Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Lunes 18 agosto, 2008
Hace muchos años, terminaba la década de los 60, llegué a trabajar a la redacción deportiva de un periódico del que semanas atrás se había marchado un joven valor de la prensa deportiva, sin academia pero valioso. Un buen reportero.
Le tomé estima a ese joven que indirectamente me heredó su espacio, su silla, su máquina de escribir. Y nos hicimos amigos. No fuimos compañeros de trabajo, pero sí amigos.
Hice mi carrera profesional, él la suya apartado de los grandes medios escritos pero, cada vez que colaboraba de una u otra forma mostraba su talento, su chispa, su olfato de comunicador.
Pasaron los años y entre 1990 y 1995 se fundó un periódico que pretendía y lo ha logrado con creces hacer énfasis en el periodismo deportivo.
Me contrataron para asumir la jefatura de deportes y cuando mis superiores tuvieron la idea de publicar una columna diaria y liviana cuyo contenido se basara en las conversaciones, diálogos, chismes y broncas entre los contertulios de los programas deportivos en la radio, se me ocurrió que el periodista que mejor la podía escribir era mi viejo amigo de los años 60.
Y, lo contrataron.
Fue en ese momento que se activaron las orejas.
Duré poco en ese medio; mi amigo siguió.
…y pasaron más años.
Luego nos enteramos de que al amigo lo despidieron y de que a los meses presentó una demanda laboral contra la empresa. Se inicia un juicio de trabajo.
El amigo llama y me pide que le sirva de testigo, para que cuente en los tribunales cómo fue la historia de su “fichaje”. Al fin de cuentas yo había tenido mucho que ver y él lo sabía.
Llegó el día de ofrecer mi testimonio y me presenté a la sala del juicio. Sentado en la sala de espera, estuve acompañado de grandes periodistas con los que trabajamos juntos en los primeros meses de vida de aquel periódico.
Después de dos o tres horas, llegó un funcionario judicial y comunicó que el debate se suspendía para nuevo aviso. Nunca más nos volvieron a citar y mi amigo columnista jamás nos avisó cómo terminó el asunto.
Las pizpiretas orejas se cambiaron de territorio y está claro por lo que escribe casi todos los días, que no conoce para nada aquello de que “es de bien nacidos ser agradecidos” y si bien es cierto, no se da ni se hacen favores para esperar algo a cambio, en todos los ámbitos de la vida deberían imperar ciertos valores que por lo visto (o más bien leído), no los tienen ciertos personajes de la farándula futbolera.
La cuota de basura diaria debería alcanzar para sepultar anímicamente al funcionario objeto del constante ataque, sin embargo, cuando se repasan la vida y los hechos de quienes la lanzan, lo que provoca es náusea y lástima y en mi caso, ese recuerdo o esta anécdota que narro, en mucho para liberar mi espíritu, salpicado por cosas de sangre, ante tanta inmundicia.
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