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Los Rosabal de Costa Rica

Emilio Bruce ebjreproduccion@gmail.com | Viernes 27 febrero, 2015


Hemos perdido un ejemplo maravilloso y a un amigo como pocos


Sinceramente

Los Rosabal de Costa Rica

Un buen día allá por 1898 y proveniente de Cuba, llegó a Costa Rica un español que buscaba la paz perdida por la intervención armada de Estados Unidos en la isla. Su nombre fue Amado Rosabal Polanco y casó con la distinguida dama doña Rosario Cordero habiendo tenido diez hijos en su vida matrimonial: Amado, Rosario, María L., Eladio, destacado futbolista y de quien el estadio de fútbol de Heredia lleva el nombre, Adela, Carlos, Amada, Héctor, Víctor y Alicia Rosabal Cordero.
Todos ellos dieron lugar a una enorme familia costarricense. Empresarios, todos honorables y cumplidos, fue la buena simiente que terminó por florecer en un grueso tronco de trascendencia en la sociedad y en la economía nacional.
Don Víctor Rosabal Cordero casó con doña Guadalupe Mora Fernández, de familia de próceres, y de este matrimonio nació a su vez otra gran camada de grandes costarricenses: Ana Isabel, Víctor, Cristina, Rosario, Jorge y Arturo Rosabal Mora.
En estos días ha ocupado su sitial en la eternidad Arturo, a quien había precedido en el viaje remoto su hermana Ana Isabel.
Arturo fue excepcional. Creativo, trabajador, solidario, deportista. Arturo empeñó su genio empresarial desde muy joven. De sus traspiés iniciales, levantó empresas significativas, fabriles, comerciales, turísticas y ganaderas. La crianza de su familia junto a su esposa Ileana Arce Sauma se constituyó en su mayor orgullo. Sus hijos Alexandra, Arturo, Mauricio y Laura, sus sucesores, continuarán su obra.
En las ceremonias de despedida, frente a su féretro, en silencio, desfilaron las más destacadas y las más humildes personas. Familias obreras, cientos de trabajadores del proceso fabril de Águila Centroamericana S.A., familias campesinas completas, venidas de Grifo Alto de Turrubares, campesinos a quienes él había llevado trabajo y progreso en sus haciendas de La Amada y El Coyolar, así como de ensambladoras y maquiladoras de productos y componentes eléctricos que allí había establecido como un programa social personal, para llevar al campo trabajo e ingreso.
Siempre se relacionó con facilidad con los más humildes, les hablaba sin distancias, les quería sin diferencias. Sobrio y sencillo en su forma de vida, a nadie deslumbró jamás con sus posesiones materiales. Trabajador, guiaba con el ejemplo y con su propia labor.
Hemos perdido un ejemplo maravilloso y a un amigo como pocos. Piadoso, ostentó siempre las virtudes humanas, y las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad fueron parte integral de su personalidad y existencia.
Españoles venidos de Cuba, devinieron en costarricenses de cepa y portadores de los valores más preciados de nuestra sociedad. Son estas personas a quienes el país debe de exaltar, imitar y cultivar. Ellos han construido con tesón el progreso colectivo.
Adiós, Arturo, no te olvidaremos.


Emilio R. Bruce
Profesor
ebruce@larepublica.net
 

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