Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Viernes 17 octubre, 2008
Estuve presente en el estadio Ricardo Saprissa para dar cobertura al juego entre Costa Rica y Haití y de verdad que me sentí mal.
Por un instante me puse a pensar qué reacción hubieran tenido los fanáticos “costarricenses” que lanzaron hurras a Haití, cantaron el olé y se extasiaron al máximo cuando el ariete visitante estrelló un remate en el palo vertical de Keylor Navas, si los seleccionados nacionales se hubieran dejado ganar.
Me explico.
Fueron tantos y tan largos los minutos en que un fuerte sector de fanáticos apoyó a los haitianos, que bien pudieron los futbolistas criollos iniciar una huelga de protesta en el mismo partido.
De por sí, la clasificación estaba asegurada.
¿Qué tal si desde Keylor Navas hasta Bryan Ruiz, los 11 jugadores se paran dentro del campo al frente de la gradería Este, la más rebelde de la noche y dejan hacer a los haitianos?
¿Uno, dos, tres goles de Haití y los 11 seleccionados dejándose ganar, de pie, enfrentando con su gesto de desidia la malacrianza y el irrespeto de un numeroso grupo de espectadores a su trabajo profesional?
¿En dónde se meten los impulsivos y violentos (con sus gritos), fanáticos costarricenses, que apoyaron a Haití?
Fue muy desagradable lo sucedido en el Ricardo Saprissa; no es la primera vez que esto sucede, ni es un comportamiento exclusivo del fanático costarricense. Sucede en todos los estadios del mundo pero en esta oportunidad, se sobrepasó y en mucho, la raya de la lógica.
La acción se da por inercia.
De pronto tres o cuatro espectadores molestos por el desempeño del equipo nacional, empiezan a vociferar y como sucede cuando se forman las famosas olas en las gradas, el grito de protesta se va generalizando, agarra eco y se forma una bola de nieve que rueda cada vez más grande y pesada, hasta que le pasa en su caída por encima a todo. Y, lamentablemente, ese todo es el comportamiento decente, respetuoso y tolerante de un sector mayoritario de espectadores y desde luego la dignidad de los jugadores.
Decenas de ocasiones he estado presente en un estadio donde el público local por un instante se vuelca a favor del visitante o donde por un rato, el fanático desde la grada, apoya al acérrimo rival, como protesta por el pobre desempeño de “su equipo”. Sin embargo, jamás escuché lo de esa noche.
La falta de respeto de ese grueso sector de espectadores hacia su propio país, representado en esta ocasión por una selección de futbolistas, trasciende los graderíos y retrata, desgraciadamente, la pérdida de valores sobre todo de nuestros jóvenes, porque fueron muchachos muy jóvenes los que lideraron esa inoportuna protesta.
Costa Rica ganó 2-0 y mantuvo su invicto y su marcha arrolladora en la cuadrangular, pero por lo sucedido en los graderíos, ningún costarricense puede decir que esa aciaga noche en el Ricardo Saprissa, ganó. Esa noche, todos perdimos.
gpandolfo@larepublica.net
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