Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Miércoles 24 febrero, 2016
Alajuelense y Saprissa jugaron un buen clásico; no fue trepidante, ni emocionante, pero tampoco fue trabado, ni cortado. Los equipos no se atrincheraron y pelota en pie la meta fue anotar. No hubo vértigo ofensivo pero tampoco repliegue defensivo.
Colaboró para esto un Saprissa que de visita igual juega al ataque; al Monstruo pocas veces se le ve jugar a defender un resultado. Su misión histórica es atacar, anotar, brindar espectáculo, desde aquel equipazo de los años 50, base de la Selección Nacional, pasando por la nómina del hexacampeonato y la actual.
Saprissa no llegó al Morera Soto a defenderse y la Liga estaba obligado como anfitrión a atacar, a vencer para sacarse parcialmente el “clavo” de la final del Invierno, de ahí lo agradable de la confrontación.
Lo mejor del Alajuelense fue su ordenamiento defensivo, mérito para Javier Delgado; la cintura manuda con Guevara, Valle, Gabas y Madrigal se las ingenió con juego limpio para limitar los movimientos de Guzmán, Arauz y sobre todo Marvin Angulo, la figura clave morada del momento.
Recientemente el Herediano secó a Angulo pero a base de faltas, algunas bien arteras, lo que provocó el reclamo del técnico Carlos Watson. “El Sheriff” anuló el fútbol del mediocampista morado limpiamente. Tácticamente fue lo mejor del clásico: cómo la retaguardia del León le ganó la partida a la cintura del Monstruo. Quizá esto no lo aprecia la grada, pero le dio riqueza al cotejo.
La Liga ganó en acción de balón parado, un tiro de esquina que les regaló Adolfo Machado. Cobró Guevara, peinó Valle y este movimiento rompió la marca del Saprissa. Ortiz pasó a Gabas y red.
No se desinfló el Saprissa con el contratiempo y todo lo contrario, se puede afirmar que jugó mejor incluso con un hombre menos, ante una Liga que nunca renunció a la segunda anotación y eso fue lo bueno del clásico. Dos equipos empeñados en buscar los cordeles en lugar de levantar muros obstaculizadores del espectáculo.
El cierre fue dramático; Machado cobró un “tiro de esquina” con sus brazos (saque de banda), la bola atravesó la zona caliente del área eriza y en el otro flanco la recibió sabrosa y picando David Ramírez. ¡Trallazo! a ojos cerrados y el paradón de Pemberton. Escena digna de un clásico digno.
Y, el comportamiento del público: genial.
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