Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Jueves 11 diciembre, 2014
Quiero decir que si a Danny Carvajal se le escapa de sus guantes uno de los remates que arañaron las redes y los postes y entran al marco, Óscar Ramírez sería un señor técnico. Sin embargo el balón no entró y otra vez la capacidad del Machillo se hunde en la polémica.
Cómo le ha costado entender a un grueso sector de fanáticos de la Liga, que todo lo logrado por el equipo, que ha sido muchísimo, es por jugar así: al estilo de Óscar Ramírez.
De manera que es cansado escuchar tanto cuestionamiento, si al fin de cuentas la final se le escapó de las manos al entrenador rojinegro por centímetros.
Es que dos de los tres balones que salvó Carvajal en la raya de sentencia, arañaron sus guantes, rozaron los postes y olfatearon los cordeles. Con uno de esos remates que entre, la Liga sería finalista y sobraría tanta hablada en contra de su técnico más exitoso.
Entonces, no se puede ser exitoso o fracasado por la dirección que tomó un remate a puerta o por el acierto repetido de un portero. A Óscar Ramírez lo respaldan coronas, títulos, las estadísticas del club desde que funge como director técnico, y todas las logró jugando a su estilo y no cómo lo desean los fanáticos del equipo.
Quién sabe si abriéndose en procura de golear a sus rivales, el Alajuelense hubiera llegado tan largo desde que el Machillo conduce el vehículo.
Para estas semifinales se cometió el grave error de menospreciar al Saprissa; al campeón nacional, al que entendidos, analistas y periodistas descartaron de una final proyectada entre manudos y florenses.
Nuestra Nota no cayó en la trampa y escribimos antes del clásico en Alajuela, que esos cuatro delanteros del Saprissa: Deiver, Ariel, Colindres y Ramírez, tenían la capacidad y la técnica para romper cualquier retaguardia y que si la Liga se decidía a atacar, debía hacerlo sin fisuras defensivas. Recordemos como el gol morado llega por una combinación de yerros defensivos manudos y la clase individual de Vega.
Personalmente me agradan este tipo de delanteros como los morados: los cuatro son desafiantes, a ninguno le quema el balón; me recuerdan el fútbol de Leony Flores. Reciben, enfrentan, pican, bailan y lo más peligroso para el rival: se tienen confianza.
Entonces, si alguien nunca menospreció al Saprissa fue precisamente Óscar Ramírez, lo enfrentó con cálculo y respeto; volvió a jugar al filo de la navaja y si antes no se cortó y sangró, esta vez entre la saprihora, Deiver Vega y Danny Carvajal, lo degollaron.
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