Los saboteadores internos
Redacción La República redaccion@larepublica.net | Martes 07 septiembre, 2010
Los saboteadores internos
“El mayor castigo para el embustero es no creerle, aun cuando diga la verdad”. Esta recomendación de Aristóteles debe hacer reflexionar a quienes no son confiables debido a que convierten sus promesas en incertidumbres. ¿Por qué hay personas que se empeñan en construir un proyecto y luego lo destruyen con sus propias conductas?
En ocasiones, cuando se inicia un proceso hacia una meta, observamos a los actores haciendo emotivas promesas de trabajar en equipo, darlo todo por el anhelo compartido y ser servidores de los demás para lograrlo. Incluso, hacen actos simbólicos para ratificar el compromiso de ser uno para todos y todos para uno.
Sin embargo, cuando las cosas marchan bien y están a punto de culminar el objetivo, alguien empieza a estropearlo todo. Surgen los chismes, el boicot a otros, la serruchada de piso, los informes con mentiras, las interferencias en la estructura de mando, unos creen apropiarse de la verdad para juzgar a los demás y el resultado es una crisis que aleja a la organización de su propia meta. Luego surgen las cortinas de humo y los saboteadores se autoeximen de responsabilidades. La historia comienza de nuevo, con la condena de, simplemente, repetirse una y otra vez.
La complicación es mayor cuando quienes actúan así tienen mucho poder. Gay Hendricks llama a este fenómeno el “problema del límite superior.” Según él, hay personas que poseen un techo para sentirse bien y al llegar a él comienzan a generar conductas para devolverse a un estado en el que se sienten más cómodos. No son capaces de sostener el impulso positivo, romper barreras, ir por más; ni siquiera son conscientes de este padecimiento. Ir y volver de su techo forma parte de su comportamiento natural, reflejado en la reiterada afectación de relaciones interpersonales que fueron positivas. No son sostenibles sino erráticos e impredecibles. Así, se convierten en saboteadores internos de las metas de su equipo. ¡Gran paradoja!
Todos podemos padecer el síndrome del límite superior. Es imperativo tomar conciencia de lo que dejamos de alcanzar por no atrevernos a romper ese círculo vicioso. Nada cambia si nada cambia; quienes ya perdieron su credibilidad deben hacerse a un lado para que otros más persistentes rompan ese límite; de lo contrario, es mejor que busquen en el espejo las razones por las que fracasan reiteradamente, por más que quieran disimularlo con nuevas promesas de cambio.
German Retana
german.retana@incae.edu
“El mayor castigo para el embustero es no creerle, aun cuando diga la verdad”. Esta recomendación de Aristóteles debe hacer reflexionar a quienes no son confiables debido a que convierten sus promesas en incertidumbres. ¿Por qué hay personas que se empeñan en construir un proyecto y luego lo destruyen con sus propias conductas?
En ocasiones, cuando se inicia un proceso hacia una meta, observamos a los actores haciendo emotivas promesas de trabajar en equipo, darlo todo por el anhelo compartido y ser servidores de los demás para lograrlo. Incluso, hacen actos simbólicos para ratificar el compromiso de ser uno para todos y todos para uno.
Sin embargo, cuando las cosas marchan bien y están a punto de culminar el objetivo, alguien empieza a estropearlo todo. Surgen los chismes, el boicot a otros, la serruchada de piso, los informes con mentiras, las interferencias en la estructura de mando, unos creen apropiarse de la verdad para juzgar a los demás y el resultado es una crisis que aleja a la organización de su propia meta. Luego surgen las cortinas de humo y los saboteadores se autoeximen de responsabilidades. La historia comienza de nuevo, con la condena de, simplemente, repetirse una y otra vez.
La complicación es mayor cuando quienes actúan así tienen mucho poder. Gay Hendricks llama a este fenómeno el “problema del límite superior.” Según él, hay personas que poseen un techo para sentirse bien y al llegar a él comienzan a generar conductas para devolverse a un estado en el que se sienten más cómodos. No son capaces de sostener el impulso positivo, romper barreras, ir por más; ni siquiera son conscientes de este padecimiento. Ir y volver de su techo forma parte de su comportamiento natural, reflejado en la reiterada afectación de relaciones interpersonales que fueron positivas. No son sostenibles sino erráticos e impredecibles. Así, se convierten en saboteadores internos de las metas de su equipo. ¡Gran paradoja!
Todos podemos padecer el síndrome del límite superior. Es imperativo tomar conciencia de lo que dejamos de alcanzar por no atrevernos a romper ese círculo vicioso. Nada cambia si nada cambia; quienes ya perdieron su credibilidad deben hacerse a un lado para que otros más persistentes rompan ese límite; de lo contrario, es mejor que busquen en el espejo las razones por las que fracasan reiteradamente, por más que quieran disimularlo con nuevas promesas de cambio.
German Retana
german.retana@incae.edu