La universidad pública de cara al futuro
| Martes 25 mayo, 2010
La universidad pública de cara al futuro
parte I
Ciertas son la palabras que dicen que “invertir en educación es invertir en el futuro de la sociedad”. Creo que ninguno de los actores políticos nacionales podría oponerse a tan rotunda frase y efectivamente, ha quedado ratificado en el proyecto de ley aprobado por unanimidad en la Asamblea Legislativa la semana pasada, que claramente propone elevar a un 8% del Producto Interno Bruto PIB la inversión pública en educación.
Un segundo aspecto, no necesariamente de consenso es el hecho de donde ubicar más o menos recursos dentro del sistema educativo. Este dilema de finanzas públicas suele tener muchos menos acuerdos y muchos mayores debates que el primero, el de comprometer más recursos de cara al futuro de la sociedad.
Es así como la importancia de un balance adecuado en la formación de los niños, desde temprana edad, luego adolescentes en las etapas de la secundaria y finalmente, jóvenes y adultos en la etapa de su formación universitaria, no debería ser un tema tan complejo como algunos pretenden plantearlo.
Lo que queda claro es que el peor de los casos es que se invierta a medias, que se realice una inversión y nuestros estudiantes deserten en cualquiera de los ámbitos dichos.
Si lo anterior es cierto, el principal norte a alcanzar es profundizar en la calidad de la educación en todas sus dimensiones y espacios públicos, la calidad de seres humanos que se forman, la calidad de seres humanos formadores, la calidad de los recursos utilizados, la calidad del sistema institucional que los atiende a unos y a otros.
Es decir, que dada la enorme importancia de la inversión de recursos en educación para el desarrollo futuro de la sociedad, la preocupación fundamental debería estar por el lado de la calidad.
Si lo anterior es cierto, buena parte del problema es que la distribución y asignación de presupuesto público en las distintas esferas se nutre de un contexto histórico que hace tabla rasa de la rendición de cuentas a la sociedad y al Estado, de lo que hace con dichos recursos, de tal forma que la asignación histórica no permite que quienes tienen mejores resultados y sean más eficaces en la asignación de recursos, sean beneficiados a futuro.
Para el caso de la universidades, este tema nos compromete a futuro, no solo con una rendición de cuentas administrativa y burocrática como se ha venido generando, sino que nos deberá exigir el tener indicadores de gestión claros sobre lo que hacemos, cómo lo hacemos, cuánto cuesta y sobre todo, qué impacto tiene en la realidad social y la solución de sus problemas los recursos que recibimos.
Leiner Vargas Alfaro
Académico-investigador
lvargas@una.ac.cr
parte I
Ciertas son la palabras que dicen que “invertir en educación es invertir en el futuro de la sociedad”. Creo que ninguno de los actores políticos nacionales podría oponerse a tan rotunda frase y efectivamente, ha quedado ratificado en el proyecto de ley aprobado por unanimidad en la Asamblea Legislativa la semana pasada, que claramente propone elevar a un 8% del Producto Interno Bruto PIB la inversión pública en educación.
Un segundo aspecto, no necesariamente de consenso es el hecho de donde ubicar más o menos recursos dentro del sistema educativo. Este dilema de finanzas públicas suele tener muchos menos acuerdos y muchos mayores debates que el primero, el de comprometer más recursos de cara al futuro de la sociedad.
Es así como la importancia de un balance adecuado en la formación de los niños, desde temprana edad, luego adolescentes en las etapas de la secundaria y finalmente, jóvenes y adultos en la etapa de su formación universitaria, no debería ser un tema tan complejo como algunos pretenden plantearlo.
Lo que queda claro es que el peor de los casos es que se invierta a medias, que se realice una inversión y nuestros estudiantes deserten en cualquiera de los ámbitos dichos.
Si lo anterior es cierto, el principal norte a alcanzar es profundizar en la calidad de la educación en todas sus dimensiones y espacios públicos, la calidad de seres humanos que se forman, la calidad de seres humanos formadores, la calidad de los recursos utilizados, la calidad del sistema institucional que los atiende a unos y a otros.
Es decir, que dada la enorme importancia de la inversión de recursos en educación para el desarrollo futuro de la sociedad, la preocupación fundamental debería estar por el lado de la calidad.
Si lo anterior es cierto, buena parte del problema es que la distribución y asignación de presupuesto público en las distintas esferas se nutre de un contexto histórico que hace tabla rasa de la rendición de cuentas a la sociedad y al Estado, de lo que hace con dichos recursos, de tal forma que la asignación histórica no permite que quienes tienen mejores resultados y sean más eficaces en la asignación de recursos, sean beneficiados a futuro.
Para el caso de la universidades, este tema nos compromete a futuro, no solo con una rendición de cuentas administrativa y burocrática como se ha venido generando, sino que nos deberá exigir el tener indicadores de gestión claros sobre lo que hacemos, cómo lo hacemos, cuánto cuesta y sobre todo, qué impacto tiene en la realidad social y la solución de sus problemas los recursos que recibimos.
Leiner Vargas Alfaro
Académico-investigador
lvargas@una.ac.cr