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"LA REPUBLICA ES LA VOZ DEL SIGLO XXI"

| Miércoles 24 noviembre, 2010


“LA REPUBLICA ES LA VOZ DEL SIGLO XXI”

60 aniversario de LA REPUBLICA
23 de noviembre de 2010
Hotel Intercontinental
Discurso de Oscar Arias ayer con motivo de los 60 años de este medio

Al entrar a este recinto, resulta evidente que esta no es una celebración cualquiera. Quienes nos encontramos aquí, hemos pasado años, incluso décadas, en torno a los medios de comunicación. Al frente o detrás del lente de una cámara. Al frente o detrás de un micrófono. Al frente o detrás de los titulares de un periódico. Ese tiempo nos ha revelado muchas verdades, y nos ha desmentido algunos mitos.
Nos ha revelado que la libertad de prensa es un prerrequisito indiscutible de cualquier sociedad libre para alcanzar un mayor desarrollo; pero también que no es el único prerrequisito. Nos ha revelado que los medios de comunicación son poderosos agentes de cambio; pero también que ese cambio puede ir dirigido con la misma intensidad al fortalecimiento de las instituciones públicas como a su debilitamiento.
Nos ha revelado que la independencia de la prensa frente al poder político es esencial en una democracia; pero también que hay muchos otros poderes, no solo el político, que pueden vulnerar su imparcialidad e independencia. Nos ha revelado que los medios de comunicación, como toda empresa u organización, no pueden dejar de modernizarse si quieren seguir contando con el apoyo de sus clientes y de su audiencia. Hoy, venimos a celebrar 60 años de revelaciones, de arduo trabajo y de una vasta producción de ideas del periódico LA REPUBLICA.
Conozco muy bien a este periódico. He sido testigo de la mayoría de sus transformaciones, protagonista de unas cuantas de sus notas, cómplice en muchos de sus sueños, y amigo y compañero de trabajo de algunos de sus directores, como es el caso de don Rodrigo Madrigal Nieto, quien fue Canciller de la República durante mi primera Administración.
Sé que todas las personas que trabajan en este periódico son indispensables: sus accionistas, sus empleados, sus periodistas, sus jefes y sus publicistas. De hecho, son su activo más valioso.
Pero aún así, en cualquier empresa o institución los seres humanos estamos siempre de paso. Por más doloroso que sea dejar un lugar, siempre llega el momento en que tenemos que ceder el puesto a quienes vienen detrás de nosotros con nuevas metas, proyectos e ilusiones.
Esa es la evolución natural de toda gran empresa cimentada sobre la base del trabajo en equipo y el capital humano. Así ha sido durante seis décadas en esta empresa, y de corazón les deseo que lo sea por muchas más. Existe, sin embargo, algo que permanece en un periódico a pesar de los cambios de personal y de la renovación de sus instalaciones. A pesar de los días buenos y de los días malos. A pesar de las tradiciones y de los nuevos tiempos. Les hablo de las ideas.
Quizás ninguna industria dependa tanto de la producción y de la actualización de ideas que un periódico. Una de las revelaciones más importantes de la trayectoria de LA REPUBLICA, y una desmitificación crucial que ustedes han alcanzado a lo largo de todos estos años, es el haber entendido que una noticia es algo mucho más complejo que un simple recuento de los hechos. La noticia es un hecho en sí y por sí misma, capaz de generar cambios profundos y transformaciones radicales.
Los reportajes, también, tienen el potencial no solo de informar, sino de influir las expectativas de los ciudadanos, las políticas públicas, y la productividad de la empresa privada.
Un periódico es algo así como el despertador intelectual de los ciudadanos cada mañana. Fija la agenda de discusión en los cubículos de las oficinas, en las salas de juntas directivas, y en los pasillos de las universidades. Los periódicos no solo nos dan razones de qué hablar, sino precisamente razones para hablar.
Para debatir y para evaluar nuestros planes y agendas de trabajo, sean estos académicos, de gobierno o comerciales. Personalmente, yo leo LA REPUBLICA todas las mañanas. Y esto no lo digo para quedar bien con ustedes, sino tan sólo para contarles la experiencia de un cliente satisfecho. A lo largo del día, algunas de las noticias y los reportajes que leo en su periódico, son motivo de reflexión interna y de discusión con mis amigos.
LA REPUBLICA ha venido a llenar un vacío que existe en nuestro país. A diferencia de otras naciones, la nuestra carece de importantes e influyentes “think tanks, o centros de pensamiento. Para quienes no están familiarizados con el término, se trata de organizaciones dedicadas al estudio de políticas públicas, proyectos productivos, planes de inversión, relaciones internacionales, y muchos otros temas de trascendencia para el desarrollo de un país.
En Costa Rica contamos con universidades y otras instituciones encargadas de realizar este tipo de estudios, pero su influencia es limitada. Con esto no quiero decir que no sean valiosos, sino tan solo que su impacto es casi siempre pequeño. Algunos, también, están fuertemente cargados de una ideología aislacionista y desligada de los cambios vertiginosos que tienen lugar más allá de nuestras fronteras.
