Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Jueves 18 junio, 2015
Montreal. Minuto 75. Costa Rica está clasificada a la segunda fase del Mundial Femenino.
Dinnia Díaz lo para todo. Le detiene cara a cara un trallazo a Rosana (17) y dos minutos después, despeja de puños en su palo de mano izquierda el remate bajo de Fernandes (18).
Momentos dramáticos en la sala de prensa del Olímpico de Montreal. Brasil ataca y ataca; Costa Rica mantiene el orden en retaguardia y no renuncia al contraataque, su estilo de jugar todo el Mundial. Los nervios de punta; pocos colegas en el salón. Un partido en cada pantalla.
Ya Corea del Sur le había empatado a España y Dinnia Díaz no quería que Brasil le anotara. Las cosas se presentaban de maravilla. De pronto: un terremoto.
La portero de España decide tragarse un gol infantil, un globito de larga distancia, casi al mismo tiempo que Andressa cruza un servicio relámpago hacia Raquel Fernandes que rompe la retaguardia nacional y la número 18 finalmente vence la estirada de la mejor portero de la primera fase del Mundial.
Un gol en cada pantalla, un gol en cada escenario y Costa Rica le dice adiós al Mundial. El doble empate nos clasificaba y solo le restaban a los juegos 15 minutos.
El destino nos jugó una mala pasada, pero en Costa Rica todos vieron jugar a nuestras compatriotas, lo que dieron, como se entregaron, lo bien que jugaron, porque no le aflojaron a nadie, no se escondieron, no botaron bolas, no metieron el bus en el marco.
La reserva de Brasil pateaba la banca al mejor estilo de Hernán Medford; lucían impotentes ante la grandeza de Dinnia Díaz y ante el empuje colectivo de la Selección Nacional. Shirley Cruz se bailaba y dejaba sentada a Tamirez, al mismo tiempo que Melissa Herrera remataba.
Era un 0-0 hermoso y gigante
Era un 1-1 entre España y Corea del Sur más hermoso y más gigante.
Pero…
Faltaban 15 minutos y en ese corto tiempo se cortó la ilusión.
Costa Rica quedó eliminada; Corea del Sur se clasificó de segunda y existía un festival de mejores terceros lugares en los otros grupos.
No hubo lamentos; no hubo lágrimas; hubo entereza y temple en el cuerpo técnico y en las jugadoras. Internamente sabían que se habían jugado un Mundial de Fútbol con altura y que Costa Rica igual les iba a agradecer el esfuerzo, que no alcanzó porque estaba escrito, pero que la clasificación se esfumó por temas ajenos a la calidad de fútbol que mostró la Selección Nacional en sus tres compromisos.
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