Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Jueves 09 junio, 2011
El 5 de agosto de 1985 terminó mi internamiento en el Hogar Salvando al Alcohólico Roberto Soto, ubicado en ese entonces en Zapote.
En ese bendito Hogar tuve una vivencia espiritual muy profunda, narrada al final de mi libro testimonial y Dios hizo el milagro de que se me quitaran las ganas de beber; me ayudaron mucho los administradores de ese lugar, pero sobre todo, mis colegas, los enfermos alcohólicos allí internados.
En el Hogar hay que estar internado 15 días y dentro de sus instalaciones opera un grupo de Alcohólicos Anónimos, al que lógicamente me incorporé de inmediato.
Una vez superado el periodo de desintoxicación que es el más complicado y cuando ya el interno comienza a bañarse, a desayunar, a comer y puede dormir, temas totalmente ajenos cuando se está en actividad, o sea, ingiriendo licor, personalmente, aparte de recibir seis horas diarias de terapia tuve la oportunidad de reflexionar sobre mi pasado, para luego preparar la salida.
Me fue muy fácil filosofar y “carbonearme” de que tanto en mi matrimonio, como en mi trabajo profesional, los dos perdidos, tanto mi esposa, como mis patronos, los propietarios y colegas de La Nación y La República, me dieron decenas de oportunidades para seguir pero el guaro siempre ganó la batalla.
Salí a la calle ese 5 de agosto, totalmente convencido de que yo había perdido mi matrimonio y mi familia y que había perdido mi trabajo, por culpa del consumo de alcohol, nunca por ser un marido agresor o un mal padre de familia y tampoco había perdido mi trabajo por falta de capacidad.
Guardaba en mi interior una enorme reserva de valores inculcados por mis padres, mi familia, los sacerdotes dominicos que me formaron, los profesores del colegio y la universidad.
Simplemente, dentro de la tragedia que eso significó, estaba claro en mi interior y en mi conciencia, de que había perdido familia y trabajo por beber guaro; que mi señora y mis patronos me dieron muchas oportunidades para recuperarme pero el consumo de alcohol no lo permitió.
Era asunto de no beber alcohol para lanzarme a conquistar el mundo; retornar al mercado laboral y tratar de recuperar el amor y la confianza de mi familia. El soporte lo darían las reuniones de AA a las que no falté un solo día en el primer año en sobriedad.
¡Manos a la obra!
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