Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Miércoles 10 diciembre, 2014
Los jugadores del Alajuelense equivocaron el camino.
Querían ganar 8-0 y lo único que necesitaban era el primero.
Precipitados, ansiosos, impulsivos y obsesionados por aplastar al Saprissa, se les olvidó bajar el balón y buscar el 1-0 que podía darles el pase a la final, pelota en tierra y abriendo por los costados y se fueron por el pelotazo.
En esa ansiedad perdieron todo el primer tiempo.
Jeaustin Campos, quien merece todos los elogios por haber eliminado limpiamente al favorito, rapidito se dio cuenta de las pretensiones del rival, que no quiso pasar el balón por sus tres arquitectos: Gabas, Venegas y Sánchez, ralitos en el Morera Soto y prefirió Óscar Ramírez el trazo largo de sus defensores al área de candela, para que, a la guerra, saltaran Ortiz y Alonso en procura de un yerro, descuido o un rebote flojo de la retaguardia morada para mover los cordeles. Todavía lo están esperando.
Fue fácil adivinar que el técnico del campeón había girado instrucciones a sus defensores centrales. Machado, Keylor y Robinson de que no se abrieran y se juntaran en zona caliente. Ellos fueron los receptores de una innumerable cantidad de balones altos que impulsaron Gutiérrez, Acosta, López, Soto y Ariel.
Jeaustin pobló más el centro de su defensa con el ingreso de Jordan Smith, mientras Heiner Mora, Daniel Colindres y Deiver Vega en un juego táctico muy inteligente, se alternaron en las franjas bloqueando a Venegas y Sánchez.
Además, los volantes recuperadores: Guzmán, Bustos y Russell, jugaron cerca de sus defensas centrales, precisamente para cazar rebotes.
Este fue el panorama táctico del primer tiempo, etapa que se incendió con el gol del Saprissa, que combinó yerros garrafales de la retaguardia eriza con la calidad individual de Vega. El balón le llegó a Deiver por pura casualidad. Ya después, lo que hizo con la pelota fue pura clase, ayudado por la impericia en marca de Soto y Acosta.
La segunda parte fue otro cantar, porque la Liga bajó la pelota, abrió la cancha y buscó el empate por cielo, mar y tierra. La entrada de Jonathan McDonald ayudó y el empate llegó temprano, a 30 minutos del final.
Los discípulos del Machillo lo buscaron con mayor serenidad e inteligencia, pero toparon con un muro salvador: Danny Carvajal que volando de palo a palo y con instintos de felino, devolvió tres remates que eran gol y convirtió, por arte de sus guantes, un eventual 3-1 o 4-1 favorable a los manudos, en un empate que lanzó al campeón nacional a la final.
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