perdidas y a contrapelo con la geografía y con la historia.
Pero en cuanto uno se sentaba, acudían la señora y las lindas muchachas del hogar a ofrecer alguna golosina y un vasito de burbujeante chicha.
Después de unas cinco visitas ya uno andaba almadeado y contento.
Era costumbre que si se tardaban en iniciar el sabroso ritual, uno empezaba a fingir estornudos: “¡Achís!, ¡ Achís!”, pues esa era la forma adecuada y correcta de pedir que ofrecieran chicha.
Cuentan que una vez, ante un estornudador quizá algo impertinente y precisado, la señora de la casa ofreció la bebida a todos los presentes pero, al pasar
frente al pedigüeño le dijo: “A usted no le doy porque está resfriado y le hace daño...”
Se han de haber reído los presentes y el protagonista curado de catarros para siempre.
Pero bueno, como aquí hablamos de asuntos del idioma, les cuento que el vocablo deriva del nahuatl “chichietl”, pues es invento y tradición aborigen aún en práctica y ligada a rituales religiosos de nuestras etnias nativas.
La elaboración que en los palenques se realiza suma un nuevo elemento: saliva de doncella, ya que el maíz es mascado y escupido en la tinaja por las más bellas chicas del lugar, logrando así acelerar la fermentación.
Nunca rechacé un sorbo burbujeante ofrecido en jícara por sonrientes nativas. No, no me da asco como tampoco le hice un feo a la saliva incluida en los besos (¡Oh gloriosos tiempos!) de las amadas novias, regalo de mi vida.
Y hablando de ticoparla les recuerdo que cuando por la furia la sangre nos hierve como hierve esa noble bebida en la tinaja, decimos que “andamos de chicha”.
Me despido recordándoles que vale más ser definido que no ser “ni chicha ni limonada”, pues bien dijo El Señor que “A los tibios los vomitaré”.
De corazón les deseo una muy feliz Navidad.
Abel Pacheco
Chicha
Allá en los tiempos de mi niñez lejana, era muy frecuente el consumo de chicha.
De hecho, en las casas era costumbre tener una vasija de barro curado, la tinaja chichera, donde periódicamente se fabricaba el brebaje con receta familiar heredada y guardada con secreto y orgullo por cada familia.
No variaba mucho la fórmula, y era cosa de echar en aquel recipiente agua, unos pedazos de tapa de dulce, granos de maíz, cáscaras de piña y algún ingrediente secreto (frutos de piñuela, jengibre, clavos de olor, por ejemplo), para dar el sabor tradicional de la familia y sentirse orgulloso del resultado embriagante y raspagaznates.
A los pocos días y al fermentarse, la chicha “hervía” según decíamos, pues se producían burbujas y era indicio de que estaba lista, con los azúcares convertidos en alcohol para elevar los ánimos y traducirse en risas.
En el mes de diciembre no había quien no pusiera pasito y portal (nacimiento y belén en parlatica), y era costumbre para la chiquillada ir de casa en casa para ver los distintos estilos portaleros.
No era ciertamente el fervor religioso lo que nos movía a visitar portales. Ocurría que frente a cada portal se ubicaban sillas, donde nos sentábamos muy formales a contemplar aquella Palestina surrealista de tigres de Bengala de celuloide colorido, ballenas jonásicas, desubicados ferrocarriles, pingüinos extraviados, gallinas más grandes que la jirafa vecina y demás fauna y flora totalmente perdidas y a contrapelo con la geografía y con la historia.
Pero en cuanto uno se sentaba, acudían la señora y las lindas muchachas del hogar a ofrecer alguna golosina y un vasito de burbujeante chicha.
Después de unas cinco visitas ya uno andaba almadeado y contento.
Era costumbre que si se tardaban en iniciar el sabroso ritual, uno empezaba a fingir estornudos: “¡Achís!, ¡ Achís!”, pues esa era la forma adecuada y correcta de pedir que ofrecieran chicha.
Cuentan que una vez, ante un estornudador quizá algo impertinente y precisado, la señora de la casa ofreció la bebida a todos los presentes pero, al pasar
frente al pedigüeño le dijo: “A usted no le doy porque está resfriado y le hace daño...”
Se han de haber reído los presentes y el protagonista curado de catarros para siempre.
Pero bueno, como aquí hablamos de asuntos del idioma, les cuento que el vocablo deriva del nahuatl “chichietl”, pues es invento y tradición aborigen aún en práctica y ligada a rituales religiosos de nuestras etnias nativas.
La elaboración que en los palenques se realiza suma un nuevo elemento: saliva de doncella, ya que el maíz es mascado y escupido en la tinaja por las más bellas chicas del lugar, logrando así acelerar la fermentación.
Nunca rechacé un sorbo burbujeante ofrecido en jícara por sonrientes nativas. No, no me da asco como tampoco le hice un feo a la saliva incluida en los besos (¡Oh gloriosos tiempos!) de las amadas novias, regalo de mi vida.
Y hablando de ticoparla les recuerdo que cuando por la furia la sangre nos hierve como hierve esa noble bebida en la tinaja, decimos que “andamos de chicha”.
Me despido recordándoles que vale más ser definido que no ser “ni chicha ni limonada”, pues bien dijo El Señor que “A los tibios los vomitaré”.
De corazón les deseo una muy feliz Navidad.
Abel Pacheco