Las islas de un solo hombre
| Viernes 16 noviembre, 2007
Las islas de un solo hombre
En el experimento más caro de la historia, se tomaron dos islas, A y B. El destino de todos sus habitantes y recursos lo dictaría durante 50 años un solo hombre.
Isla A. 1959. Paraíso del Caribe, del tamaño de dos Costa Ricas, produce azúcar. El hombre a cargo, con una barba de Robinson Crusoe, declara que su Revolución socialista se rige con las teorías de Marx. Controla la producción y se cierra al mundo capitalista. Cuba, la isla de Fidel Castro.
Isla B. 1959. Diminuta, del tamaño de Cañas, sus nativos pescan. El hombre a cargo declara que el país se regirá con principios milenarios chinos: honradez, orden, trabajo duro, respeto. Dedica una gigantesca inversión social en educación y salud, y a la vez agresivo capitalista, se abre al mercado del mundo entero. Moderna economía con ética milenaria. Singapur, la isla de Lee Kuan Yew.
En 2007, al cabo de medio siglo, se evalúan resultados:
Isla A. Excelente distribución de la pobreza, porque siguen vendiendo azúcar. Sobreviven gracias al turismo. Hay buena salud pública, los isleños viven 77 años, aunque carentes de avances tecnológicos, libertad de expresión y propiedad privada. Se prevé pronta muerte del gran jefe. Su hermano sucesor al trono prosigue el plan. El ingreso por habitante es un tercio del tico. La isla sigue congelada en el tiempo, entre tabaco y ron. Muchos huyen en balsa, el futuro es oscuro y pesimista.
Isla B. Ya es un anciano el Ministro Mentor, según la filosofía china de maestro-discípulo. Su hijo, heredero del trono, mantiene el rumbo con disciplina. Singapur Airlines fue la primera en recibir el Airbus gigante de mayor lujo y lo aterriza en uno de los tres mejores aeropuertos del mundo. Exportan chips, tienen la refinería más grande de Asia, el puerto de carga más grande del planeta, que mueve 225 veces más contenedores que puerto Caldera. Salud pública extraordinaria, sus 4 millones llegarán a los 81 años de vida, y ganan el triple que un tico. Hay cuatro idiomas oficiales, todo niño aprende inglés más uno oriental.
Son tan pulcros que el tabaco y chicle están prohibidos porque dañan la salud y el ornato de las impecables calles estilo europeo. No hay corrupción, encabezan el ranking de transparencia pública, mejores que Canadá, su nota es 93,2. (el mejor del mundo es 94, el nuestro es 50). Como ya no caben los rascacielos, construyeron dos islas del tamaño de Manhattan, joyas de ingeniería. De los países vecinos muchos llegan en busca de bonanza. El futuro es claro y optimista.
Costa Rica acaba de abrir embajada en Singapur. Excelente. Podríamos tal vez cambiarles algunos de nuestros diputados por empleados públicos de allá. O mejor aún, que se venga 1 millón de ellos a vivir aquí y cada uno sea mentor de cuatro ticos, a ver si acaso. Repitamos su plan en este país, con 73 veces más tierra: ser supersocialistas, supercapitalistas, y agreguemos algo nuestro: superambientalistas, que a ellos les faltó. Podemos ser así de grandes, con disciplina y mucho trabajo, pero sobre todo, un profundo cambio de valores, en cada uno de nosotros.
César Monge Conejo
Ingeniero
En el experimento más caro de la historia, se tomaron dos islas, A y B. El destino de todos sus habitantes y recursos lo dictaría durante 50 años un solo hombre.
Isla A. 1959. Paraíso del Caribe, del tamaño de dos Costa Ricas, produce azúcar. El hombre a cargo, con una barba de Robinson Crusoe, declara que su Revolución socialista se rige con las teorías de Marx. Controla la producción y se cierra al mundo capitalista. Cuba, la isla de Fidel Castro.
Isla B. 1959. Diminuta, del tamaño de Cañas, sus nativos pescan. El hombre a cargo declara que el país se regirá con principios milenarios chinos: honradez, orden, trabajo duro, respeto. Dedica una gigantesca inversión social en educación y salud, y a la vez agresivo capitalista, se abre al mercado del mundo entero. Moderna economía con ética milenaria. Singapur, la isla de Lee Kuan Yew.
En 2007, al cabo de medio siglo, se evalúan resultados:
Isla A. Excelente distribución de la pobreza, porque siguen vendiendo azúcar. Sobreviven gracias al turismo. Hay buena salud pública, los isleños viven 77 años, aunque carentes de avances tecnológicos, libertad de expresión y propiedad privada. Se prevé pronta muerte del gran jefe. Su hermano sucesor al trono prosigue el plan. El ingreso por habitante es un tercio del tico. La isla sigue congelada en el tiempo, entre tabaco y ron. Muchos huyen en balsa, el futuro es oscuro y pesimista.
Isla B. Ya es un anciano el Ministro Mentor, según la filosofía china de maestro-discípulo. Su hijo, heredero del trono, mantiene el rumbo con disciplina. Singapur Airlines fue la primera en recibir el Airbus gigante de mayor lujo y lo aterriza en uno de los tres mejores aeropuertos del mundo. Exportan chips, tienen la refinería más grande de Asia, el puerto de carga más grande del planeta, que mueve 225 veces más contenedores que puerto Caldera. Salud pública extraordinaria, sus 4 millones llegarán a los 81 años de vida, y ganan el triple que un tico. Hay cuatro idiomas oficiales, todo niño aprende inglés más uno oriental.
Son tan pulcros que el tabaco y chicle están prohibidos porque dañan la salud y el ornato de las impecables calles estilo europeo. No hay corrupción, encabezan el ranking de transparencia pública, mejores que Canadá, su nota es 93,2. (el mejor del mundo es 94, el nuestro es 50). Como ya no caben los rascacielos, construyeron dos islas del tamaño de Manhattan, joyas de ingeniería. De los países vecinos muchos llegan en busca de bonanza. El futuro es claro y optimista.
Costa Rica acaba de abrir embajada en Singapur. Excelente. Podríamos tal vez cambiarles algunos de nuestros diputados por empleados públicos de allá. O mejor aún, que se venga 1 millón de ellos a vivir aquí y cada uno sea mentor de cuatro ticos, a ver si acaso. Repitamos su plan en este país, con 73 veces más tierra: ser supersocialistas, supercapitalistas, y agreguemos algo nuestro: superambientalistas, que a ellos les faltó. Podemos ser así de grandes, con disciplina y mucho trabajo, pero sobre todo, un profundo cambio de valores, en cada uno de nosotros.
César Monge Conejo
Ingeniero