La pereza de pensar
| Sábado 24 septiembre, 2011
La pereza de pensar
Tomo el riesgo de escribir para un lector que quizá se encuentre extinto; uno que pueda comprender mi frustración y la comparta. El asunto es este: por una razón u otra, durante varios años me ha tocado revisar documentos de numerosas personas y en diversidad de circunstancias y, de una u otra forma, muchas si no muchísimas han presentado textos plagiados.
Desde estudiantes de bachillerato hasta doctores; desde supuestas opiniones personales hasta investigaciones científicas, desde simples trabajos universitarios hasta tesis de posgrado; desde documentos laborales hasta ponencias para congresos de ética.
En todos los casos, la magia de “copiar y pegar” hace del disertante el dueño de las palabras de cualquier autor iluso, cuyos pensamientos llegaron a la red. Incluso he llegado a tener que decirle a algún estudiante desprevenido que el texto que copió era de mi autoría.
Hasta este punto algunos pensarán que es una torpeza ni siquiera saber copiar bien para que no se note. Pero entonces, ¿es que es parte de nuestros deberes saber copiar bien? Otros dirán que es un asunto sin importancia porque a nadie se le hace daño o porque todo el mundo lo hace. ¿Será cierto?, y si es así ¿justifica eso que yo lo haga?
Mi experiencia me ha hecho saber —y eso es lo más preocupante— que muchas personas ni siquiera saben que están plagiando o que haya algún problema en ello. Creen que copiar un párrafo de aquí, dos líneas de allá y cambiar un poco la redacción, convierte el texto en algo propio; como si pintarle bigote y ponerle anteojos a la Gioconda la hiciera mi auténtica obra de arte.
Ni siquiera me refiero a que sea un delito —que sí lo es— hacer pasar por propio lo que es de alguien más, sean sus palabras o sus ideas; me refiero a que nos negamos a pensar, nos da pereza leer, investigar, analizar, sacar conclusiones y hasta teclear algunas ideas. Inventamos excusas burdas para no darnos por aludidos: “nadie me dijo que no se podía”, “toda la vida lo he hecho así”, “es pura coincidencia”.
A veces pienso que soy yo quien transita contravía. Porque no aludo a casos aislados, sino al 80% de tesis que he revisado, a más del 60% de los estudiantes del último curso que impartí, y de algunas otras experiencias de las cuales no quiero acordarme (sí, esto último lo escribió primero Cervantes).
Estos datos de mi propia experiencia y las excusas que mencionaba antes, me hacen pensar siempre en los niveles más básicos del desarrollo moral (nos justificamos como lo haría un niño) e instituyo que quizá no sean solo excusas, sino que realmente creemos que está bien hacerlo siempre y cuando no nos atrapen, nadie salga herido o nadie piense mal de nosotros. De lado queda el contrato social, los valores y los principios universales que requieren de esfuerzo, madurez y un autentico ejercicio de la razón.
Curiosamente, la razón se ejercita conociendo lo que otros han pensado, pero también pensando. Y, claro, escribir nuestras ideas nos ayuda a darles orden; no es algo que se copie y pegue simplemente. Nos enseñaron a ser mediocres o al menos nos dejaron serlo; es más fácil usar un buscador Web que la cabeza, mas solo pensando se puede salir del adormecimiento que nos impide darnos cuenta de que quizá haya una mejor forma de hacer las cosas.
Rafael León Hernández
Psicólogo
Tomo el riesgo de escribir para un lector que quizá se encuentre extinto; uno que pueda comprender mi frustración y la comparta. El asunto es este: por una razón u otra, durante varios años me ha tocado revisar documentos de numerosas personas y en diversidad de circunstancias y, de una u otra forma, muchas si no muchísimas han presentado textos plagiados.
Desde estudiantes de bachillerato hasta doctores; desde supuestas opiniones personales hasta investigaciones científicas, desde simples trabajos universitarios hasta tesis de posgrado; desde documentos laborales hasta ponencias para congresos de ética.
En todos los casos, la magia de “copiar y pegar” hace del disertante el dueño de las palabras de cualquier autor iluso, cuyos pensamientos llegaron a la red. Incluso he llegado a tener que decirle a algún estudiante desprevenido que el texto que copió era de mi autoría.
Hasta este punto algunos pensarán que es una torpeza ni siquiera saber copiar bien para que no se note. Pero entonces, ¿es que es parte de nuestros deberes saber copiar bien? Otros dirán que es un asunto sin importancia porque a nadie se le hace daño o porque todo el mundo lo hace. ¿Será cierto?, y si es así ¿justifica eso que yo lo haga?
Mi experiencia me ha hecho saber —y eso es lo más preocupante— que muchas personas ni siquiera saben que están plagiando o que haya algún problema en ello. Creen que copiar un párrafo de aquí, dos líneas de allá y cambiar un poco la redacción, convierte el texto en algo propio; como si pintarle bigote y ponerle anteojos a la Gioconda la hiciera mi auténtica obra de arte.
Ni siquiera me refiero a que sea un delito —que sí lo es— hacer pasar por propio lo que es de alguien más, sean sus palabras o sus ideas; me refiero a que nos negamos a pensar, nos da pereza leer, investigar, analizar, sacar conclusiones y hasta teclear algunas ideas. Inventamos excusas burdas para no darnos por aludidos: “nadie me dijo que no se podía”, “toda la vida lo he hecho así”, “es pura coincidencia”.
A veces pienso que soy yo quien transita contravía. Porque no aludo a casos aislados, sino al 80% de tesis que he revisado, a más del 60% de los estudiantes del último curso que impartí, y de algunas otras experiencias de las cuales no quiero acordarme (sí, esto último lo escribió primero Cervantes).
Estos datos de mi propia experiencia y las excusas que mencionaba antes, me hacen pensar siempre en los niveles más básicos del desarrollo moral (nos justificamos como lo haría un niño) e instituyo que quizá no sean solo excusas, sino que realmente creemos que está bien hacerlo siempre y cuando no nos atrapen, nadie salga herido o nadie piense mal de nosotros. De lado queda el contrato social, los valores y los principios universales que requieren de esfuerzo, madurez y un autentico ejercicio de la razón.
Curiosamente, la razón se ejercita conociendo lo que otros han pensado, pero también pensando. Y, claro, escribir nuestras ideas nos ayuda a darles orden; no es algo que se copie y pegue simplemente. Nos enseñaron a ser mediocres o al menos nos dejaron serlo; es más fácil usar un buscador Web que la cabeza, mas solo pensando se puede salir del adormecimiento que nos impide darnos cuenta de que quizá haya una mejor forma de hacer las cosas.
Rafael León Hernández
Psicólogo