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¡No quiero graduarme más!

Claudia Barrionuevo claudia@chirripo.or.cr | Lunes 24 septiembre, 2007


Cuando terminé sexto grado me entregaron un diploma en el auditorio de la Clínica Carlos Durán. Solo fueron mis padres y a la salida fuimos a cenar al Alpino. Yo vestía de uniforme. Al terminar el colegio, se organizó una cena muy sencilla en las instalaciones del Liceo Franco Costarricense. Ninguna de mis compañeras vistió traje largo y no recuerdo a ninguno de los varones encorbatado. Eso fue todo.

Mis hermanos —que estudiaron en un Colegio más convencional— sí tuvieron un baile de graduación.

Ahora los niños empiezan a graduarse desde preparatoria. Yo ya he tenido que pasar por tres graduaciones y este año me toca la cuarta. ¡Y todavía ninguna de mis dos hijas ha concluido la secundaria!

Cada una de estas graduaciones conlleva un montón de reuniones, organización y trabajo. Al principio hay que decidir qué tipo de actividad se va a realizar. Todos tienen opiniones diversas: que si paseo, que si almuerzo, que si baile, que si cena. Ahí empiezan las peleas. Las opiniones son diversas y los niños —los festejados— no participan en ellas. Ustedes dirán. “Es que es muy difícil que 25 pequeños (o más) se pongan de acuerdo”. No les voy a contar lo complejo que resulta que 50 padres de familia (o más) lleguen a una idea común.

Luego surge el comité organizador. Afortunadamente siempre hay algunas mamás que —ya sea porque tienen más tiempo disponible y/o porque les gusta participar y organizar— ofrecen formar parte del comité. Otras —sobre todo en estos tiempos— trabajan todo el día y realmente se les hace imposible asistir con regularidad a las actividades. Me refiero a las ventas de comida para recoger el dinero necesario para la actividad elegida.

Las organizadoras proponen el menú, indican a los demás qué aportar y solicitan la ayuda de todos. Todos no pueden y les llueve: que no asistieron, que no colaboraron, que los hijos son de todos… Y sigue.

Inevitablemente a mitad de año —más o menos— surge algún malentendido y hay que realizar una nueva reunión donde nunca falta una mamá que regaña a las otras.

Interesantes reuniones para alguien al que le guste analizar a los asistentes. Están los que tienen una opinión sobre cualquier ítem y la expresan con ímpetu. Están los que se sintieron obligados a llevar el cuerpo pero dejaron la mente afuera. Están los que se empeñan en hablar con quien está a su lado sin escuchar al que lleva la batuta, causando el caos en la reunión. Están los que creen que son ellos quienes se gradúan por el esfuerzo que les ha significado llevar a sus hijos hasta ahí y quieren una celebración más para adultos que para niños. Están los que no tienen más ilusión en la vida que ser los protagonistas de la vida de sus hijos. Están los que esperan que la reunión termine rápido para continuar con su vida.

Yo aprendí desde mi primera graduación (es decir, la de preparatoria de Manuela, mi hija mayor) a colaborar sin meterme demasiado. A aceptar las decisiones de la mayoría sin discutir, para evitar pleitos.

Tengo la fe —yo tan escéptica siempre— de que las próximas graduaciones las organicen mis hijas. Que no me toque a mí. ¡No quiero graduarme más!

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