Las lecciones de Maquiavelo y Savater
| Sábado 07 noviembre, 2009
Las lecciones de Maquiavelo y Savater
En la política existen dos claras dimensiones ético filosóficas que procuran la determinación de nuestro proceder: el deber ser, asociado por lo general a un comportamiento políticamente correcto, desde una óptica deontológica e idealista; y el ser, asociado por lo general a un comportamiento políticamente incorrecto, desde una óptica teleológica y realista.
Maquiavelo quien logró por primera vez deslindar los ámbitos de la política y la ética, calificándolas como dos esferas autónomas e independientes, advertía sobre cuán inconveniente pudiese resultar tal ruptura, la cual podría ser erróneamente interpretada como la eliminación de todo principio ético dentro del juego de la política, cuando por el contrario únicamente pretendía señalar que el apego dogmático a este tipo de principios imposibilitaría la comprensión de las relaciones de poder, las cuales determinan los siempre variables tiempos y comportamientos políticos de la sociedad.
Esta errónea interpretación aunada a malversación de los fines de la política, ha permitido, no que la ética regrese a la política tal como pregonan algunos partidos políticos en nuestro contexto, pues esta verdaderamente nunca se ha marchado de ella, pero sí que esta se convierta como ha señalado Savater, “…en arma arrojadiza y munición destinada a pegarle buenos cañonazos al prójimo en su estima…”, cuando lo prudente en realidad ha señalado este autor es, “…desconfiar de quienes creen que su santa obligación consiste en lanzar siempre rayos y truenos morales contra la gente en general…”.
La desconfianza entonces es sinónimo de prudencia, tanto para el gobernante como sus gobernados, pues según Maquiavelo, “…un príncipe prudente no puede ni debe mantenerse fiel a su palabra cuando tal fidelidad redunda en perjuicio propio y han desaparecido las razones que motivaron su promesa”; y según Savater “…si confiásemos menos en ellos desde el principio, no tendríamos que aprender a desconfiar tanto de ellos más tarde”.
El conocimiento de estas valiosas lecciones, supone comprender que la política probablemente no es lo que debería ser, por lo cual mirarla siempre desde los ojos de la desconfianza y el realismo, constituye más que un sano ejercicio una cura contra la ingenuidad, así como remedio a posteriores resacas de frustración y desenfado, tanto en electores como en algunas lastimeras figuras de representación nacional tan comunes en estos días.
Daniel Calvo Sánchez
Estudiante de ciencias políticas y derecho, UCR info@danielcalvo.com
En la política existen dos claras dimensiones ético filosóficas que procuran la determinación de nuestro proceder: el deber ser, asociado por lo general a un comportamiento políticamente correcto, desde una óptica deontológica e idealista; y el ser, asociado por lo general a un comportamiento políticamente incorrecto, desde una óptica teleológica y realista.
Maquiavelo quien logró por primera vez deslindar los ámbitos de la política y la ética, calificándolas como dos esferas autónomas e independientes, advertía sobre cuán inconveniente pudiese resultar tal ruptura, la cual podría ser erróneamente interpretada como la eliminación de todo principio ético dentro del juego de la política, cuando por el contrario únicamente pretendía señalar que el apego dogmático a este tipo de principios imposibilitaría la comprensión de las relaciones de poder, las cuales determinan los siempre variables tiempos y comportamientos políticos de la sociedad.
Esta errónea interpretación aunada a malversación de los fines de la política, ha permitido, no que la ética regrese a la política tal como pregonan algunos partidos políticos en nuestro contexto, pues esta verdaderamente nunca se ha marchado de ella, pero sí que esta se convierta como ha señalado Savater, “…en arma arrojadiza y munición destinada a pegarle buenos cañonazos al prójimo en su estima…”, cuando lo prudente en realidad ha señalado este autor es, “…desconfiar de quienes creen que su santa obligación consiste en lanzar siempre rayos y truenos morales contra la gente en general…”.
La desconfianza entonces es sinónimo de prudencia, tanto para el gobernante como sus gobernados, pues según Maquiavelo, “…un príncipe prudente no puede ni debe mantenerse fiel a su palabra cuando tal fidelidad redunda en perjuicio propio y han desaparecido las razones que motivaron su promesa”; y según Savater “…si confiásemos menos en ellos desde el principio, no tendríamos que aprender a desconfiar tanto de ellos más tarde”.
El conocimiento de estas valiosas lecciones, supone comprender que la política probablemente no es lo que debería ser, por lo cual mirarla siempre desde los ojos de la desconfianza y el realismo, constituye más que un sano ejercicio una cura contra la ingenuidad, así como remedio a posteriores resacas de frustración y desenfado, tanto en electores como en algunas lastimeras figuras de representación nacional tan comunes en estos días.
Daniel Calvo Sánchez
Estudiante de ciencias políticas y derecho, UCR info@danielcalvo.com