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Mercadotecnia y demagogia

| Jueves 07 enero, 2010



Mercadotecnia y demagogia


De chiquillo, disfrutaba la anécdota del político que, buscando la presidencia de la República, en aquellas épocas de malos caminos recorría los pueblos con la promesa electoral de construir puentes. Cuando en un pueblo le señalaron no tener río, generoso, ofreció construir el río también.
Nuestra oropélica democracia no erradica aquel espíritu. Aunque la negligencia del MOPT torne de nuevo interesante la oferta de puentes, nuestros candidatos se han tecnificado y, entregados en los amorosos brazos de sus mercadólogos, buscan que las encuestas les iluminen. Y como las encuestas señalan masivamente que el pueblo quiere seguridad, pues seguridad se ofrece.
Mas tengo dudas sobre la sinceridad de las promesas.
Primero: el tema es tan alarmante e inminente, que un candidato medianamente enterado no esperaría su eventual triunfo para actuar. Contando con representación legislativa, como cuentan los cuatro principales, una sincera convicción los tendría actuando desde hace años, utilizando las posibilidades de iniciativa, sana negociación y control que el Parlamento ofrece.
Segundo: aunque publicitariamente resulte redituable, el tono del garrote o del policía en la espalda de cada ciudadano no ofrece una solución financieramente viable ni sustantivamente eficaz. El tema no es meramente policial, ni policial/judicial. Obedece a multiplicidad de factores por décadas descuidados por todos los poderes de la República, igual institucionales que reales.
Por ejemplo, ninguna lucha tendrá éxito sin la recuperación del alto porcentaje de la población, niños incluidos, que ha caído en la drogadicción. Pero no es cuestión de ofrecer tal recuperación, con la misma ligereza con que antaño se ofrecía construir ríos. Es cuestión de explicar cómo se va a hacer. Pues si tomo un número conservador de adictos, y lo multiplica por un costo conservador de cada tratamiento, nos dará una suma astronómica, imposible de incluir en el presupuesto nacional y que, aun existiendo tal presupuesto, no podría ejecutarse por falta de personal capacitado para cumplir la tarea. Salvo que las elevadas luces de los candidatos indiquen hoy mejor camino.
Sucede igual con el otro factor principal: la exclusión social. Por lustros se ha estimulado el ensanchamiento de la brecha social —“salvadorización”; le llamo, con todo respeto para el vecino país—, donde conceptos como mercado y libre competencia intentan disimular el capitalismo salvaje. En tanto ineficiencia y corrupción dificultan el buen uso del muchísimo dinero que se destina a la compensación social, sin que esto preocupe ni a los más directos perjudicados: trabajadores y empresarios.
Guardo, entonces, el mal sabor de que las ofertas de la mercadotecnica electoral queden de nuevo en eso, en ofertas, mientras el país continúa su creciente resquebrajamiento social. Una democracia formal cada vez más perfecta, para una democracia real cada vez más endeble. No en balde el Tribunal Supremo de Elecciones, víctima también de la mercadotecnia, sustanció su campaña contra el abstencionismo en la enjundiosa frase “votar es pura vida”.

*Abogado y notario

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