Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Martes 26 enero, 2016
Le solicité permiso al autor de la columna “Por favor... silencio”, para escribir de tenis en la Nota de Tano.
A quienes nos apasiona este elegante deporte, los torneos de Grand Slam se convierten en un suculento plato a degustar no importan los horarios. Se jueguen a la hora de Australia, Francia, Inglaterra o Estados Unidos, los fiebres del planeta nos sentamos frente a la pantalla a disfrutar de un deporte espectacular en el que compiten guerreras y guerreros que si bien es cierto, los top ten suman millones de dólares en sus arcas, igual se los ganan en juegos dramáticos, largos, interminables donde solo compiten uno contra el otro.
No hay pausas, ni descansos, ni asesorías técnicas.
Uno contra uno, mujer u hombre en juegos maratónicos, tensos, apasionantes, de dientes apretados y a comerse las uñas.
En la madrugada del domingo pude ver el juego entre Novak Djokovic y Gilles Simon; más de cuatro horas de brega y la enorme posibilidad para el galo de aprovechar el peor partido del mejor tenista del mundo en muchos años.
Llegaron al quinto set y lo maravilloso de este deporte, que basta un minuto de desconcentración y se van al carajo los logros, los puntos, las acciones heroicas que permitieron llevar el “match” a su instancia final.
Dos sets para cada uno; Djokovic perdiendo puntos en acciones inusuales en un jugador de su cartel y Simon, metido en el juego y combinando en su éxito los yerros del serbio con sus propias proezas. Quinto set, 2-1 en favor de Novak y sirve Gilles. Se salió del partido; se desconcentró medio minuto y se le puso el juego 0-30. Perdió dos bolas que durante cuatro horas en acciones similares no había perdido. Lo quebró “Nole” y se fugó 3-1; sirvió el mejor del mundo y 4-1 y ganó el set 6-4 y el partido.
Doscientos setenta minutos de aciertos, un minuto de errores y se perdió el partido. Solo en el tenis se viven estas maravillas; deporte de héroes solitarios donde nadie empuja, ni hace sombras, ni pactos. Normalmente, en la mayoría de las ocasiones: gana el mejor.
Claro que también hay jugadores que deslucen el espectáculo; los bombarderos como Milos Raonic y John Isner no juegan tenis. Ganan puntos porque sirven a 280 kilómetros por hora; son una máquina de “aces” que impiden devoluciones y “voleas”. Sus partidos son tan feos como sus triunfos. Vale que son minoría.
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