Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Lunes 25 julio, 2011

El pasado sábado, para miles de costarricenses amantes del fútbol que se quedaron en casa, fue noche de perillazo; para mirar la despedida de Víctor Cordero, el canal 7; para observar la de Luis Antonio Marín, el canal 6.
Curiosa o circunstancialmente, los capitanes de Saprissa y Alajuelense, que jugaron toda su carrera con el número 3; que también fueron capitanes de la Selección Nacional y que jugaron juntos en varias competencias defendiendo a la tricolor, se despidieron la misma noche y casi a la misma hora; uno en el Ricardo Saprissa; el otro en el Morera Soto.
Los medios de comunicación fueron justos y generosos ante este doble acontecimiento que engalanó al deporte costarricense; Luis Antonio y Víctor fueron dos profesionales del fútbol en todo el sentido del término y cuando decimos o hablamos de sentido, es por lo que fueron y transmitieron dentro y fuera del terreno de juego.
Y, hacia esto vamos y es lo que deseamos rescatar de sus brillantes carreras y trayectorias.
Lo que más nos gusta, atrae y marca un hermoso ejemplo en la vida de este par de futbolistas, es su vida privada y los valores tan profundos que marcan su vida en familia; como hijos ejemplares, esposos de verdad (no desechables y de mentirillas) y padres amorosos y responsables.
Para suerte de ellos y de sus esposas e hijos, tanto Luis Antonio como Víctor no cayeron en la trampa que abre las fosas que atrapan a la fama efímera, la relación hueca y vacía con la modelo de turno, tan vacía como la propia relación, con las excepciones de rigor; la noche y la fiesta.
Muchachos sanos; muy buenos jugadores, hombres de hogar, de familia y esto vale más que mil títulos, copas y salarios.
Mantener y sostener hoy una relación sólida y estable de pareja en este mundo descompuesto y hueco; ser ejemplo en la cancha para sus seguidores y ejemplo en sus hogares para sus hijos, convierten a Víctor Cordero y a Luis Antonio Marín en dos futbolistas excepcionales, porque, más que futbolistas, han sido hombres de bien, con carisma, con imán. Muy atrayentes.
Hombres sanos, educados, bien vestidos; jóvenes maduros muy centrados, que ofrecieron 20 años de su vida al fútbol; que fueron recompensados económicamente porque trabajaron arduamente para lograrlo, pero, lo principal, porque familiarmente trascendieron.
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