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“¡ME RENDÍ!”

Marcela Ayub-Daou metamorfosis.sph@gmail.com | Miércoles 17 agosto, 2016


“La baja autoestima es como conducir por la vida con el freno de mano puesto”, Maxwell Maltz.

Tenía escrito para hoy otro tema, sin embargo, leí la historia del niño Fitzpatrick, quien con solo 13 años se quitó la vida porque ya no quería luchar más contra el bullying que vivió durante años por su peso. Según el artículo, a pesar de haber pedido intervención, nadie le ayudó.

La mayoría hemos usado frases como “los niños son crueles”, “los niños nunca mienten”, “es parte del proceso, todos recibimos bullying en alguna medida”, ahora me pregunto: ¿En qué momento empezamos a ver lo “común”, como aceptable? Entonces, ¿como todos lo hemos pasado tenemos que dejar que nuestros hijos lo vivan? ¿Los dejamos que sufran? ¿Dejamos que los humillen?, “porque es parte de la vida”. ¡NO!, me niego a aceptar que la obesidad, los inventos de perfección de esta sociedad y sus efectos sobre nuestra autoestima, sigan robando vidas, especialmente de niños, de quienes sus padres son responsables.

El tema del bullying va más allá del peso, como siempre he comentado, la gente encuentra algo que nos sobra o nos falta, el detalle está en cuáles herramientas estamos dándoles a los niños para enfrentar el rechazo. UNA VEZ MÁS, FALLAMOS COMO SOCIEDAD, como adultos, hemos fallado como seres humanos, al minimizar el dolor ajeno, al pensar que “todo pasa”, al dejar que los niños crezcan educados por lo que encuentran en Google. Porque estamos taaaaaan ocupados haciendo dinero para darles “todo lo que merecen”, que no nos damos ni cuenta de que sufren, que no viven en paz, no se alimentan bien, llevan plata al colegio más veces que una merienda hecha en casa, solo escogen porque sabe rico y no por la importancia de la comida, pero al final ¿con qué tiempo, cierto?, o somos buenos padres proveedores o padres presentes, porque ambos no se puede.

¿Qué estamos haciendo como sociedad para fortalecer el amor propio en los niños? ¿Les ponemos suficiente atención? ¿Investigamos por qué se sienten como se sienten?

He escuchado a muchos tomar a la ligera lo que sufren sus hijos: “Le dicen enano a mi hijo, pero qué le van a decir si salió a mí, chiquitillo”. “Lo molestan por gordo, pero no quiere ir a educación física porque se cansa, siempre le tengo que mandar una boleta para que no haga clase”. “La molestan por esa panza que tiene, pero diay, vea cómo estoy yo de gorda”. “La castigué con no salir en la coreografía, era la única gordita del grupo, se van a reír de ella”. “Es una exagerada, ya sabes que le encanta llamar la atención”…

La mayoría sobrevivimos al bullying, bueno, a medias; digo a medias porque nos convertimos en estos adultos acomplejados, inseguros, crueles y sin autoestima, que hacemos fila en los sicólogos, siquiatras y farmacias comprando antidepresivos. Si trabajáramos en la autoaceptación de los niños, los próximos gerentes, socios, inversionistas, presidentes, PADRES Y HUMANOS, serían una mejor generación que nosotros, pero esa generación está siendo educada y acompañada, por Pokémon, Twitter, Instagram y Facebook, aplicaciones donde pensar, encajar y ser el estándar de la sociedad es tarea imposible = autoestima CERO.


“¡Me rendí!”, fue la expresión del niño y desafortunadamente, según el estudio que realizó Journal of Adolescent Health, hay un incremento del 45% de ideas suicidas en los adolescentes que, aun sin sobrepeso, consideran tener peso excesivo; en el mismo estudio un 8,15% de los jóvenes reconoció haber intentado suicidarse por motivo del peso o apariencia física.

¿Cuántos más estarán a punto de rendirse? Vale la pena luchar contra la baja autoestima a toda costa, ya que erróneamente hemos luchado contra la obesidad y el sobrepeso, inventando cuanta dieta se pueda, pero hemos olvidado lo más importante, entender las razones por las cuales, como adultos, hacemos las elecciones que hacemos, ya que somos el resultado de ese niño que nunca encajó, por su apariencia física, por su forma de pensar, de hablar, por la familia de la que venía, el lugar donde vivía o el Dios a quien le rezaba.

“Un hombre no puede estar cómodo sin su propia aprobación”, Mark Twain.






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