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Las pintas de enero

Luis Alberto Muñoz redaccion@larepublica.net | Viernes 28 enero, 2011



Las pintas de enero


De la sabiduría de los labriegos nobles de la tierra, de limpio corazón e intenciones, queda el legado de sacar las pintas, para poder predecir el clima del año.
De algún modo, no explicado científicamente, estos augurios les permitieron prepararse, y por siglos, los costarricenses comieron gracias a estos agüeros.
El campesino, que en su época de gloria fue considerado el arquetipo del costarricense, hoy es invisibilizado, apartado de la sociedad y sus planes futuros, y pasó a ser considerado un factor de mano de obra, no especializada y de baja escolaridad, una reminiscencia de un pasado, cada vez más desconectado de las generaciones cibernéticas, que idealizan lo urbano y lo antinatural.
Con esa humildad que lo caracteriza, el campesino sabía que debía planificar, si no lo hacía, ponía en riesgo toda su cosecha, su vida y la de su familia.
Las pintas, entonces, no eran un juego, no eran un azar, obedecían a una necesidad de anticipar y prepararse.
El clima es intempestivo, cambiante, a veces amable y luego colérico, de un infatigable temperamento.
El clima político parece ser igual, con sus vaivenes, sus huracanes, sus ratos soleados, y luego los nublados del día, una señal que marcó la mentalidad de nuestro pueblo y nos recuerda esa relación que existe entre el tiempo y la política.
Sacando las pintas de este enero político, el panorama de arranque del año no es muy halagüeño, nubarrones, ventiscas, frías lloviznas y fuertes aguaceros.
El país está en medio de una depresión de las grandes economías, la lluvia de dólares continúa, mientras la gran potencia mundial intenta devaluar sus deudas. Esto produce peligro de inundaciones de la divisa.
A lo interno, sufrimos la borrasca en los puertos del Caribe. El desarrollo de una infraestructura competitiva está paralizado, a los sindicatos no se les dará más dinero, ni hay disposición para que un privado compita a medias.
Una campaña electoral prematura ha traído vientos invernales. Sequías se prevén para el congreso, la lucha que se ha desatado consolidará la ingobernabilidad, en un año indispensable para construir obras.
Sin embargo, la tormenta más fuerte viene de la superestructura político-jurídica. Abundan serruchos en la escalinata del poder que vela por las leyes. La lucha por el ascenso es salvaje; lloverán sapos y culebras, y algunos ni siquiera han medido las consecuencias de meterse en medio de tal tempestad.
Solo un buen timonel, con mano firme y honesta, podrá sacar la barca del archipiélago, en mar picado, él o ella, tendrán que sacar pecho.

Luis Alberto Muñoz

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