Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Viernes 30 noviembre, 2012
Hoy 30 de noviembre cumple mi papá 50 años de haber fallecido.
Leonardo Pandolfo Russo nació en Morano, Calabro, Italia y murió casi al frente mío a los 56 años de edad, mientras escuchábamos en aquellos tocadiscos de los años 60, música de Los Tres Reyes.
Buena parte de su juventud la pasó en Buenos Aires, Argentina, donde lo atraparon el fútbol y el tango, que lo bailaba como un maestro.
Regresó a su pueblo, se casó con Adelina Rímolo D’Agostino y pocos días después viajaron a Costa Rica donde formaron una familia con mis hermanas mayores Carmen y Doraida, esta fallecida en 2011 y Osvaldo, mi hermano menor.
Escribo este prólogo para recordar la memoria de papá, un hombre bohemio, desprendido y maravilloso que inculcó a sus hijos varones una pasión por el deporte, sobre todo el fútbol, que con el paso del tiempo, dice uno, derivó en muy buenos frutos.
Cuando hoy leo en el periódico Al Día, notas deportivas firmadas por Leonardo Pandolfo, palpita mi corazón. Qué se iba a imaginar papá que un nieto que lleva su nombre, se convertiría en periodista deportivo graduado de la Universidad de Costa Rica.
Qué orgulloso se hubiera sentido mi padre de la brillante carrera deportiva de su hijo menor, Osvaldo, precisamente el papá de Leonardo, integrante de la Galería de los Inmortales del Deporte gracias a sus credenciales como maravilloso basquetbolista, donde destacó como capitán de la Selección Nacional y de la UCR.
Osvaldo fue un ejemplo como deportista y lo siguió siendo como dirigente deportivo; la cereza al pastel de su trayectoria fue su dedicación, alma, vida y corazón adentro a la construcción del nuevo Estadio Nacional, donde mi hermano dejó su sangre liderando a un distinguido grupo interdisciplinario de profesionales.
En lo personal, no tengo ninguna duda de que mi pasión por el periodismo deportivo, nace del ejemplo de papá, que me llevó de niño siempre al Estadio Nacional y pude mirar a los mejores jugadores y equipos del mundo de la época.
Me orientó en la lectura de los grandes cronistas del momento y cuando como familia, estábamos a punto de lograr un sueño, mi viaje a Navarra, España, a cursar la carrera de periodismo, escuchando “Poquita fe” se le apagó su eterna sonrisa y la vida.
Medio siglo de no ver físicamente a papá, pero leyendo a Leonardo, aplaudiendo a Osvaldo y escribiendo la Nota de Tano, mi padre sigue vivo; su herencia deportiva luce perenne; su sonrisa intacta.
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