León despedazó el jardín
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Lunes 02 mayo, 2011
León despedazó el jardín
Desde el primer minuto, la Liga asfixió al Herediano y lo liquidó
Riñones, pulmones, deseos, ganas, garra, coraje, voluntad colectiva, pasión de equipo, sangre de campeón.
Ir a todas, desde el primero hasta el último minuto; morir con las botas puestas; no perder ni un segundo; tres tiros de esquina a uno por minuto en el arranque; vocación absoluta en darle vuelta a un resultado adverso. Dos goles que había que anotar metidos en la mente y el corazón de todo el grupo.
Una nueva formación táctica; líbero y carrileros; solo un volante de marca; la idea era presionar, meter y empujar. ¡No dejar pensar!
Y eso le sucedió al rival; arrollado en 90 minutos, no tuvo un solo segundo para respirar y pensar, le cayó un huracán desde que sonó el pito y al final, goleado 4-0, apenas alcanzó para que su estratega dijera: “no sé por qué mis jugadores escogieron este partido para jugar tan mal”, reconociendo, eso sí, la total superioridad del adversario.
Herediano trató de mantener los dos goles que le daban la clasificación a la final, con una alineación habitual que, sin embargo, no supo maniobrar; avasallada desde el arranque, fue muy estática, aferrada a que el reloj lo podía favorecer. Se suponía que si la Liga no anotaba, el mismo público rojinegro se encargaría de rematarlo.
Ni una cosa, ni la otra; el Alajuelense fue una tromba y con todo respeto al pueblo japonés, hundido en la desgracia del terremoto y el tsunami del 11 de marzo, aquellas imágenes de los ríos desbordados arrasándolo todo, se asemejaron en intensidad a la f uerza envolvente que presentó el anfitrión para tragarse a su presa y engullírsela.
Un error garrafal de Marvin Obando propició el inicio del descalabro; le puso la bola a Jonathan MacDonald y el rápido ariete tras una corrida vertical se la depositó a Leonel Moreira en los cordeles.
En los primeros siete minutos del segundo tiempo, al Herediano se le quebró el piso y se le hundió la casa; un tiro libre de Cristian Oviedo raspó la cabeza del propio MacDonald y la bola, picandito en el área defensiva del “Team”, fue devuelta a la red con una “bolea” fenomenal del zurdo Pablo Gabas.
El mismo Gabas, que jugó mucho al error del rival, como si fuera tenista, se fugó por el costado derecho, buscó la línea final tras servicio de MacDonald y lanzó la raya para que cerrara en el segundo palo, Allen Guevara.
La cereza en el pastel de una noche mágica rojinegra la puso la figura del juego, Jonathan MacDonald, que en el minuto 67 aprovechó un servicio largo de José Salvatierra, le ganó el viaje a Erick Sánchez y soltó un mortero que Moreira aún debe estar preguntándose por dónde pasó. ¡Fue un bombazo!
Desde luego que el 2-0 fue el gol que rompió las intenciones del Herediano por sobrevivir: lo que sucedió es que este Herediano, futbolísticamente aportó muy poco, por no decir nada para que no lo mataran.
Poco ambiciosos, se pegaron al 4-2 de la ida como garrapatas y dejaron hacer y la dejaron ir; no se vio el talento de Cancela; la movilidad de Ramírez; el pique de Núñez; el pivote de Vargas. El equipo de Alejandro Giuntini se encasilló y se convirtió en un pasivo apartado postal que permitió que el propietario de la corona llegara al correo con muchas llaves y lo limpiara.
Gaetano Pandolfo
gpandolfo@larepublica.net
Desde el primer minuto, la Liga asfixió al Herediano y lo liquidó
Riñones, pulmones, deseos, ganas, garra, coraje, voluntad colectiva, pasión de equipo, sangre de campeón.
Ir a todas, desde el primero hasta el último minuto; morir con las botas puestas; no perder ni un segundo; tres tiros de esquina a uno por minuto en el arranque; vocación absoluta en darle vuelta a un resultado adverso. Dos goles que había que anotar metidos en la mente y el corazón de todo el grupo.
Una nueva formación táctica; líbero y carrileros; solo un volante de marca; la idea era presionar, meter y empujar. ¡No dejar pensar!
Y eso le sucedió al rival; arrollado en 90 minutos, no tuvo un solo segundo para respirar y pensar, le cayó un huracán desde que sonó el pito y al final, goleado 4-0, apenas alcanzó para que su estratega dijera: “no sé por qué mis jugadores escogieron este partido para jugar tan mal”, reconociendo, eso sí, la total superioridad del adversario.
Herediano trató de mantener los dos goles que le daban la clasificación a la final, con una alineación habitual que, sin embargo, no supo maniobrar; avasallada desde el arranque, fue muy estática, aferrada a que el reloj lo podía favorecer. Se suponía que si la Liga no anotaba, el mismo público rojinegro se encargaría de rematarlo.
Ni una cosa, ni la otra; el Alajuelense fue una tromba y con todo respeto al pueblo japonés, hundido en la desgracia del terremoto y el tsunami del 11 de marzo, aquellas imágenes de los ríos desbordados arrasándolo todo, se asemejaron en intensidad a la f uerza envolvente que presentó el anfitrión para tragarse a su presa y engullírsela.
Un error garrafal de Marvin Obando propició el inicio del descalabro; le puso la bola a Jonathan MacDonald y el rápido ariete tras una corrida vertical se la depositó a Leonel Moreira en los cordeles.
En los primeros siete minutos del segundo tiempo, al Herediano se le quebró el piso y se le hundió la casa; un tiro libre de Cristian Oviedo raspó la cabeza del propio MacDonald y la bola, picandito en el área defensiva del “Team”, fue devuelta a la red con una “bolea” fenomenal del zurdo Pablo Gabas.
El mismo Gabas, que jugó mucho al error del rival, como si fuera tenista, se fugó por el costado derecho, buscó la línea final tras servicio de MacDonald y lanzó la raya para que cerrara en el segundo palo, Allen Guevara.
La cereza en el pastel de una noche mágica rojinegra la puso la figura del juego, Jonathan MacDonald, que en el minuto 67 aprovechó un servicio largo de José Salvatierra, le ganó el viaje a Erick Sánchez y soltó un mortero que Moreira aún debe estar preguntándose por dónde pasó. ¡Fue un bombazo!
Desde luego que el 2-0 fue el gol que rompió las intenciones del Herediano por sobrevivir: lo que sucedió es que este Herediano, futbolísticamente aportó muy poco, por no decir nada para que no lo mataran.
Poco ambiciosos, se pegaron al 4-2 de la ida como garrapatas y dejaron hacer y la dejaron ir; no se vio el talento de Cancela; la movilidad de Ramírez; el pique de Núñez; el pivote de Vargas. El equipo de Alejandro Giuntini se encasilló y se convirtió en un pasivo apartado postal que permitió que el propietario de la corona llegara al correo con muchas llaves y lo limpiara.
Gaetano Pandolfo
gpandolfo@larepublica.net