Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Miércoles 09 abril, 2008
El fútbol inglés es sencillamente maravilloso y sin embargo, no estará en la Eurocopa.
El juego del fútbol es así de ingrato; castiga al que mejor lo practica y premia al que solo procura el resultado. En esto último mi querida Italia, tetracampeona del mundo, ha sido mil veces resaltada.
Son tan espectaculares los equipos de Inglaterra que lograron clasificar a cuatro de ellos a los cuartos de final de la Liga de Campeones: Manchester United, Chelsea, Liverpool y Arsenal, un lujo reservado a la liga que pone en práctica el balompié más espectacular para los aficionados.
Y la palabra lo dice: espectacular se deriva de espectáculo y la mayoría de los partidos de la Liga Premier, son espectaculares.
Ayer, Liverpool y Arsenal nos regalaron una media hora de fútbol escalofriante en el juego de vuelta de la Champions; habían empatado uno a uno en el campo de Arsenal y estaban 1-1 a 22 minutos del final, cuando el “Niño” Torres metió un golazo y volvió loco el legendario estadio de Anfield cargado de leyenda.
“Fue otra noche mágica en un estadio que tiene voz propia. El factor Anfield, ese elemento que define partidos en situaciones adversas, hizo su aparición estelar y la tensión se palpó desde el arranque de un partido teñido de rojo, el color del club anfitrión”, dice la crónica del encuentro.
El 2-1 les daba la clasificación a los “reds”.
Con la eliminatoria perdida, el técnico de los “cañoneros”, Arsene Wenger ordenó de inmediato un par de variantes. Ingresaron el tulipán Robin van Persie y Theo Walcon, el internacional más joven de la historia de Inglaterra y fue precisamente este jovencito el autor de la jugada más espectacular del juego, cuando cruzó media cancha esquivando rivales (al mejor estilo Maradona), evitó el zarpazo de Mascherano, entró al área y sirvió en bandeja el gol del supuesto entierro local al togolés Enmanuel Adebayor a solo seis minutos del final.
El 2-2 clasificaba al Arsenal por anotar más goles de visita.
Pero, pero… surgió y resonó la voz propia de ese estadio y en cuestión de minutos, los rojos anotaron dos veces, final de vértigo y se clasificaron a las semifinales de la Champions, donde se las verán con otro de sus vecinos, los millonarios del Chelsea, un equipo formado a base de billetera y de pocas simpatías en el universo.
El tercer gol de Liverpool vino de penal; una acción apretada y dudosa. Lo señaló el árbitro sueco Meter Frojdfeldt y a pesar de la enorme trascendencia de su decisión, nadie, absolutamente nadie en el terreno de juego la reclamó.
Eso, señores, se llama cultura.
Ese penal definía el pasaporte a la semifinal de Champions: cero protestas, cero empujones, ningún irrespeto a la investidura del juez.
Esto no lo copian los futbolistas costarricenses; ellos, de Europa solo quisieran copiar salarios y cacería de modelos.
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