Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Sábado 15 marzo, 2014
Dora Bonilla de Di Palma, Hilda Ocampo, Vera Violeta Padilla, María Eugenia Páez, María Cecilia Rojas, María Teresa Montero de Gómez, Julieta Zúñiga, Carmen Morales de Bonilla, María Elena Valverde, Nelly Coto, Vicenta Morales, Julieta Muñoz, Ligia Cordero, Thelma Obregón, Lidieth Hernández, María Cecilia Luna, Irma Castillo, Lillian Lindop, Grace Antonini, Gladys Madrigal, Daisy Piedra, Alice Quirós, Mirian Artavia, Zulay Loaiza, Rosa Severino, Betty Rojas, Claudia Araya, Flora Araya, Georgina Rodríguez, Ana Cecilia Herrán. Entrenadores: los hermanos Manuel Emilio y Fernando Bonilla Alvarado.
Costa Rica, la orgullosa sede del Mundial Femenino Sub-17, tiene que reconocer que esta justa planetaria se gestó en 1949, con este grupo de jugadoras, fundadoras del Deportivo Femenino Costa Rica.
Se entrenaron fuerte en una finca en San Ramón de Tres Ríos, llamada “Las Delicias” y el domingo 26 de marzo de 1950 en el Estadio Nacional, en un partido dedicado al Presidente Otilio Ulate, se jugó el primer partido de fútbol femenino en Costa Rica.
Pasaron los años, las jugadoras del Deportivo Costa Rica se internacionalizaron, se presentaron en Panamá y México; varias han fallecido.
Queda un grupo grande de sobrevivientes, todas damas distinguidas de la sociedad costarricense; pocas han recibido los honores que merecen. La Galería del Deporte, el Salón de los Inmortales le ha negado el reconocimiento a un hombre íntegro como Fernando Bonilla, que defendió la portería de varios clubes de nuestra primera división, pero que merece estar entre los inmortales de nuestro deporte, precisamente por esta gesta que se “inventó” hace 65 años con su hermano Manuel Emilio, de fomentar, organizar y trabajar muy duro con las muchachas, en un territorio destinado a los varones.
Hoy, con el calendario del Mundial arrancando, con una Selección Nacional que le disputará a Venezuela, Italia y Zambia los honores del grupo uno, confiamos en que Juan Diego Quesada imite la faena que inició Fernando Bonilla a mitad del siglo pasado y que sus discípulas se entreguen y triunfen con la misma disciplina, esfuerzo, sacrificio y honor con que sus colegas sembraron la semilla del fútbol femenino en nuestro país, sin imaginarse, desde luego, que esa heroicidad de cada una de ellas, ese derribar mitos, estigmas, señalamientos estúpidos, se coronarían nada más y nada menos que con un Campeonato Mundial en Costa Rica.
gpandolfo@larepublica.net
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