Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Martes 07 febrero, 2012
Los mercaditos de Plaza González Víquez tenían un imán para los “güilas” que habitábamos no muy lejos de esa zona; era la década 50-60.
El Liceo de Costa Rica, la Soledad, la Plaza Víquez, la Clínica Bíblica eran lugares famosos cercanos a los mercaditos, pero la gran atracción de estos era que por la noche, en sus altos, se reunía la famosa directiva del Deportivo Saprissa, liderada por don Ricardo.
Me recuerdo subiendo las gradas hacia el segundo piso, para tratar de ver de cerca a don Richard y a sus populares compañeros. Ahí conocí a don Enrique Weisleder. La directiva del Saprissa era tan popular como el equipo. Todos queríamos conocer a don Ricardo, don Enrique, don Jorge Guillén, a Eduardo Ramírez, el más grande representante del club morado en la Federación.
Luego supe que don Enrique tenía una tienda de ropa en los bajos de la vieja Radio Monumental en la avenida central. Vendían camisas McGregor y era empleado suyo Fernando “Príncipe” Hernández. Mucho aprendió el jugador de su maestro en el comercio, luego el “Príncipe” fundó su propia cadena de tiendas deportivas.
Después, don Enrique se pasó a la línea blanca y como propietario de Rilasa, en el mero centro de la capital, calle central, avenida central, recibía amigos y prensa en sus instalaciones.
En los últimos años ayudó a su hijo en un negocio más pequeño de televisores casi al frente de la Iglesia de El Carmen. En un segundo piso pequeño, tenía Weisleder su oficina y varias veces lo visitamos para arreglar el mundo.
Me siento muy orgulloso de decir que le encantaba la Nota de Tano. No se la perdía.
Contertulio diario de Charlas de Café, era una de las estrellas de Juanito Martín Guijarro; los comentarios y opiniones de don Enrique tenían mucho valor: hombre culto, educado, de verbo apasionado, morado de corazón, fue un humanista que enriqueció miles de conversaciones con sus amigos.
No hace mucho me invitó a que visitara la Sinagoga para que diera un testimonio a los jóvenes, de mi desagradable experiencia por el consumo de alcohol. Don Enrique acababa de enviudar y sin duda la muerte de su esposa lo afectó muchísimo.
Muere don Enrique con el afecto de todo el saprissismo, pero lo más grande, con el reconocimiento de todo un país futbolero que lo supo valorar y apreciar como uno de los dirigentes más educados, cultos y completos del deporte costarricense.
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