Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Martes 04 agosto, 2015
En el muy lejano 1965 ingresé a la Facultad de Derecho de la Universidad de Costa Rica más loco que una cabra.
Todavía no se como me gradué de Bachiller de Honor del Colegio los Ángeles en 1960 y entré a los Estudios Generales de la UCR un año después, a nutrirme de la sabiduría de los profesores de élite que impartían los cursos.
A doña Nury Raventós de Marín, hace pocos meses fallecida, se le ocurrió calificarme con un 1 en el primer examen de Historia de la Cultura, quedé traumatizado por la calificación y entonces me di el “lujo” de perder esa materia tres años más. Creo que me la aprobaron por lástima o por insistencia y pude liberar “las Generales” e ingresar a estudiar Derecho ese año del 65 y fue ahí que lo conocí en persona.
Dr. Alfonso Carro Zúñiga, catedrático de Teoría del Estado, con el pavoroso libro de Hermann Heller como lectura obligatoria. Perdí otros cuatro años.
Pero qué lujo ser alumno de Alfonso Carro tres años seguidos; el cuarto año me lo dio el Dr. Walter Antillón.
En mi primer año de Derecho, Mario Gómez Calvo me dio Prolegómenos; Jorge Enrique Guier, Historia del Derecho; Guillermo Padilla Castro, Derecho Penal; Fernando Fournier Acuña, Derecho Romano y don Alfonso la temida Teoría del Estado.
¡Qué categoría! ¡Qué sabiduría!
Todos impresionantes, pero la personalidad de Alfonso Carro te atrapaba; su timbre de voz alto y sonoro; sus inconfundibles gafas de aro negro; su elegancia en el vestir; su forma de enseñar. Un maestro que era capaz de hacer entretenidas e interesantes las lecciones de una materia tan complicada, difícil y compleja como Teoría del Estado.
Siempre le manifiesto a familiares y amigos, que si bien fue cierto que el hecho de perder ocho años de mi vida universitaria en solo dos materias: Historia de la Cultura y Teoría del Estado resultó frustrante, el lado positivo de la historia fue que me permitió, tanto en Estudios Generales como en Derecho ser compañero de aulas de decenas de futuros abogados que llegaron a los más altos cargos en los tres Poderes de la República, pero sobre todo, nutrirme y educarme bajo la sabia batuta de lo más selecto de la cátedra universitaria y de esa selección de educadores notables, destacar a don Alfonso Carro, único, diferente, atrayente, carismático, un maestro de verdad impresionante.
El sabio de la Teoría del Estado, descansa en paz.
Sus alumnos jamás olvidaremos sus magistrales lecciones.
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