La victoria de la "nueva" democracia
| Sábado 01 diciembre, 2012
El segundo aspecto que viene socavando la democracia, es el (des)control del presupuesto público. Los gobernantes tienen en sus manos un poder económico que utilizan a su antojo para mover voluntades electorales
La victoria de la “nueva” democracia
La reelección de Barack Obama como presidente de Estados Unidos viene a ser la consolidación de la degeneración democrática que vive Occidente.
El primer aspecto a considerar en este contexto, es la presencia de los grandes esquemas de pensamiento que nuestra sociedad ha adoptado y que se convierten en verdaderos axiomas para el público en general.
Hoy, gracias a su incorporación diaria por parte de la mayoría de los medios de comunicación y las redes sociales, su grado de asimilación social y la velocidad de la misma es elevadísima.
La imagen de Obama en este particular es intachable a lo largo y ancho del planeta. Los seguidores de las tendencias de lo políticamente correcto en el mundo lo adoran. Obama es todo, aunque como gobernante haya demostrado no ser nada. Igualmente, de ahí que despierte tantas simpatías entre las filas de la izquierda europea o latinoamericana. Obama, el hombre que llevó la sanidad pública a EE.UU., el que comenzó a destruir las estructuras del país más liberal del mundo… y así.
El segundo aspecto que viene socavando la democracia, es el (des)control del presupuesto público. Los gobernantes tienen en sus manos un poder económico que utilizan a su antojo para mover voluntades electorales.
Lo vimos hace cinco años en España, cuando el gobierno de Rodríguez maquilló la crisis, elevando el gasto público hasta límites insospechados para mantenerse en el poder. Se observa continuamente por parte de los populistas latinoamericanos: Chávez, Correa, Ortega y demás testaferros del socialismo.
Obama no ha sido ajeno a este movimiento. Además de gastar ingentes cantidades de dinero público para frenar los efectos de la recesión, lo ha hecho de forma electoralmente planificada. Así, ha incrementado —y ha prometido aumentar más aún— las ayudas a estudiantes de bajos recursos, en su mayor parte pertenecientes a minorías. Ha realizado una inversión colosal para mantener la industria del automóvil en Detroit, prometiendo hacer lo mismo en Cleveland o Toledo, entre otros lugares, así asegurando el triunfo en estados que no le eran tan favorables, como Michigan, Ohio, Wisconsin y Pensilvania.
El tercer factor es el protagonismo que están alcanzando las denominadas minorías. Me refiero así a estos estratos al comprobar que para los medios de comunicación las minorías son espectros poblacionales que alcanzan individualmente el 25% del censo electoral, como los latinos. Incluso los afroamericanos representan casi una sexta parte de la población norteamericana.
Es decir, que esas minorías no son tales sino a efectos de exigir un tratamiento diferenciado por parte de los candidatos. En el caso de Obama, su condición de afroamericano ya supone la alineación de la práctica totalidad de una minoría, que le viene garantizando unos 15 millones de votos, esto es, un 20% de la totalidad de los votos obtenidos.
Los efectos van más allá de lo electoral. El uso indiscriminado del presupuesto público con fines veladamente electoralistas, la criminalización progresiva de la riqueza o la preponderancia de las minorías son factores que siembran serias dudas acerca del futuro de EE.UU. como líder de nuestro Occidente, tan deteriorado.
Francisco Aviles