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Viernes, 19 de abril de 2024



EDITORIAL


No más patrimonialismo ni clientelismo

Si la presidenta Chinchilla lograra liberar al país de dos grandes lacras, impulsaría la ruta del desarrollo nacional hacia la decencia, la honestidad y la vuelta al trabajo serio y el bien c

Redacción La República redaccion@larepublica.net | Lunes 23 enero, 2012


Editorial


Un recuento de lo realizado hasta el momento por la presente administración y de lo que falta por hacer, mueve a pensar que si la Presidenta no logra avanzar al ritmo que se necesita en infraestructura, al menos podría proponerse eliminar dos importantes males que sufre el país: el patrimonialismo y el clientelismo.

El término patrimonialismo tiene su origen en el sociólogo Max Weber, y fue utilizado para caracterizar una forma de dominación política en la que la administración pública es ejercida utilizando como patrimonio privado los bienes de la nación, es decir, de los habitantes.

Actualmente la palabra suele ir asociada a la otra, “clientelismo”, porque ambas se pueden traer al presente para referirse a quienes hacen uso del poder con el fin de disponer de la hacienda pública como si les perteneciera. En el mejor de los casos, la destinan a fines de interés particular, de grupos o personas y no a cubrir las principales necesidades de la población que es, en definitiva, para lo cual fueron nombrados en sus cargos.

En el patrimonialismo el Estado se convierte en un fin en sí mismo, en lugar de ser un administrador transparente de recursos públicos para el bien de todos. Se vuelve un nefasto sistema de privilegios, de abuso de los recursos económicos estatales.

Con el clientelismo, se ofrecen u otorgan cosas a grupos o comunidades con fines electorales, es decir, se mal utilizan bienes públicos para comprar voluntades. Esto anuncia, desde el inicio, la falta de buenos principios, la deshonestidad y la falta de idoneidad para la función pública de quienes lo practican.

Si la presidenta Chinchilla lograra al menos liberar de eso a nuestro sistema democrático, seriamente debilitado por malas prácticas como las señaladas y otras que nos afectan negativamente por causa de la descomposición social y de las agrupaciones políticas, pasaría a la historia de este país como alguien que allanó el camino para enderezar la ruta del desarrollo nacional hacia la decencia, la honestidad, la vuelta al trabajo serio y el bien común, que tantos buenos réditos le dio a Costa Rica en otras épocas. Tantos que aún hoy vivimos de esas rentas.










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