El periódico LA REPUBLICA, por el contrario, además de llegar a miles de costarricenses, se ha dedicado a estudiar temas cruciales para el futuro de nuestro país como la competitividad, el comercio exterior, la creación de fuentes de empleo, el mercado financiero y la atracción de inversión extranjera directa.
Sin miedo a equivocarme, puedo afirmar que si estos temas hoy son considerados prioritarios por muchos costarricenses, eso se debe en gran medida a las nuevas ideas que el periódico LA REPUBLICA se ha dedicado a explorar y difundir.
Con esta celebración, estamos aquí reafirmando nuestra convicción de que una Costa Rica desarrollada no podrá alcanzarse sin el aporte de una prensa crítica y pluralista, comprometida con la realidad del país, con el mejoramiento de sus capacidades, y con el impulso a su crecimiento económico. De una prensa convencida del lugar que Costa Rica está llamada a ocupar en el mundo.
La democracia necesita no solo una prensa libre, sino de una prensa pensante. Si vamos a defender con pasión la libertad de expresión, entonces preocupémonos por ser congruentes en nuestra prédica liberal.
Despleguemos la desconfianza del genuino pensador liberal frente a toda forma de concentración excesiva de poder, y no únicamente frente aquella que ejerce el Estado. Despleguemos la capacidad del verdadero formador de opinión, el que invita a la acción renovadora, y no solo a lamentarnos de los errores cometidos en el pasado.
En momentos de coyuntura, así como en tiempos de relativa estabilidad, la noticia puede ser la gota que derrama el vaso o la calma que evita el derrame y nos permite seguir caminando. Ambas opciones son igualmente plausibles. Algunos me dirán que el periodista nada más narra lo que aconteció, sin alterarlo.
Y yo les digo que esa es una de las falacias más grandes de las sociedades modernas, y eso ustedes también lo saben. Cuáles hechos se presentan, en qué parte del periódico se publican, bajo qué titular, con cuál ilustración, con la opinión de quiénes, a partir de cuáles fuentes, todas estas son decisiones que tiene que tomar el periodista, decisiones que pueden modificar profundamente el impacto de una noticia. Y ningún periodista está exento de tomarlas. Y todo periodista debe tomarlas con base en criterios éticos, y con el fin último de mejorar la vida de nuestra sociedad y no de hundirla en el miedo y el pesimismo.
En nuestra época, es urgente que entendamos que debemos ser muy cuidadosos con la pretensión, de algunos medios de comunicación, de arrogarse la representación del interés público y de sustituir en esa función a los partidos políticos. La relación entre medios de comunicación, los partidos políticos, y los funcionarios públicos no es, ni debe ser, una relación de suma cero, en la que el debilitamiento de un polo de la relación conduce por necesidad al fortalecimiento del otro. Por el contrario, la democracia requiere medios de comunicación fuertes y partidos políticos e instituciones públicas fuertes.
La debilidad de la prensa conduce a una democracia de mala calidad, cundida por la corrupción y el cinismo. Pero, por otro lado, la debilidad de los partidos y de las instituciones conduce a una atrofia del sistema político y a la proliferación de liderazgos mesiánicos, que rara vez muestran paciencia con las limitaciones del Estado de Derecho. Que no se nos olvide: el populismo, casi siempre fermentado en las miasmas del colapso de los partidos, es un camino con pocas victorias para las libertades públicas, en especial para la libertad de prensa.
Lo que les estoy transmitiendo, respetuosamente, es un precepto muy simple: la noción de que con el poder que disfrutan los medios de comunicación viene también su responsabilidad.
Viene la responsabilidad de ser firmes, pero mesurados en la crítica del sistema político; la responsabilidad de denunciar la corrupción, pero haciendo siempre la distinción entre el funcionario, que ocupa transitoriamente un cargo, y la institución, que permanece en el tiempo; la responsabilidad de no solo criticar lo malo, sino también reconocer lo bueno; la responsabilidad de no solo destruir las malas prácticas políticas, sino también estimular las buenas; la responsabilidad de ser conscientes, en todo momento, de que lo que digan los periodistas sobre los políticos, sobre la política y sobre las políticas públicas puede tener implicaciones de muy largo alcance.
Llegamos así a un punto central: nuestra sociedad requiere no solo una prensa libre y valiente en la denuncia de la corrupción, sino también una prensa constructiva, que entienda que una sociedad en la que valga la pena vivir no nace espontáneamente por el simple ejercicio de la libertad.
Que nace también de los fines hacia los cuales dirigimos el ejercicio de esa libertad. Hacia más y mejores fuentes de empleo, hacia una mayor atracción de inversión extranjera directa que nos ayude a superar nuestro rezago histórico en materia de infraestructura, hacia la expansión de una educación pública de mejor calidad y bilingüe, hacia la consolidación de nuestro mercado exportador, hacia la reducción de la pobreza. Por ello, les pido que no utilicemos la libertad de prensa únicamente para denunciar la corrupción, imprescindible como ello es para la salud de nuestra democracia, sino también para promover las políticas que nos llevarán a construir un Estado más eficiente, transparente y libre de intereses particulares.
