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NOTA DE TANO


Nota de Tano

Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Lunes 11 octubre, 2010

Gaetano Pandolfo

Puede ser que esté equivocado, pero no puede existir solo el reglamento, sin el sentido común.

La ley, la norma y el sentido común deben ir de la mano a la hora de impartir justicia, no en un tribunal, sino en un enfrentamiento deportivo.

Un buen árbitro es el que sabe imponer justicia, el que aplica el reglamento, pero depende las circunstancias, puede en determinados momentos archivarlo y dar paso a su inteligencia, razonamiento, a lo que está sucediendo en el entorno inmediato y aplicar el sentido común.

Si un árbitro se aferra exclusivamente al reglamento y lo aplica a rajatabla, pocos partidos, para hablar de fútbol (y ni qué decir de otros deportes colectivos de mayor contacto físico), terminarían con las alineaciones completas.

No es conveniente, ni para el espectáculo ni para estimular el comportamiento correcto y adecuado de los actores, disparar tarjetas amarillas y rojas a diestra y siniestra, provocando una situación caliente, que altera las emociones de los jugadores y más que castigarlos, los alienta a cometer reacciones erradas, provocadas por el fuego del momento, una hoguera atizada por el propio silbatero.

El juez, el árbitro, debe evitar convertirse en el protagonista del evento que dirige; la máxima de los mejores silbateros es pasar inadvertidos al finalizar su trabajo.

Si un árbitro acapara titulares, comentarios, reacciones y portadas, es casi seguro que se debió a que su trabajo no fue bien hecho.

El juez del partido es el actor principal del juego; debe velar para que el espectáculo que le ordenaron controlar con un reglamento en su cabeza, un pito en su boca y unas cartulinas de colores en sus bolsillos, llegue a buen puerto.

Mal hace con meterle fósforos, encendidas candelas y añejos enchufes que en cualquier momento provocan el incendio. Y ya con la casa en llamas, no siempre llegan a tiempo los bomberos.

A este muchacho que dispara tarjetas y sanciona penales apegado al reglamento, sus maestros tienen que enseñarle que vale la pena, depende la ocasión, guardar el inciso, perder la memoria de la norma y aplicar el sentido común, que nadie lo va a acusar de deshonesto.

Esto es mejor que mirar a 22 jugadores; al cuerpo técnico de dos equipos y a miles de espectadores, a punto de explotar con sus emociones encendidas y entonces, ver un estadio convertido en llamas.


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