Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Martes 02 marzo, 2010
El 16 de octubre de 1996 a mitad de la tarde, un vuelo privado despegó de Base Dos en el Juan Santamaría, pilotado por el coronel D’Ambrosio, en ruta al aeropuerto La Aurora en ciudad de Guatemala.
El presidente de la República de entonces, José María Figueres, tuvo la distinción de invitarme a presenciar por la noche, el juego entre las selecciones de Guatemala y Costa Rica en el estadio Mateo Flores, por la eliminatoria al Mundial de Francia 98. Acompañó al gobernante su hijo del mismo nombre.
Invitados de honor del viaje fueron los futbolistas Evaristo Coronado, Róger Flores, Mauricio Montero y Alexandre Guimaraes.
El ingreso al coliseo resultó traumático; olía en cada metro a alcohol y a violencia; la seguridad ofrecida a don Chema permitió que sus invitados entráramos al palco oficial en fila india y fuertemente asidos unos de los otros. No terminábamos de sentarnos cuando se presentó la tragedia.
El Mateo Flores sobrepoblado; decenas de aficionados presionando por ingresar; los portones que se abren irresponsablemente y enseguida la desgracia. Mueren golpeadas y asfixiadas 83 personas. Se suspende el partido y bajo fuertes medidas de seguridad, el grupo regresa de inmediato a casa.
¡A qué viene esta historia!
A la afinidad; a la forma de ser, a la personalidad.
Evaristo, Róger, Mauricio y Alexandre, tienen entre sí muchas afinidades que nada tienen que ver con jugar al fútbol y con la mucha o poca calidad futbolística de cada uno de ellos.
Pregunto.
¿Cabría Walter Centeno en este grupo?
¿Tiene el Paté rasgos de personalidad similares a la de estos cuatro futbolistas, en su momento también capitanes de la Selección Nacional algunos y de sus equipos otros?
Figúrense que desde que Walter Centeno debutó en la primera división y ya hace rato de eso; yo le he hablado medio minuto. Y, no es por él. Le tengo un enorme respeto y hasta temor a su extraña personalidad, tan, pero tan distinta a la del resto de los mortales que juegan por aquí al fútbol.
Incluso, él mismo lo reconoce.
“Tengo mi personalidad y no la voy a cambiar”, manifestó la semana pasada, cuando hizo pública su defensa por el informe de Eduardo Li.
¿Es correcto entonces designar como capitán de un grupo; de una selección; de un equipo, a un futbolista que es “distinto” a los demás?
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