No lamento el poder que tiene la prensa. Lamentarlo sería como lamentar el haber recibido en dos ocasiones, por mandato del pueblo de Costa Rica, las potestades del cargo de Presidente. Pero, a diferencia de aquel poder temporal y bien definido por las normas consti¬tucionales, el poder del periodis¬ta es permanente y debe someterse, voluntariamente, a ciertos límites. Esos límites deben ser el apego a la verdad, el aprecio a la libertad y el respeto a la dignidad de los demás seres humanos. Si el poder de la prensa se utiliza racionalmente, la sociedad se verá favorecida; si se utiliza con irrespeto y de forma irreflexiva puede provocar el desastre social. Una prensa libre y objetiva no es cosa fácil.
Frente a la noticia, el periodista debe optar por la actitud responsable y seria y no por el trato frívolo, debe prevalecer siempre el análisis sereno e inteligente sobre el comentario superficial y baladí. Debemos utilizar la libertad de expresión con toda responsabilidad. Sé que ese camino serio y responsable es el que ha decidido tomar el periódico LA REPUBLICA.
Y eso es algo que agradecemos tanto los políticos como los ciudadanos. Lo agradecen los jóvenes que quieren trabajar, los pequeños y medianos empresarios que quieren surgir, los funcionarios públicos que realizan su trabajo honestamente. Con orgullo, podemos decir que el periódico LA REPUBLICA no es el periódico de los sucesos, ni el de la farándula, ni el de los anuncios, sino el periódico de las ideas.
Finalmente, permítanme un comentario sobre el deber periodístico del disentimiento, aun cuando a veces este sea tachado de provocación. No basta con simplemente enumerar los problemas del mundo y ofrecer enseguida una que otra solución superficial. Debemos disentir de un orden internacional que, a lo sumo, ofrece soluciones para los síntomas y elude la búsqueda de una cura para los males que afligen a la mayoría de los seres humanos. Parafraseando a Robert Kennedy, debemos disentir:
De la absurda monstruosidad de un mundo en el que hay naciones que consideran seriamente la posibilidad de destrucción de otras naciones, y en el que los seres humanos deben matarse los unos a los otros.
Del espectáculo de una mayoría de la humanidad obligada a vivir en la pobreza, agobiada por la enfermedad, amenazada por el hambre, y condenada a una muerte temprana después de una vida de trabajo infatigable.
De la deliberada e irresponsable destrucción de lo bello y lo placentero de la naturaleza.
De todas las estructuras tecnológicas y sociales que privan al individuo de la dignidad y de la satisfacción de compartir tareas comunes con su vecindario y su país.
La disensión a la que se refiere Robert Kennedy exige valentía, humildad y sacrificio. La disensión no es solamente estar en desacuerdo: es el intento efectivo por cuestionar el statu quo. Es función del periodista oponerse a todo intento por ocultar a los ciudadanos informaciones y opiniones que pudieran capacitarlos mejor para la toma de decisiones cívicas. Siempre será válida la advertencia de que el temor a la libre divulgación de las ideas es, en la democracia, seguro síntoma de debilidad y preludio proba¬ble de la represión.
Hágase callar la voz de una mujer o de un hombre y ya se habrá iniciado el camino hacia el silencio de todos, incluido el de los periodistas. Imponer restricciones sobre nuestros pensamientos o empeñar nuestros valores e ideales es socavar la base de todas las demás libertades. Y la libertad de pensamiento y de acción, es uno de los dones más preciosos que un hombre pueda tener, como bien le enseñara don Quijote a Sancho Panza.
Si pudiéramos viajar en el tiempo 60 años atrás, veríamos que las intenciones originales de los fundadores de LA REPUBLICA continúan intactas.
Este periódico nació con el fin de equilibrar el debate de ideas en el país, y es lo que continúa haciendo. Nació con el propósito de ofrecer siempre un punto de vista diferente, una noticia que nadie más conociera, un reportaje con la capacidad de asombrar. Hoy, la voz de este periódico no es ni menos política, ni menos seria, ni menos comprometida que en 1950. Pero sí podemos estar seguros de que algo ha cambiado: LA REPUBLICA es la voz del siglo XXI. LA REPUBLICA no vive en el pasado, sino en el futuro.
Eso no solo es un legado maravilloso, sino también una aspiración poderosa. El gran pensador de las ideas, Isaías Berlin, dijo una vez que “la injusticia, la pobreza, la esclavitud y la ignorancia, pueden ser curadas con una reforma o una revolución. Pero los hombres no viven únicamente de combatir males. Viven también de construcciones positivas, individuales y colectivas…”
El periódico LA REPUBLICA es una de esas construcciones positivas. Una muralla de ideas contra la ignorancia, una fortaleza de ideas contra la desidia, un castillo de ideas contra los mitos. Mi mayor deseo, para ustedes, es que aquí las ideas siempre sobren. Que la razón siga siendo la mejor aliada de la libertad.

Muchas felicidades y muchas gracias.

Oscar Arias Sánchez
Ex Presidente de la República





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