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Orgullo de ser costarricense

Miguel Angel Rodríguez marodrige@gmail.com | Lunes 23 julio, 2018


Orgullo de ser costarricense

En medio del profundo dolor que me causa la inhumana tragedia que el gobierno del presidente Ortega y la vicepresidenta Murillo causa a su pueblo, he sentido un inmenso orgullo de ser costarricense.

Es difícil pensar en países donde siete expresidentes de tres partidos políticos adversarios entre sí, en pocas horas se pongan de acuerdo para realizar una acción conjunta en defensa de la vida y los derechos humanos de sus vecinos, y en salvaguardia de los intereses nacionales. Y este hecho se da pocos días después de que los expresidentes nos reunimos con el presidente Alvarado y le expresamos al país nuestro apoyo a la tarea, siempre ingrata, de resolver el desequilibrio fiscal y el tamaño de la deuda pública.

He vivido con profunda admiración por las ejecutorias de nuestros antepasados y de los compatriotas contemporáneos.

Hace 30 años me dediqué —con el apoyo de jóvenes que son hoy muy valiosos intelectuales— a escribir “Al Progreso por la Libertad”. Quise resaltar el espíritu previsor de nuestros antepasados.

Es admirable la visión y las agallas de nuestros tatarabuelos que marcharon a Nicaragua a derrotar a los filibusteros que amenazaban la independencia de las naciones de Centroamérica. Pero igualmente admirable es su espíritu previsor que cuando éramos un grupo de desperdigadas y pobres aldeas escasamente habitadas, supieron construir la democracia, el estado de derecho, una economía abierta con buena capacidad exportadora, y dedicaron lo mejor de sus recursos a la educación pública.

Esa increíble construcción de bienestar del siglo XIX, se continuó en el siglo XX profundizando el desarrollo institucional, estableciendo la legislación social, mejorando sustancialmente nuestros servicios de salud y educación, eliminando el ejército, dotándonos de muy buena infraestructura vial, de electricidad y servicio de aguas, venciendo las diversas crisis que el mundo nos generó con sus guerras y la Gran Depresión, y rectificando los errores de nuestras propias decisiones de política económica y social.

Por eso debemos ser optimistas sobre nuestra capacidad para vencer las dificultades del presente y los retos del futuro.

No significa ello cerrar los ojos a los problemas que vivimos.

Hoy enfrentamos el reto urgente de resolver una grave situación de desequilibrio fiscal, crecimiento de la deuda pública y bajo crecimiento económico. También vivimos con un déficit muy serio de infraestructura, y la inseguridad ciudadana se ha convertido en una cruel epidemia que es cada día mayor. Ciertamente son problemas de gran calado el estancamiento de la pobreza, el alto desempleo, la baja capacidad de nuestro sistema educativo que no genera las habilidades necesarias para el siglo XXI, el crecimiento de la informalidad y la desigualdad. Y el futuro nos indica la necesidad de actuar ya para sacar provecho en lugar de perjuicio del incremento en la robotización y la inteligencia artificial; nos reta a desarrollar una innovación creativa que venza los perjuicios del cambio climático y nos obliga a tomar medidas ya, para salvaguardar nuestro sistema previsional y prepararnos para la medicina requerida por una población mucho más vieja.

Además somos parte de un mundo occidental que ha perdido la fe y la confianza en sus dirigentes y en sus instituciones, y es presa fácil de los espejismos populistas.

Para vencer todo ese cúmulo de nubes negras requerimos reforzar nuestro optimismo en las fuentes de nuestras realizaciones históricas.

Por eso el orgullo por nuestra capacidad de entendernos a pesar de las diferencias ideológicas y las confrontaciones personales, es mucho más que una razón para una pasajera satisfacción.

Es una inyección de energía y positivismo para no desmayar en la tarea diaria de construir nuestro bienestar de hoy y previsoramente vencer los peligros del futuro.

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